miércoles, 28 de agosto de 2013

Mi ego.

La lluvia inspira a los escritores más que el café o el aburrimiento. Sentado en una silla de madera conglomerada, clavándome el respaldo en varias vértebras a la vez, no puedo parar de escribir, siento la necesidad de liberarme de mis pensamientos, de expresar enfáticamente todo lo que veo en el paisaje de mi cerebro. Las luces están apagadas, escribo a oscuras en el teclado del ordenador portátil. Una tenue iluminación proveniente de la húmeda calle traspasa los cristales de la ventana y me permite colocar bien los dedos para seguir fluyendo en este mar de letras en el que me hundo sin miedo a ahogarme. Oigo los gritos de ánimo que vienen del cielo en forma de truenos, son aplausos dirigidos a mi magnificencia. Los rayos que entran en mi habitáculo son flashes de cámaras que enfocan al centro de atención. Pero el centro de atención no soy yo, son mis palabras, que flotan en la mágica pantalla y se convierten en rayas negras horizontales con más expresividad que un gesto, con más sentimiento que una caricia y con más personalidad que vuestro Dios. Empiezo a temer el momento de parar, pero nunca paro, solo descanso, es momentáneo, ya no lo puedo dejar.

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