miércoles, 18 de diciembre de 2013

El pozo.

No podía olvidarlo, ¿cómo lo iba a olvidar? Se pasó su infancia jugando en el mismo árbol, repitiendo el mismo nombre. Ese árbol con esos símbolos grabados en él eran sus únicos recuerdos de paz. El resto de su vida o no la recordaba o no la quería recordar. Se quedó quieto mirando al árbol, mientras el sol empezaba a secar los charcos de barro. El hedor que desprendía el bosque era duro de aguantar, a azufre, abeto y excrementos humedecidos.
La lluvia había parado, no se podía quedar allí, en el límite con Ozing, estaba prolongando demasiado su descanso, y quién sabe si ahora la bestia saldría de su cueva para volver a por su presa. Se despidió mirando por última vez a los símbolos de su infancia y marchó arrastrándose con sus brazos de león.


En El Bosque los sonidos brillaban por su ausencia, al contrario que en cualquier bosque en el que los pájaros cantan alegres y los grillos y las chicharras componen canciones melodiosas. El chico podía sentir la mirada de los animales acechándole desde lo más alto de los árboles, el sol descendía veloz, como el tiempo cuando queda poco. La luz era absorbida por la oscuridad mientras el joven no dejaba de penetrar al corazón del bosque. Pronto llegó la noche, el cielo ennegreció y por fin comenzó a sonar la fauna, criaturas nocturnas merodeaban por todos lados. El chico no estaba asustado, no tenía nada que perder, y además, estaba acostumbrado a la oscuridad y al hambre. La sensación del barro frío en sus dedos era agradable, en realidad cualquier cosa era más agradable que el tacto del hierro. Su vista se adaptó rápidamente a la nueva situación y pudo ver criaturas con alas y dientes afilados en los árboles, había decenas, y en el suelo había centenares de insectos que nunca antes había visto. Limpió de barro su mano en su espalda, alargó el brazo hacia delante, y cogió uno de esos bichos de unas dimensiones cercanas al tamaño de su mano, del primer mordisco le arrancó el caparazón, luego succionó su interior, cogió otro del mismo tipo, y otro, su sabor era repugnante, pero comerlos le ayudaría a sobrevivir.
Pero también necesitaba un escondite, siguió arrastrándose. Pronto llegó a un claro iluminado por la luna, siguió arrastrando sus pesadas piernas que le parecían las de un hipopótamo por la tierra húmeda hasta que llegó al centro del claro, allí había un pozo, con agua, pasaría allí la noche.

El pozo era su escondite favorito cuando de pequeño jugaba en El Bosque, era capaz de aguantar varios minutos bajo el agua, como un cocodrilo, nunca nadie le encontró, y ahora, después de años intentando dejar de respirar para morir, estaba más que entrenado para engañar a sus captores. Entrando al pozo volvió a ver el jeroglífico, lo que le recordó el significado de su nombre. Entró en el pozo y se sujetó con los brazos haciendo palanca en las paredes circulares. Entonces, bajo el agua, notó sus piernas por primera vez, sintió la necesidad de salir afuera y comprobar que podía andar, pero al asomar levemente la cabeza pudo notar una mirada salvaje, iluminada por la luz de la luna, la mirada de la bestia más feroz de Ozing. 

Dualidades inventadas

Cuando no hay nada que contar, la mente inventa. Nunca dejará de haber algo nuevo que inventar. Es la ventaja de la mortalidad que caracteriza al ser humano. 
He estado viviendo siempre entre mentiras, me dijeron que era normal, también me dijeron que era diferente, ninguna de estas afirmaciones es cierta. Soy como todo el mundo, raro, y es que ser normal es ser diferente. Para pertenecer a un grupo tienes que ser un ser único, y no varios seres a la vez. 
Aun así comprendí que hay grados en esto de ser diferente. Y también hay distintas maneras de ser diferente. Hay quien simplemente viste raro, y le llaman diferente, pero solo quiere llamar la atención de los normales y eso le hace ser normal. 
Quién es realmente diferente es, quién lo es siendo normal. Quien no se esfuerza por serlo, quien simplemente quiere vivir y disfrutar haciendo lo que tenga que hacer para ser feliz, ese es único. Si quieres ser normal solo tienes que intentar parecerte a los demás.  Pero cuando aceptas que todos somos únicos y que es imposible ser normal, es cuando dejas de ser normal. 
Por ese motivo escribo todo esto, para ser único, y por lo tanto ser como todos. 

martes, 17 de diciembre de 2013

El escondite.

En realidad no quería seguir viviendo, pero ahora un impulso más grande que toda esa desesperanza le guiaba. Arrastró su cuerpo por las cenizas, deslizó su carne desnuda por las piedras y el barro. La tormenta no cesó, se podría incluso decir que aumentó en ferocidad. Quizá alguien allá arriba no le quería fuera de su fría y gris caja. Pero eso no importaba, siempre y cuando él pudiera seguir eludiendo su destino, siempre que esa pequeña luz que se encendió en su cerebro al caer bajo la lluvia no se desvaneciera. 
Ozing era un pueblo rodeado por un bosque al que llamaban, El Bosque. Lo llamaban así porque no había otro bosque, la gente de Ozing, era de Ozing, y no tenían porqué siquiera saber que existían nada a parte de Ozing. Los charcos eran cada vez más profundos, si no se conseguía poner de pie, acabaría ahogándose en cinco centímetros de profundidad. Entonces vio al fondo el árbol donde de pequeño solía jugar al escondite, allí era donde esperaba que los demás se escondieran. Imaginó por un momento que volvía a esa época, en la que todavía tenía la esperanza de ser feliz. Pero no dejaba de llover, y su mente volvió rápidamente a la realidad. Su corazón latía tan rápido como el de un animal perseguido por su depredador. Un devastador rayo cayó a diez metros de él, sobre el pararrayos de una casa derrumbada, y sus glándulas suprarrenales liberaron tanta adrenalina que adquirió la fuerza de un león en los brazos. Impulsó todo su cuerpo, sus piernas le resultaban tan pesadas como las de un hipopótamo, pero eso no le impedía seguir avanzando, abrió la boca bajo el sol y la lluvia, como un cocodrilo, y bebió tanta agua como quiso. Siguió arrastrándose con los brazos y sufriendo el roce de las piedras y la gravilla del suelo hasta que llegó a los árboles. Allí apoyó la espalda contra el tronco que en su infancia utilizaba para contar hasta cien. Escuchó durante horas los truenos caer, mirando a sus pies, sin poder moverlos. Observando, sin sentir nada, todas las heridas de sus piernas.  
Al menos no moriría de sed, pero debía de encontrar el modo de no morir de hambre antes de que fuera demasiado tarde. Entonces se giró a mirar el árbol y vio algo escrito, algo que él escribió en su infancia, algo que todavía estaba en el olvido, pero que de repente le recordó que debía de seguir luchando. 

lunes, 16 de diciembre de 2013

Ozing y la bestia.

Y otra más. Tras ochenta repeticiones, sus músculos dejaron de responder. Cayó de rodillas al suelo, una gota de sudor bajó por su frente y él subió la cabeza para mirar desafiante a la barra que, junto con la gravedad, le planteaba un reto constante. Saltó de las rodillas a los pies, en cuclillas, un impulso y otra vez arriba, colgado, quieto. Intentó subir una vez más, pero sus brazos no le dejaban, decidió mantenerse en el aire, inmóvil, hasta que sus dedos se resbalaran. Tras un cuarto de hora, volvió a caer, con los brazos temblorosos. Miro las palmas de sus manos, enrojecidas por la fricción, entumecidas por el esfuerzo. Así acabó el entrenamiento ese día. Se levantó y fue a coger una naranja del frigorífico, el frío relajó levemente sus músculos. Arrancó y escupió la piel con sus dientes afilados, una vez desnudó la fruta, la tragó de un solo bocado, no le supuso esfuerzo, las proporciones de una naranja no suponían nada para él. 
Se repetía que valía la pena, en su mente, sin parar. Todo este esfuerzo tendrá una recompensa, repetía una vez tras otra. Otra naranja, un litro de agua, cuatro chuletas de cordero, seis huevos fritos y otra vez a la barra. 
Para él, los días pasaban rápido bajo esta monotonía, pero no para su preso, que vivía a diario en el infierno. Éste tendría unos quince años, estaba en la edad de salir a jugar con sus amigos, pero en lugar de eso, pasaba los días encerrado en una caja de metal con un agujero del tamaño de una pelota de golf para respirar, y meter sopa triturada. Lo suficiente para sobrevivir. Su destino ya estaba escrito, nunca saldría de esa caja, si hubiese podido se habría suicidado hacía mucho. Él no lo sabía, pero llevaba en esa caja más de dos años, había perdido toda su fuerza y todos sus músculos, subsistía gracias a sus instintos, que no le permitían cerrar la boca cuando llegaba la comida. 
Años atrás era un chico feliz, envuelto en regalos todas las navidades, hasta aquella navidad en la que la chimenea no se encendió, esa navidad, llegó él. Cuando alcanzó la puerta la derribó, su padre y su madre se quedaron sentados, esperando el fin, conocían su destino, una muerte horrible a manos del monstruo más fiero de aquél rincón llamado Ozing
Aquél monstruo, nadie sabe si por piedad o por el placer de verle sufrir durante años, dejó vivir a aquél niño. Encerrado, sin dignidad, sin valores, con una sola cosa en la mente, la muerte. Pasaron años, y el gran monstruo siguió con su entrenamiento, cada año que pasaba, era más grande. Y aquél niño de nombre desconocido, más pequeño. Esta bestia no tenía un nombre, sin amigos, nadie necesita un nombre. 
Y llegó el día, en Ozing una gran tormenta se estaba formando. El cielo ardía, rojizo, y luces descendían acompañadas de sonoros golpes. En cuanto la bestia lo escuchó, empezó a gruñir palabras en un idioma arcaico, se arrodilló y empezó a golpear el suelo. Golpes de terror que hacían que el suelo se moviera, que la jaula temblara. Más y más golpes hicieron que incluso la jaula del niño, que ahora ya tenía veinte años, se tambaleara y cayera de costado. Cuando el monstruo percibió que la jaula se cayó de lado corrió a ponerla en su sitio. 
La bestia estaba inquieta, sabía que esa tormenta no traería nada bueno. Y entonces, hizo algo incomprensible. Abrió la caja del niño, lo sacó de ella y lo arrastró hasta la calle, lo dejó allí, bajo la lluvia y los truenos, ante una muerte segura. Se había cansado de él, o quizá pensó que la traía mala suerte y por eso había llegado Dios con su furia.
La puerta se cerró de un fuerte golpe metálico, del cielo caía un mar que incluso le dificultaba la respiración al joven. Sus piernas no le dejaban casi moverse, empezó a andar y todo le dolía, cayó al suelo y siguió arrastrándose. Deslizándose a través de los hierbajos. Aquél pueblo, Ozing, ya no era nada, las casas en las que él había estado jugando con sus amigos en sus niñez ahora eran pasto de las llamas, cenizas mojadas bajo el día del juicio final. Entonces, como por arte de magia, una luz se encendió en el cerebro del chico, una tenue luz que iluminó todo su interior, un valor, que le animaba a continuar. Un instinto humano distinto al hambre despertó en él por primera vez en siete años. Venganza. 

sábado, 14 de diciembre de 2013

Ensoñación

Imaginé que metía las manos en sus bolsillos y ella no las apartaba, yo la levantaba.
Deslizaba mi barbilla pasando por su obligo...
Hasta sus hombros, removiendo su vestido con el roce...
Y los mordía. 
Arrastraba hacia arriba mis diez dedos por su espalda desnuda. 
Cortando sus maullidos, dejándola muda, paralizada...
Moví mis dientes al cuello y cerró los ojos, y luego a su pelo. 
Lo olí y endurecí...
Me apreté contra ella, una estrella.
Miré entonces directamente a sus ojos y antes de perderme...
Salté a comerme sus labios...
Primero los de la cara.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Déjame respirar

Abre la puerta con una mano, con la otra sostiene un candelabro que ilumina levemente la madera roída por los años de la antigua mansión que una vez perteneció al abuelo de su abuelo. Las paredes están llenas de cuadros al óleo, con un fondo de papel decorativo con patrones barrocos. Las telarañas se acumulan en los techos, la humedad condensa el ambiente. Sillas de madera con respaldos demasiado alargados y mesas excesivamente amplias, sonidos de madera crujiendo, imágenes de un pasado lejano en el olvido. 
Deja atrás el gran comedor y llega a las escaleras de caracol que conducen hacia la planta subterránea. Aquí la oscuridad aumenta y la llama de la vela se acentúa. Siente un soplido en la nuca y se gira, es el abuelo de su abuelo, en un cuadro de la pared, sonriendo alegremente, como si nunca fuera a morir. Vuelve a mirar hacia el interior del cuarto, a sus lados barriles de vino, envueltos en polvo y telarañas, al fondo un marco sin nada en su interior, solo oscuridad. Da unos pasos hacia delante y siente algo blando bajo sus suelas, enfoca la vela hacia abajo para mirar y ésta cae al suelo. Siente un frío intenso y se agacha para cogerla lo más rápido que puede, se ha roto y ya no queda mucho de ella. Comprueba que bajo sus pies solo hay madera, y que todo había sido una rara sensación. Se acerca paso a paso al marco oscuro. Cada paso supone más oscuridad tras de sí, pero no más claridad tras el marco. Llega al borde del marco, en una mano la mitad de una vela a punto de consumirse, con ésta enciende el otro trozo, ahora tiene dos, una la lanza a través de la puerta, pero su luz se extingue de súbito al traspasar el marco, la que tenía en la otra mano la devuelve junto al resto de su cuerpo. Entonces, con delicadeza, mete la mano en la que tiene la vela y ve como se apaga la última luz de su esperanza. Entre tanta oscuridad, siente frío, agobio, impotencia y corre hacia atrás hasta que ve una luz, es una vela en una pared, ¿qué hace una vela en esa pared? la coge y sigue hacia las escaleras, pero no están, mira al fondo y hay un marco de puerta con un interior negro. Sigue hasta el marco, se desespera, se vuelve a girar, vuelve atrás, ve otra pared, con otro marco negro, en un momento se encuentra rodeado de paredes desnudas con portales oscuros. La vela se está a punto de consumir en su mano, se acerca a uno de los marcos negros y siente el frío en su cuerpo, la vela se apaga y él entra por la puerta, al mundo de las sombras. Siente el vacío bajo sus pies, una caída ilimitada, un infinito final entre la negrura más intensa, la muerte. 

El Único.

Solitario, como el sol. Desprende luz, es un tipo un tanto extraño. Camina por las calles con las manos en los bolsillos mirando a través de sus gafas de pasta, juzgándolo todo. Nadie le quiere cerca, él, quema. Los árboles se prenden a su paso, los perros le ladran, pero no se acercan. El tiempo se para cuando pasa él, le llaman, el Único. 
Se sentó en el banco y esperó a que pasara alguien. Una chica muy guapa llegó, meneando su trasero de un lado a otro, haciendo flotar su holgada minifalda blanca. Su melena rubia ondeando en el aire, su belleza angelical, su rostro perfecto, con perlas en su boca y diamantes verdes bajo sus cejas. El destrozador bajó lentamente sus gafas de sol y miró el espectáculo boquiabierto. Se preguntó: ¿Cómo puede ser un ser tan bello? Se enamoró. La miró y sonrió. Ella respondió con otra sonrisa, se sentó a su lado y le preguntó por su procedencia, el le contó que venía de otro planeta, un planeta en el que la belleza no era tan asombrosa como en este. La chica sonrió humildemente, confusa, medio asustada. Él volvió a hablar '¿De dónde eres tú?' la chica le contó la verdad, ella era de esa misma calle, había nacido allí hacía dieciocho veranos y diecisiete inviernos. 
Él no pudo resistirlo durante más tiempo, un fuego le ardía el vientre, el sol que había estado desprendiendo ahora lo tenía dentro de su estómago, tenía que sacarlo. Abrió la boca y salió un amarillo rayo de luz que iluminó la cara de la chica. Esta se asustó y se echó atrás en el banco. Pero no pudo ir más lejos, porque él ya la tenía agarrada por la cintura. La llevó hacia sí mismo y le pasó su fuego interno. Ambos ardieron en un instante y renacieron de las cenizas para mirarse a los ojos. La pasión fue tal, que cuando el beso acabó ya no estaban en el banco, sino en una cama. Se frotaron, se acariciaron, se besaron, se mordieron, se chuparon. Las sábanas naranjas sobre la espalda de él, rojas bajo la espalda de ella. Contaron uno, dos, tres, perdieron la cuenta. Y al acabar, todo se apagó. El Único había perdido su luz, un aura gris le rodeaba ahora, entre cuatro paredes oscuras y una ventana cerrada, junto con su chica, se abrazaron, para evitar el frío del amor. 

Ralón.

Entre dos montañas está Ralón, dividido por un río, la selva a un lado y unas pequeñas infraestructuras al otro. En estas pequeñas casas viven los pocos habitantes que tiene este pueblo, pero no todos. Hay quién como Ozing, vive en libertad, en el lado verde de Ralón. Esos son los repudiados, la basura de la sociedad, los temidos. Mientras que en las casas viven los civilizados, en una sociedad artificial construida con mentiras. Los pobres en las calles beben vino barato y sueñan con entrar en las casas de los ricos a dormir.  A Ozing le dan asco, para él son seres indignos de vivir. Uno de estos asquerosos es Tuot, nació en la selva y migró al otro lado para conseguir una vida mejor, pero, ¿a costa de qué? Perdió todo su orgullo, acabó durmiendo en las aceras, de rodillas ante los ricos que pasaban sobre él como sobre las rayas del paso de cebra. 
Tuot pensaba que sus sueños se cumplirían algún día, tenía esperanza. 
Ozing soñaba con limpiar el nombre de su gente, soñaba con deshacerse de todos aquellos que le humillaban perdiendo su orgullo ante esos despreciables seres altaneros que les sobrevolaban. Las casas de hormigón sin ventanas dejaban claro que nadie quería a un despreciable vagabundo venido de la selva como compañía. 
Las noches pasaban lentas entre tanta angustia y tanto sufrimiento. En la selva no lo pasaban mucho mejor. La vida entre animales solo les aseguraba alimento, pero también les ponía en un estado de alerta continuo ante el ataque de cualquier animal salvaje. Las hojas verdes de los árboles les cubrían de la luz intensa del sol, mientras que a los vagabundos de Ralón solo les cubría las sombras de sus superiores, las sombras de lo inalcanzable. 
Cierto día, Ozing decidió cruzar el río. Al otro lado le esperaba la humillación a su especie. Debería afrontarla lo mejor que pudiera...
'¿Qué haces aquí Ozing?' preguntó Tuot con la cara llena de magulladuras y tembloroso. 'He venido a por ti a sacarte de esta mierda de vida' murmuró Ozing sintiéndose vigilado por los altos edificios. 
Entonces Ozing le cogió y se lo echó al hombro, Tuot no pesaba casi nada, así que no le costó robarlo de aquél amasijo gris. Cruzó el río por la parte menos profunda y lo subió a un árbol, allí le dio de comer sopa, le cuidó durante días. 
Al principio Tuot estaba paralizado, parecía asustado todo el tiempo, no parecía ser consciente de nada. Pasaron los días y poco a poco retomó el color marrón de los árboles que le servían de hogar. 
- '¿Cómo pudiste acabar así Tuot? nosotros soñábamos con una vida mejor.' Tuot quedó pensativo y al cabo de un rato respondió.
- 'Creo que me hipnotizaron.' 
- '¿Como te hipnotizaron?' respondió Ozing asombrado. 
- 'Tienen colores y palabras en las paredes que te dicen lo que tienes que hacer.' 
- 'Eso es imposible, ¿me estás diciendo que utilizan brujería?' 
- 'No, no es brujería, lo llaman publicidad.'
Ante tal descubrimiento, Ozing repentinamente tuvo la certeza de que para conseguir sus objetivos tenían que hacer una sola cosa. 
- 'Tenemos que destruir la publicidad para liberar al otro lado de las sombras.'  

Quiero, quiero, quiero.

Quise vivir tranquilo, hacer lo de siempre, tener un trabajo, una chica, un hijo, un piso, pero...
Lo fácil me cansa, me aburre, me deprime, me entristece, me oscurece, me mata.
Ahora quiero volar, viajar a la luna, follar hasta no poder más, no depender de nadie y la verdad es que...
Lo difícil me despierta, me activa, me motiva, me divierte, me ilumina, me da vida.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Triángulo.

Tengo el corazón a un lado, asustado. 
Entre el pensamiento y el pecado. 
Formando el triángulo de la indecisión.
En la esquina de la prostitución.

lunes, 2 de diciembre de 2013

La espera.

Erase una vez un niño que vivía en el patio de la casa de su abuela, todos los días se asomaba por la alcantarilla para ver si habían cocodrilos, vivía con un peluche que se llamaba Robin, éste tenía una enfermedad que le impedía moverse y además, hablaba en lenguaje mudo. Pero el niño entendía todo lo que él decía. Un día, el niño envió a Robin a las alcantarillas para que encontrara al cocodrilo. El niño esperó y esperó cerca de la alcantarilla. Pasaron días, años, y el muñeco no volvía, el niño se estaba haciendo grande, y de repente, un día, unas lluvias torrenciales hicieron que el nivel del agua en el patio subieran tanto que el pobre de Robin salió del sumidero, el niño se alegró muchísimo de verlo, pues hacía mucho tiempo que le esperaba, pero enseguida notó una mirada de miedo en el peluche, parecía preocupado, el niño le preguntó '¿Qué te pasa Robin?' y Robin, en su lenguaje mudo, le contestó que tenía miedo del cocodrilo. Entonces el niño se giró en el agua y vio que... ¡un cocodrilo había salido de la alcantarilla!
Con Robin en un brazo empezó a nadar hacia el almacén, para escapar de aquél patio en el que una muerte segura le aguardaría si se quedaba. Rápido perdió de vista al cocodrilo, pero la corriente le arrastraba incontroladamente por las calles. Truenos y relámpagos caían, pero ¡de repente todo ese mal tiempo se esfumó! ¡el sol salió! y el niño se quedó con su peluche en el brazo, en la puerta del colegio, esperando a que sus padres fueran a recogerle.

martes, 26 de noviembre de 2013

Azul.

Olas rompen contra el casco del navío, truenos anuncian la llegada de un inminente desastre. La lluvia baña las cubiertas del barco, las sirenas llaman a la tripulación, que intenta mantener el equilibro agarrándose a dónde pueden. El capitán, desde su timón, a través del cristal empañado de la cabina de mando, ve un remolino enfrente, ya están todos a buen recaudo dentro del camarote principal. El barco entonces se inclina hacia delante, todas las cajas, utensilios, cuadros y sillas caen hacia el mismo lado, golpeando a cada uno de los marineros y dejándolos a todos inconscientes. El barco hunde la proa en el centro y desaparece lentamente. La tormenta para, el sol sale, las olas se han calmado, un leve viento sopla, el océano está plano, nadie sufre una vez se ha ahogado. 

domingo, 24 de noviembre de 2013

Tocar fondo.

Sudo al pensar en las noches,
en las que viré en contra del viento.
En las que viví el momento,
soltando varios broches.

Solo en el mar aun pienso,
que el sudor no fue en vano,
que sentí el placer de su mano,
y la profundidad de lo intenso.

Desde el fondo del mar grité,
y aún oigo mi grito ahogado.
De él ya estoy lejano,
demasiado sobrio y humano.

Añorando ahogarme en sus aguas
y bucear entre plantas,
tocar fondo,
quedarme en lo más hondo.


martes, 12 de noviembre de 2013

Peor que final.

Perdió la magia, la vida se le hizo larga. 
Necesitaba un final, triste o feliz, pero emotivo. 
Pero nunca llegó, lo que llegó fue el frío. 
Cristalizó sus sentimientos, fue un metrónomo. 
Esperó a que le cambiaran el ritmo. 
Pero él no hizo nada por cambiarlo. 
Y nada cambió, se sumergió en un invierno eterno.

Y la sonrisa se fue de su boca. 
El placer, de su mente. 
El amor, de su pecho. 
La pasión, de su estómago. 
Y el verde, de sus ojos. 

viernes, 8 de noviembre de 2013

Vuelvo a por ti.

Hundido, perdido bajo oscuras aguas,
bajo tinieblas, sin luz que me ilumine,
allí escapé del terrorífico miedo.
Huí del ruido de peligrosas fraguas,
anduve a ciegas, lejano a lo sublime,
no tuve opción, rápido, bajé mi vuelo,
hasta perderme en el profundo subsuelo.


Mas me hallo entretanto en mi retorno,
renazco de las cenizas que pisaste,
vengo a vengar todo el tiempo que perdí.
Frío, duro, inteligente y sin adorno,
vuelvo a enmendar todo aquello que arruinaste,
a demostrarte que yo siempre vencí.
Vuelvo a quitarte lo que nunca te di.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Directo al sol.

Imaginemos que la vida es un círculo y nosotros damos vueltas al rededor, igual que la Tierra con respecto del Sol. 
Siendo nosotros la tierra y la vida el recorrido cíclico que realizamos al rededor del Sol, podríamos considerar que el centro de atracción sobre el cual giramos sería el Sol, el calor, sería el sexo, el amor, los sentimientos y sensaciones intensas en general. 
Por lo tanto, cuando nos mantenemos lejos del centro que orbitamos, realizamos un recorrido mucho más largo pero mucho más frío. Sin embargo, cuando nos mantenemos cerca de un sol metafórico, las vueltas son mucho más rápidas, pero también más intensas. 
Podríamos llegar a colisionar con el Sol, pero también cabe la posibilidad de que si nos alejamos demasiado del Sol nos salgamos de la órbita y nos perdamos para siempre en la inmensa oscuridad de la soledad espacial. 
Personalmente, prefiero quemarme. 

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Sueños

Sueño que sueño contigo, 
que jamás yo despierto, 
permanezco dormido. 

Sueño en un mundo sin dueños, 
en el que yo no soy tuyo, 
mas despierto, aprieto el puño. 




martes, 5 de noviembre de 2013

La oscuridad de los sentidos.

Solo ella, belleza universal, 
son sus ojos, del cielo el umbral.
Su cabello, nubes doradas.
Apoyado sobre montañas.
Me perdí entre las más grandiosas, 
Mas encontré una estrella, rosa. 
me guió al fin de lo que place,
De lo que llora y se deshace.
Hacia el olvido del olvido.
La oscuridad de los sentidos. 




sábado, 2 de noviembre de 2013

Ostentoso poder.

El verde se hace dueño de mi mente.
Otra vez esos ojos en mi pensar.
De nuevo viene ese poder latente.
Vuelve para dejarme sin potestad.

Un color que no deja indiferente.
Sensación que me permite respirar.
Ostentosa pura pasión potente.
Una imagen de esperanza y libertad.

Amor.

El amor es la confianza. Nadie confía en nadie como en su propia pareja. En esta sociedad, la confianza se resume en lazos de dos personas. Cuando en realidad, deberíamos confiar todos en todos. Para esto nos deberíamos amar de una forma generosa y no como propietarios de un bien. Si lo hiciéramos así, el amor perdería su valor, sería algo común a todos y no algo excluyente para algunos miembros de la sociedad. Podríamos preocuparnos entonces por nosotros mismos, y olvidar las inseguridades, generadas al no sentirnos queridos. 
Ya no necesitaríamos ver vidas tristes televisadas para sentirnos un poco menos destrozados por dentro. No importaría cual fuera nuestro error, aprenderíamos a vivir con él dado que nos sentiríamos queridos y podríamos aprovechar el tiempo para escribir, hacer deporte, escuchar música, crearla, disfrutar de la vida, y dejar ya de una vez por todas, de pensar en gustarle a los demás y empezar a pensar en gustarnos a nosotros mismos. 

viernes, 25 de octubre de 2013

Agua.

Cumbre hundida, océano vacío.
Olas que suben y caen.
Agua de vida, y de muerte.
Suelos marinos,
en los que perderte.
Sed de saliva.
Leguas de viajes profundos.
Más alto el mar, más me hundo.
Superficie, humedad.
Lejos del mar, soledad
y sobriedad, mas vuelvo al azul.
Lagos, cascadas y ríos
me llevan a un fondo sombrío.
Frío aquí, pero no importa.
Muero y sonrío. 


lunes, 21 de octubre de 2013

Él.

Antes de salir de casa, revisé el cajón, allí estaba, resplandeciente, afilado y frío. Ya tranquilo, lo cerré y salí al trabajo. Otro día más de rutina, lo mismo de siempre, la misma gente con las mismas sonrisas fingidas y las mismas palabras falsas. Solo pienso en mi mujer, espero impaciente a su llamada. Termino el día nervioso, salgo del trabajo y todavía no he recibido la llamada que suele hacerme para preguntarme como me encuentro. Pasan quince minutos en el coche de vuelta a casa y no he recibido ninguna llamada. Un cuarto de hora más tarde estoy en casa, con las llaves en la mano, sin saber donde está mi mujer. Solo puedo pensar en ella. Paro antes de introducir la llave, apoyo la oreja en la puerta. Oigo unos susurros profundos, provenientes del fondo de la casa, quizá hayan entrado a robar. Presto atención más detenidamente y escucho risas y la voz de mi mujer. Me tranquilizo. Pero la tranquilidad solo dura un par de segundos, enseguida empiezo a pensar en la posibilidad de un engaño por parte de ella, quiero asegurarme de pillarlos por sorpresa. Abro la puerta silenciosamente y entro a la casa sin hacer el mínimo ruido. Veo sombras al fondo del pasillo, por el tono de voz supongo que es un hombre el que habla con ella. Quizá un amante. Abro el cajón.
Pero no está, alguien lo ha cogido, me lo han robado. Reina el desconcierto en mi mente. Y ando hacia la puerta de la cocina donde creí haber visto unas sombras, abro de golpe y no hay nadie. Giro el cuello y recorro toda la casa con mis pupilas. No hay nadie, nada distinto. ¿Qué he oído entonces? Empiezo a buscar en toda la casa, al principio nervioso, pero una vez visto que no hay nadie empiezo a sentir miedo. No entiendo qué está pasando. De repente tengo frío, instintivamente me agacho en una esquina del pasillo, todavía con el chaquetón puesto y me quedo mirando al mueble de la entrada donde tenía que estar y no está, y a la puerta. Miro de nuevo el móvil, no hay llamadas. Tiemblo. Saco fuerzas de la nada y me levanto temblando hacia la puerta de la entrada, antes de salir vuelvo a mirar en el cajón y sigue sin haber nada. Abro la puerta y fuera todo es oscuridad, farolas naranjas ennegrecen la noche y la luna no existe en el firmamento, tampoco las estrellas. Un resplandor llega a mis ojos desde la acera, a unos metros está, tirado en el suelo. Me acerco lentamente y lo cojo, al instante dejo de temblar. El móvil vibra entonces. "¿Dónde estás cariño?" digo, todavía alterado por la confusa escena que acabo de vivir. Nadie responde.
Oigo el teléfono colgar.
Ella no está, pero si él, me hace sentir bien, como que ella está de más en mi vida. Entro en casa y me siento en un sofá, lo siento a mi lado y le miro fijamente. Empiezo entonces a escuchar que me habla, nada comprensible. Me acerco más a él, intento entenderlo. Lo cojo y me lo acerco al oído, apoyo su filo en mi cuello y su punta me empieza a decir cosas que no me gustan. Empiezo a tenerle miedo, me dice que mi esposa está con otro, que nunca quiso tener hijos conmigo porque me odia, que me ha abandonado, que él puede ayudarme. No le creo, me está mintiendo, quiere hacerme hacer cosas horribles. Pero entiendo su posición, es un cuchillo de caza, su naturaleza le hace querer matar presas. Empatizo con él, quiero darle un poco de lo que se merece. Con cuidado paso livianamente el cuchillo por mi vientre, sin mirar, siento la fría hoja y la sangre derramándose por mi costado. Vuelvo a acercar el cuchillo a mi cuello y le presto atención. Parece que gime de placer, le gusta lo que le he hecho, pero no puedo seguir haciéndomelo. Entonces escucha la puerta abrirse. Oculto mi cuchillo detrás de la espalda y avanzo por el pasillo. Entonces aparece ella, sola, tan guapa. No oigo a mi cuchillo pero sé lo que quiere que haga. Se acerca y abre los brazos esperando una muestra de cariño, sin decir nada y con una sonrisa en la cara. Permanezco inmóvil, absorto por mi nuevo compañero de vida. Súbitamente abro los brazos y le clavo el puñal en la espalda, puedo sentir la sangre llegar hasta la empuñadura, sus músculos contrayéndose, un grito ahogado en su cara de asombro y estiro hacia abajo con la mano, desgarrando ropa, piel y carne a mi paso, junto con él, ni nuevo compañero. Cae muerta al suelo, pero él quiere más, vuelvo a clavar el cuchillo en la carne, una y otra vez, cada vez quiere más, y más, y más. Presa de la catarsis del momento, clavo el cuchillo en uno de mis muslos y no siento dolor, lo clavo entonces en el otro, y sigo sin sentir nada. Absorto por el cálido sentimiento que me provee esta nueva afición, lo clavo en mi corazón. Mi mano pierde fuerza y cae. Mis rodillas golpean el suelo las primeras, luego el resto de mi cuerpo, oigo los últimos latidos de mi corazón. Mis ojos, sobre la alfombra, solo ven una cosa, el brillo del puñal antes del último suspiro de amor.

jueves, 17 de octubre de 2013

El humano.

Y volé por encima de esos recipientes de cristal, como mi progenitor hizo en su momento, y paré sobre uno de ellos. Contemplé el mundo y me sorprendió su encanto, su grandeza, su lentitud y su estabilidad. Todo es más lento que yo. Nadie me alcanza, levanto de nuevo el vuelo y sé que lo que voy a ver me va a dejar con una sensación de asombro. Elementos enormes, mucho más grandes que yo, pero a su vez inmóviles. Yo no puedo alcanzar su grandeza, pero ellos no pueden alcanzar mi velocidad.
Entonces paro en una superficie fría desde la cual veo luces maravillosas y percibo un olor que me atrae instintivamente. Pero de golpe mi visión se emborrona, todo adquiere un nuevo tono, me pongo nervioso, voy de un lado para otro y parece ser que unas paredes invisibles me impiden avanzar. Choco continuadamente con ellas, puedo ver unas sombras moverse fuera de mi cautiverio, pasan las horas.
Finalmente pierdo la consciencia.
Despierto y todo son colores, me puedo mirar a mi mismo, ya no tengo alas, ni puedo volar, soy mucho más lento y todo es más pequeño. Me levanto de una superficie acolchada y me muevo hacia delante utilizando solamente dos patas. Llego a un lugar repleto de alimentos y allí apoyo mi cuerpo sobre una superficie cuadrada y mis patas delanteras sobre otra con distinta altura. Agarro un recipiente redondo de material transparente y lo dejo caer sobre un punto negro que no paraba de moverse y me molestaba. Lo contemplo de cerca y acabo pensando en como sería ser algo así.

lunes, 7 de octubre de 2013

La noche

Anochece. Sus tetas son mis metas, después de un rato en ellas, me pedirá "que se la meta". Pero no cedo ante sus ruegos, antes quiero lamer y meter uno y luego dos dedos. Araña mi espalda y cedo, subo hasta su cuello, y en la penumbra entro sin previo aviso al agujero. Se estremece y me estremezco, gime y sueño despierto, ojos cerrados y labios entreabiertos. Su cabello me hace unas leves cosquillas. Me aferro a sus caderas, pero mis manos se deslizan por sus piernas hasta sus rodillas, doy otro empujón y chilla: ¡Dios!. Eso es lo que soy para ella en ese momento, la razón de su ser, quiere que me quede dentro. Después cambiamos de postura, cada cual más placentera, ¡qué locura! llegamos hasta el climax despidiéndonos de la luna, de la mejor de las maneras.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Saliva.

Trago. Froto mi lengua contra mi paladar de nuevo y la deslizo por mis labios y vuelvo a tragar. Y mi cerebro vuelve a recordar su cuello, se forma un charco bajo mi lengua y vuelvo a tragar. Y no paro de pensar en su cuello, en la parte de atrás de sus orejas, en sus labios y en su clítoris. Y cuando esa imagen aparece en mi cerebro otro charco se vuelve a formar y vuelvo a tragar. No dejo de pensar en que no quiero seguir tragando. Quiero gastar la saliva que genero. Bañarla entera, que su piel absorba el líquido y volver a bañarla en saliva. Me duermo y sueño con ello, despierto y sueño despierto con ello. Y así hasta que lo consigo, paso unas horas tranquilo y vuelvo a tragar saliva. 

Verdes.

Me despierto. Cojo las gafas de la mesita y con las legañas todavía en los ojos, adquiero una visión borrosa del entorno que me rodea. Todavía tumbado en la cama, con un sudor frío en la nuca, el pelo revuelto y los calcetines por encima del pantalón, respiro dificultosamente del espeso aire que quedó ayer encerrando en mi habitación. Desplazo lateralmente las piernas y busco en la oscuridad del amanecer mis zapatillas de estar por casa con las puntas de los los dedos gordos de los pies, evitando con el mayor cuidado el frío suelo de mármol. Las encuentro, me levanto intentando no forzar en exceso ningún músculo para no permanecer contracturado todo el día y me dirijo a subir la persiana. La luz traspasa el cristal y me quema las pupilas. Desciendo la vista hacia el suelo hasta que se acostumbran a la poderosa presencia del sol en el horizonte que da luz a los objetos y me vigila desde la ventana. Me doy cuenta de que mi boca está pastosa y me apresuro al baño a enjuagarla con agua y lavarme los dientes. Entonces percibo un temblor corporal a la altura de mi ombligo y rápidamente deambulo tropezando con las esquinas en la oscuridad del pasillo hasta que llego a la cocina y rebusco en la nevera el cartón de leche sin lactosa. Me siento con una taza, una cuchara, colacao, galletas y el cartón. Vuelvo a recobrar la vida cuando de unos pocos sorbos y mordiscos hago desaparecer la mezcla de alimentos en mi boca. Es entonces cuando vuelvo a poder pensar con serenidad. Y es entonces cuando en mi mente vuelven a aparecer sus ojos. Y ya no desaparecen hasta que vuelvo a despertar, lejos de ese verde, otro día más.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Lengua.

Cuando no tienes nadie a quién decirle nada, le hablas a tus folios. Ellos no te responden, pero te escuchan. Cuando tu sombra es la única que se mueve, tienes que darle la espalda, e ir hacia la luz para escribir. Ir hacia la luz para seguir viviendo en calma, para tranquilizar tu alma. 
No sé como, pero lo de anoche fue el paraíso y ahora que lo he probado, la vida normal me es deleznable. Estoy agotado, hago la cama con mis temblorosas manos, quedan arrugas, pero no me importa, nadie a parte de mi sombra las va a ver. Nadie conoce mi historia, ni yo conozco ninguna historia a la que compararla, quizá haya más gente como yo ahí fuera. Acabé aquí por mi culpa, estoy pagando a un Dios que no sé si existe por mis pecados, estoy ganándome el perdón de quién dice hablar en nombre de una razón que no objetiva. Todo es oscuro en esta prisión imaginada. Sin ventanas de cristal, sin puertas de madera. Solo barrotes que indican el camino hacia el cielo y hacia el infierno. Yo me he condenado a mí mismo, otra vez. Lo único que no me merecí fue nacer. Mi lengua me trajo aquí, la misma con la que sentí el amor a través de un beso, la misma que me hace pensar que esta vida merece la pena. 
La dualidad marca mi vida. Soy yo quién toma las decisiones, pero no soy yo quien conoce sus repercusiones. Culparme a mi mismo no tiene sentido. Tampoco culpar a otro. Al final del camino no hay culpables, sólo dolor. Cargamos con sacos pesados hasta que los echamos al suelo, y ahí es cuando percibimos el daño en nuestras espaldas. Pero aunque la espera duela, el tiempo acaba difuminando el dolor y acabamos levantándonos de la cama para hacerla con pasión, dejándola lisa. Saliendo a respirar el aire de la ventana, sintiendo la brisa. Para entonces ya hemos cambiado, nuestra lengua tiene miedo de llevarnos otra vez al mismo estado. Por eso se mueve más despacio y besa con mucho más cuidado. 

viernes, 6 de septiembre de 2013

El monstruo.

La verdad me quita el disfraz y me deja al descubierto ante un sol que me destroza. Ese sol es la fuerza de la realidad, que me llega a las entrañas y desmonta todas mis palabras. De las palabras que dije, soy su esclavo. Por eso no le doy la espalda al sol, quiero cargar yo, con mis errores. Quiero sentir los estertores del dolor que me enseñarán la lección. Me duele que mi blanca piel refleje ese sol y hiera a inocentes. Se acercaron a quién no debían. Ahora sé que no debo mostrarme, ellos no tienen la culpa. Soy un monstruo, no he de abandonar la soledad nunca.


jueves, 29 de agosto de 2013

Paredes.

Truenos a mi alrededor retumban en la noche, lluvia que golpea con fiereza al suelo y que oigo lejana tumbado en la cama. Un calor húmedo y una brisa helada se combinan y me hacen sentir en equilibro, entran por la ventana, junto con el ruido de los coches pasando y vierten en mi pensamiento sensaciones de calma y serenidad. Me protegen las paredes y el techo quejumbroso de esta propiedad ajena. El tintineo de las gotas chocando contra el cristal abierto de mi ventana, que da a un patio cubierto, el reflejo de la luz en esas lágrimas de nubes, la oscuridad, el no saber la procedencia exacta de cada gota, la magia de este fenómeno, todo me dan ganas de seguir viviendo. Ya no siento lo que sentía, ya no padezco por no poder cambiar el pasado, solamente quiero cambiar el presente, alejarme del peso de las opiniones y viajar pendiente solo de escuchar mis palabras y las del amor que encuentre fuera de esta prisión de mentiras. Volar como un pájaro que escapa de su nido, ya no aguanto más los gritos, las quejas ni las obligaciones. Quiero ser libre, abandonar a los que dicen que me quieren y me someten a su voluntad. Empezar una nueva vida en la que el amor no sea obligado, en la que las miradas de los demás no sean más que miradas y no juicios.  En la que mi religión no sea impuesta, y yo crea en lo que considere mejor. 
Pero todo esto es un comportamiento onírico incluso para mis ojos. No lo contemplo como posible, me engaño a mí mismo y me hago perder el tiempo en ensoñaciones, he de continuar la vida, resignarme y ceder, adaptarme a la sociedad, he visto gente decir que así es feliz. Quizá sea cierto y deba de intentar ser como los demás, ceder a la presión y convertirme en ganado. Mejor será dormir.
Despierto. La lluvia ya no suena, yo no he soñado. El húmedo calor pegajoso persiste en el ambiente y la brisa fría sigue equilibrando esa sensación. Salgo al pasillo todavía en ropa interior, buscando el grifo sin ver nada, confuso, sin mis gafas, lo encuentro y lleno un vaso, siento como mi boca se humedece al contacto con el agua y me tranquilizo, todavía dando tumbos de ensoñación voy al lavabo con prisa para terminar con mis necesidades y vestirme. Salgo al exterior con la ropa puesta, con el mismo disfraz de ser humano que todos los que aceptamos nuestra triste condición llevamos puesto. Huele a caracoles y a rocío. Las aceras brillan y la carreteras tienen charcos a doquier. Mientras ando me imagino saltando en ellos, pero en mi sociedad eso no lo hace una persona adulta, por lo tanto, no lo haré. Vuelvo a imaginarme quitándome la ropa en el centro de la calle y chapoteando, no puedo quitar esa imagen de mi mente. Es mi instinto de animal, que no lo puedo eludir, quiero sentir la vida y saltarme las normas de la razón. 
Entonces, sin pensar, me quito el abrigo y lo tiro al suelo, empiezo a sentir mi corazón latir. La adrenalina se apodera de mí. Salto al charco y me olvido de que esta es una calle transitada, un coche pasa y me esquiva pero deja una estela de agua sucia que me empapa entero, pero ya no me importa, sigo saltando y no dejo de saltar, hace calor, y siento que he de quitarme la ropa, paro de saltar, ahora me apetece correr, me descalzo y vuelvo por las calles más vacías hasta que llego al campo, lleno de tierra húmeda y barro. Me fundo con ella, me hundo y salgo luego a la superficie, y vuelvo a correr hacia una montaña rocosa en la que me cobijo bajo un árbol tétrico al que sólo el sol le hace sombra. Sus enredadas ramas me recuerdan a mis pensamientos pasados, a mi ya antigua indecisión, ahora todo está mucho más claro, soy libre, yo lo decidí, me siento sobre la tierra y veo como empieza a llover y oscurece, unas ramas me dan calor y me protegen de la noche y el frío, me duermo enseguida, tranquilo, realizado. 
Pero despierto al rato, el frío no me deja dormir, las ramas no son suficiente, la libertad tiene un precio. Anhelo mi cálida cama, mi ventana y mis paredes protectoras, los gritos con falso amor de mis seres queridos, y mi abrigo, ¡cuanto te echo de menos, amigo! 
Una sensación de indefensión me abraza y me lanza hacia el objetivo de las oscuras nubes, la luna me hace de linterna. Ando, desprotegido de todo contratiempo a través de tierras movedizas y árboles de perdición. Comienzan a caer los rayos sobre mí. El miedo le gana la batalla a la libertad y caigo al suelo abatido por esa horrible sensación, me oculto bajo mis brazos pero ya es demasiado tarde, uno de ellos me alcanza. Ahora, en mi estado, sé que mereció la pena morir desnudo para no vivir disfrazado. 





Yo

Pierdo el olfato, el gusto y el oído. Pero sigo sintiendo la mirada de la pantalla y al teclado moviendo mis dedos. No me dejo llevar porque yo no tengo el control, lo tienen las imágenes que surgen en mi cabeza y que buscan salir y colisionar contra la pantalla de algún modo. Éstas, influenciadas por el contexto de mi situación y por mi vida pasada, revelan mis sensaciones más profundas a la realidad, huyen de mi cabeza porque no quieren permanecer ahí, quieren sentir lo que yo siento al ser libre, escapan de su cárcel como un pájaro sin culpa y con condena. Se dirigen a ti, lector, para que las puedas apreciar, aprender de ellas, odiarlas, amarlas pero no para que les muestres tu indiferencia. Son el fruto que surgió de la planta a la que dio forma la semilla que plantaron mis padres. Ese árbol creció movido por el viento y la tierra, mojado por la lluvia, y ahora florecen sus hojas. Como una metáfora, mi vida surge de la imaginación, de un sueño llevado a cabo. Mis versos, mi ser, mi perfección subjetiva son la cima en la que me he asentado para mirar desde arriba a las hormigas. 

Fui más tonto que ahora.
¿Más feo? quizá.
Fui un monstruo a deshoras.
Ahora planeo ser más.

Soy un pensamiento.
Una idea fugaz.
Un meteoro ardiendo.
Un héroe sin disfraz.

Quizá no sea un Dios.
Seré lo que tú creas.
Seré lo que tú leas.
Lo que pensemos los dos.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Buscando una línea gris.

Mi corazón, como el de un idiota. Golpea fuerte mi pecho. No por la actividad física que ejerzo, sino por la actividad cerebral mal dirigida. Mis sentidos me hablan claro, pero mi cerebro les interpreta mal. Huelo las cenizas de mi pasado quemadas, veo fuego, siento calor en mi piel, tengo la boca seca y un pitido perfora mis tímpanos con más fuerza que la negrura de la noche en una cueva. Una sensación de no poder hacer nada me está intentando llevar a las tinieblas de la perdición. Pero mi Ego, despierta en mí un poder inmenso, que me catapulta hacia la luz y dejo atrás la oscuridad. Mi boca se humedece, el silencio me abraza, el suelo se reconstruye y es césped verde en el que puedo tumbarme a ver el cielo azul, compruebo entonces que ese intenso ardor ha desaparecido de mi piel, mi corazón late ahora con normalidad, pero ahora el ambiente está frío.

Mi ego.

La lluvia inspira a los escritores más que el café o el aburrimiento. Sentado en una silla de madera conglomerada, clavándome el respaldo en varias vértebras a la vez, no puedo parar de escribir, siento la necesidad de liberarme de mis pensamientos, de expresar enfáticamente todo lo que veo en el paisaje de mi cerebro. Las luces están apagadas, escribo a oscuras en el teclado del ordenador portátil. Una tenue iluminación proveniente de la húmeda calle traspasa los cristales de la ventana y me permite colocar bien los dedos para seguir fluyendo en este mar de letras en el que me hundo sin miedo a ahogarme. Oigo los gritos de ánimo que vienen del cielo en forma de truenos, son aplausos dirigidos a mi magnificencia. Los rayos que entran en mi habitáculo son flashes de cámaras que enfocan al centro de atención. Pero el centro de atención no soy yo, son mis palabras, que flotan en la mágica pantalla y se convierten en rayas negras horizontales con más expresividad que un gesto, con más sentimiento que una caricia y con más personalidad que vuestro Dios. Empiezo a temer el momento de parar, pero nunca paro, solo descanso, es momentáneo, ya no lo puedo dejar.

martes, 6 de agosto de 2013

Oscuridad

En lo más profundo, en la desembocadura del río de mis venas, se acumula los restos de la sangre que no usé, la sangre que mi corazón no pudo bombear hacia los órganos que me dan placer. Esa oscura sangre, sangre pesada, sangre marchita, insiste en que piense en lo que no hice, pero yo no soy tan débil. Haré que vuelva a flotar, a circular por mi cuerpo, no va a desaparecer porque sí, convertiré esa sangre en Nutella y haré que su dulce sabor inhunde otra boca de nuevo, en esta vida no se desperdicia nada, ni el tiempo, ni una mamada.

jueves, 11 de julio de 2013

¿Una bandera?

Un color ondeando enfrente de mí. Olas aéreas que hacen que le des el valor que merece al viento. De fondo, la playa, la arena, sus conchas y sus secretos. A mi al rededor, los niños jugando a molestar, las mujeres jugando a insinuar y los hombres intentando parar el juego. De repente, algo se salió de contexto, un bañista intentaba tirar la silla del socorrista al suelo. El socorrista, alterado por la inminente caída de su sinuoso trono gestualizó el nerviosismo y la impotencia y cayó a plomo sobre la arena más dura y seca de la playa. Quedó allí, destronado y semiinconsciente, dejando la playa y sus clientes inseguros. Derrocando la bandera roja que impedía el baño y creando una anarquía generalizada.
El hombre que había embestido el gran taburete se marchó impune del área, nadie le dijo nada. El socorrista, aturdido por el golpe, no reaccionó hasta que fue demasiado tarde. Los nuevos domingueros ya habían llegado y se estaban bañando sin advertir el peligro de una bandera roja. El sol y la ausencia imaginada de peligro fueron quienes les obligaron a mojar sus cuerpos.
Sorpresivamente un hombre apareció andando desde el fondo del mar, vestido con un smoking y dijo:
- Por favor, disculpen caballeros.- todos se le quedaron mirando.
Continuó. - ¿Podrían recomendarme un tema sobre el que hablar en mis cuentos? -

miércoles, 10 de julio de 2013

En posesión de un arma.

Era muy bonita. Rápida y fría, precisa y eficaz. La levanté con mis dos manos de la mesa, creando un potencial de fuerza desde los hombros y llevándola hasta la altura de mi pecho, sentí su frió en mis manos, fue una sensación agradable. La miré primero a ella, y después a través de ella. Era ligera, cómo una hoja seca, pero a la vez peligrosa cómo las rosas. Habría matado por mi. Le habría llamado la atención a cualquiera que la hubiera visto por la calle, brillaba destellos de hermosura a la luz del sol, de una farola o de una simple cerilla. Por eso mismo, no podía dejar que nadie la viera, nadie me la quitaría. Le hablaba para hacer que fuera más única, más mía. Me daba la confianza que necesitaba en mi mismo, teniéndola cerca sentía que podía incluso estallar. Mi mano nunca se alejaba demasiado de su culo. He de admitir, que me volvió loco, esa mujer.

Incomprensión humana.

Miré en el espejo y me asusté tanto que quise gritar de pánico. Cerré los ojos. Los volví a abrir con la esperanza de que todo esto fuera un sueño, pero la misma imagen permanecía delante de mí, estática, inexpresiva. Recuerdo perfectamente el día anterior, cómo cualquier otro, fui al restaurante, para continuar con el trabajo, estuve toda la tarde ocupado y volví a las nueve para cenar. Leí un poco antes de conciliar el sueño, todo fue cómo siempre. No entiendo cómo he podido acabar así.

Volví mi atención de nuevo al espejo. Ahora mi mente ya empezaba a aceptar la situación. Empecé a mirarme más detenidamente, no lo podía creer, todo esto era surrealista, propio de un sueño infantil. Me acabo de dar cuenta de que no distingo los colores, todo está en blanco y negro, cómo en las películas buenas de Billy Wilder. Comprobé que cuando me movía hacia un lado, mi reflejo también lo hacía, cuando movía la cola, el reflejo también. Quise hablar, pero no sonó nada, sólo moví la mandíbula de arriba abajo. Entonces, asustado, grité y se escuchó un sonido que yo creí en un principio proveniente de la calle. Pero era yo, un ladrido sonó y mi corazón, bueno, mi corazón de perro, dio un vuelco. Mi pensamiento a pasado a ser lo más importante de mi ser, es lo único humano que conservo. Resignado y sin dejar de mirarme en el espejo, me apoyo sobre mis patas delanteras, debo de ser un perro pequeño, detrás de mi hay lo que parece ser una cama, y me saca unos centímetros. Empiezo a pensar cómo demonios habré llegado allí y entonces recuerdo lo que leí en un libro sobre el hinduismo. El ser humano es sólo una de las reencarnaciones del alma. Podría entonces haber muerto esa noche y haber vuelto a tomar consciencia una vez había crecido mi forma física cómo perro. No se me ocurre ninguna explicación a parte de esa.


Me decido por salir a la calle pero las puertas están cerradas, confuso, me siento en la alfombra y espero a que llegue alguien. El tiempo pasa rápido y la puerta se abre, un hombre calvo y gordo con una camiseta de tirantes blanca y un bañador entra escandalosamente en la casa sin prestarme el mínimo de atención y maldiciendo todo a su alrededor. Yo me pongo en posición de defensa, pero sin tiempo a reaccionar, recibo una patada de este individuo que me lanza tres metros atrás. Me encuentro en una encrucijada, este hombre podría matarme, he de escapar, el tiene un cuerpo humano, pero yo tengo una mente humana. La uso y hago lo que mejor sabemos hacer los humanos, escapo por la puerta que el gordo había olvidado cerrar, corro y entonces es cuando siento la libertad de correr a cuatro patas, tan rápido cómo un animal. Pero no he usado todo mi potencial, me he convertido en un animal completamente, al cruzar la calle no miré hacia los dos lados, ahora yazco en el suelo, con la marca de una rueda encima de mi barriga y las tripas asomándome por la boca, es mi fin, o quizá sólo sea el fin de esta vida.  

martes, 9 de julio de 2013

Desenamorado.

Se cierran los cielos, se abren las piernas.
Se apagan las luces, se enciende el placer.
Las nubes son grises, pero están lejos y tristes.
Yo en cambio, estoy feliz, contigo, dentro de ti.
No estoy enamorado, quizá sediento y agotado.
Pero tengo reservas para más, ya no quiero parar.
Volvemos al principio, cómo saltar entre precipicios.
Todo sigue y nada acaba.
Ya no hay final, ya no hay desquicios,
vuelve a apoyar la cabeza en la almohada.

lunes, 8 de julio de 2013

Las presas de mis ojos.

El reloj no deja de sonar. No me deja soñar.
Se me clavan sus agujas, no me dejan respirar.
Atrapado, no paro de girar, en un pensamiento en espiral.
Lágrimas de impotencia que confundo con tristeza.
Atascadas en mis ojos, cierro sus puertas con cerrojo.
No escaparán, no mostraré mi lamento.
Se quedarán, seré un mar por dentro.

Reflejos.

Sentado en la acera, mientras escupía las cáscaras de una pipa miré en el reflejo del escaparate y la vi a mi espalda. Me hice el despistado y volví a mirar serio al suelo de la calle, para hacerme el sorprendido cuando ella me sobresaltara. Pasaron unos segundos y no resistí la tentación de girarme. No había nadie, me había vuelto a equivocar otra vez, lo que había visto en el escaparate era un maniquí. Me volvió a engañar mi mente, mis ganas de verla de nuevo. Frustrado me levanté de la acera y me fui, hacía media hora que habíamos quedado en ese lugar, no aparecería. Me olvidaré de ella, pensé.

...

El trabajo es lo peor, nunca sabes a qué hora puede acabar, terminé y salí corriendo, llegaba tarde a mi cita. Cuando llegué le vi de lejos, estaba tan guapo cómo siempre, sentado en una acera, escupiendo pipas contra el suelo. Me puse detrás para sorprenderle pero el me miró por el reflejo del escaparate de enfrente y se quedó muy serio, apartó la vista. Me quedé confusa, esperé unos segundos a que dijera algo, pero permaneció impasible mirando al suelo, sin pensarlo demasiado me giré y me fui, supongo que esa fue su forma de decirme adiós.

Descripción.

Sus orejas eran pequeñas, pero proporcionadas, con ellas podía oír los secretos que le contaba al oído, muy de cerca. Eran suaves, cómo toda su piel, su pelo era rojo y llamativo, cómo la sangre, largo, liso, recto e interminable, cómo el horizonte desde el centro de un océano, me sentía perdido en él. Sus cejas dos rastros de espuma de los que dejan los veleros al surcar el mar. Dos soles fueron sus pómulos, levantándose cada vez que sonreía y encendiéndose cuando algo la sorprendía. Su barbilla la proa del barco más bonito, desde la cual, si miras abajo, verás el mejor paisaje. Pasando por su cuello, con una simple curva bella y fácil de intuir, podrías nunca hallar la salida. Por eso has de subir de nuevo a sus pestañas, que con libertad hacen de marco para sus pupilas, dos pozos negros en los que la pasión te atrapa y has de escapar para acabar en su boca. Su boca son dos labios carnosos, rosas y húmedos, que ocultan una lengua, que te deja sin habla. 

domingo, 7 de julio de 2013

Quiero ser.

Quiero que vuelva a latir mi corazón, que el sol brille como antaño,
sentir de nuevo el amor, esa sensación que tuve hace años.
Atravesar la espesa cortina de humo que me aleja del futuro.
Romper con mis costumbres, con mis formas de actuar.
Busco ser un ser único, un ser humano y no un sermón.
Alguien humilde, alguien extraño, alguien con don.

Foiar

Duro cómo la vida de un vagabundo, y tan largo cómo la mía, se apretaba entre mis piernas el tubo por el que descendía todos los días desde la planta de arriba de mi casa de ensueño. Con ojeras volvía al ordenador, a seguir aprovechando el tiempo. Chafaba la moqueta con mis pies descalzos esperando la misma sensación de siempre que me hacía sentir tan guay cómo los actores porno. Los días pasaban fugaces ante mi, me dedicaba a comer patatas fritas, pizzas, hamburguesas, jugar a la videoconsola, y bañarme en mi jacuzzi. Era esclavo de la pereza, pero cuando eres rico, la pereza es el mejor amo. Disfrutaba de ella a diario, no hacía nada productivo nunca, detestaba hacerme de comer, para eso están las cocineras, que viven en la casa que tengo en el jardín. Odiaba hacer deporte, eso es algo que hacen los que no tienen dinero, con el dinero se liga mucho más que con el deporte. Las mujeres venían a hacer cola en mi puerta, querían un hombre de verdad. De los que si quieren pueden vestirse siempre con traje, aunque no lo hagan. En esa época, tenía casi siempre el pene en carne viva.
Ahora no tengo dinero, y ya no tengo nada, pero viví grandes cosas, y con esas cosas me voy ahora a la tumba.

La muerte acecha.

En cada cuchillo de tu vajilla, en cada tenedor, incluso en cada plato de cerámica. En los enchufes, en las distracciones, en las bromas, en la carretera, en las entradas, en las salidas, en los patios, en los callejones, en los supermercados, en una tienda, en un chino, en un bar, en un parking, mientras duermes, mientras follas, mientras lees, mientras escuchas música. Te puede matar, un calvo, un viejo, un guapo, un feo, un niño, un gato, un perro, la piel de un plátano en el suelo. Tu no vas hacia la muerte, ella va hacia ti, y no para, no descansa, no se adormece, te alcanzará.
Pero puedes hacer algo, puedes andar, puedes correr, pensar, beber, llorar, reir, gritar. Puedes besar, robar, amar, olvidar, recordar, disfrutar. Puedes follar.

Las sombras del pasado.

En el centro de la plaza se erigía un pilar blanco y enorme. Al rededor de este había un suelo liso que acababa en el horizonte. Mirase dónde mirase sólo veía el pilar, un pilar liso y cilíndrico, y al rededor, el infinito y encima el cielo. El pilar no terminaba, viajaba en línea recta hacia arriba, pero nunca se acababa, y no tenía sombra. Había luz, pero no había un sol. Yo no tenía sombra tampoco. Empecé a sentirme sólo y perdido. Pero apareció una persona más, una mujer con un cuchillo. Venía a matarme, yo me la habría follado, sinceramente, y creo que ambos habríamos disfrutado mucho más. Pero llegó hasta a mi con el cuchillo en el aire y sin mediar palabra me lo clavó en el centro del pecho. Era guapísima, unos ojos azules y profundos cómo el mar, un pelo liso y largo y negro. Unos labios rojos contrastando con una piel casi transparente. Rojos cómo la sangre que ahora brotaba de mi pecho y que dictaba mi final, su rostro inexpresivo me despidió de ese mundo y me envió a este, en el que no dejo de buscarla, para volver a empezar y volver a terminar.

sábado, 6 de julio de 2013

Gafas de sol oscurecidas.

Era una mirada tan dura que atravesaba los cristales negros de mis gafas de sol. Unos labios serios, unas cejas cómo líneas escritas por mi, bellas. las silueta de su mandíbula era increíblemente perfecta, dibujada por el mejor artista no habría resultado tan provocativa. Sus caderas eran un motivo para el amor monógamo y aunque eso nunca haya sido una opción para mi, incluso hicieron que dudara. Sus atrayentes senos evocaban a la locura, inducían al sexo. En un suspiro mi mente la imaginó desnuda y no pude resistir la tentación de presentarle al mejor escritor de esta era. Saqué antes un pañuelo de seda del bolsillo de mi camisa para limpiar de mi frente el sudor que me provocaba tanta belleza irradiada. Conforme me acerqué subíó mi temperatura corporal y empecé a temblar por dentro, pero la americana no dejó que se notara, y las gafas de sol ocultaron mis nerviosas pupilas. Me quité las gafas a unos centímetros de su cara, sin apartar mi mirada de sus ojos, para no romper la magia del momento, y le dije, soy Dani. Ella me dijo, yo soy María, y él es mi novio.

A ella siempre la querré.

Y entonces apareció ella, de entre un mar de peces estancados yo. Salí a la superficie, a punto de ahogarme estuve, pero logré respirar de su aliento y así curar mi dolor, mis recuerdos. Conseguí sufrir lo suficiente para disfrutar más de esta vida y disfrutar lo justo para no olvidar apreciarla. Con ella, logré equilibrar mi balanza, me llevó a la mesa y fue mi salvación. Ella demostró mi valía, mi supremacía y el verdadero sentido de mi existencia. Me hizo sentir útil, único, irresistible cómo el chocolate. Juntos creamos nuevas páginas, nuevas aventuras, desventuras y también momentos tediosos, pero esos los eliminamos de nuestros archivos. Me enalteció y me hizo entender que yo era mi propio Dios, y que podía confiarme yo mismo los deseos que quisiera. Me lo dio todo. Y nunca dejará de dármelo, hasta que la muerte nos separe.