Truenos a mi alrededor retumban en la noche, lluvia que golpea con fiereza al suelo y que oigo lejana tumbado en la cama. Un calor húmedo y una brisa helada se combinan y me hacen sentir en equilibro, entran por la ventana, junto con el ruido de los coches pasando y vierten en mi pensamiento sensaciones de calma y serenidad. Me protegen las paredes y el techo quejumbroso de esta propiedad ajena. El tintineo de las gotas chocando contra el cristal abierto de mi ventana, que da a un patio cubierto, el reflejo de la luz en esas lágrimas de nubes, la oscuridad, el no saber la procedencia exacta de cada gota, la magia de este fenómeno, todo me dan ganas de seguir viviendo. Ya no siento lo que sentía, ya no padezco por no poder cambiar el pasado, solamente quiero cambiar el presente, alejarme del peso de las opiniones y viajar pendiente solo de escuchar mis palabras y las del amor que encuentre fuera de esta prisión de mentiras. Volar como un pájaro que escapa de su nido, ya no aguanto más los gritos, las quejas ni las obligaciones. Quiero ser libre, abandonar a los que dicen que me quieren y me someten a su voluntad. Empezar una nueva vida en la que el amor no sea obligado, en la que las miradas de los demás no sean más que miradas y no juicios. En la que mi religión no sea impuesta, y yo crea en lo que considere mejor.
Pero todo esto es un comportamiento onírico incluso para mis ojos. No lo contemplo como posible, me engaño a mí mismo y me hago perder el tiempo en ensoñaciones, he de continuar la vida, resignarme y ceder, adaptarme a la sociedad, he visto gente decir que así es feliz. Quizá sea cierto y deba de intentar ser como los demás, ceder a la presión y convertirme en ganado. Mejor será dormir.
Despierto. La lluvia ya no suena, yo no he soñado. El húmedo calor pegajoso persiste en el ambiente y la brisa fría sigue equilibrando esa sensación. Salgo al pasillo todavía en ropa interior, buscando el grifo sin ver nada, confuso, sin mis gafas, lo encuentro y lleno un vaso, siento como mi boca se humedece al contacto con el agua y me tranquilizo, todavía dando tumbos de ensoñación voy al lavabo con prisa para terminar con mis necesidades y vestirme. Salgo al exterior con la ropa puesta, con el mismo disfraz de ser humano que todos los que aceptamos nuestra triste condición llevamos puesto. Huele a caracoles y a rocío. Las aceras brillan y la carreteras tienen charcos a doquier. Mientras ando me imagino saltando en ellos, pero en mi sociedad eso no lo hace una persona adulta, por lo tanto, no lo haré. Vuelvo a imaginarme quitándome la ropa en el centro de la calle y chapoteando, no puedo quitar esa imagen de mi mente. Es mi instinto de animal, que no lo puedo eludir, quiero sentir la vida y saltarme las normas de la razón.
Entonces, sin pensar, me quito el abrigo y lo tiro al suelo, empiezo a sentir mi corazón latir. La adrenalina se apodera de mí. Salto al charco y me olvido de que esta es una calle transitada, un coche pasa y me esquiva pero deja una estela de agua sucia que me empapa entero, pero ya no me importa, sigo saltando y no dejo de saltar, hace calor, y siento que he de quitarme la ropa, paro de saltar, ahora me apetece correr, me descalzo y vuelvo por las calles más vacías hasta que llego al campo, lleno de tierra húmeda y barro. Me fundo con ella, me hundo y salgo luego a la superficie, y vuelvo a correr hacia una montaña rocosa en la que me cobijo bajo un árbol tétrico al que sólo el sol le hace sombra. Sus enredadas ramas me recuerdan a mis pensamientos pasados, a mi ya antigua indecisión, ahora todo está mucho más claro, soy libre, yo lo decidí, me siento sobre la tierra y veo como empieza a llover y oscurece, unas ramas me dan calor y me protegen de la noche y el frío, me duermo enseguida, tranquilo, realizado.
Pero despierto al rato, el frío no me deja dormir, las ramas no son suficiente, la libertad tiene un precio. Anhelo mi cálida cama, mi ventana y mis paredes protectoras, los gritos con falso amor de mis seres queridos, y mi abrigo, ¡cuanto te echo de menos, amigo!
Una sensación de indefensión me abraza y me lanza hacia el objetivo de las oscuras nubes, la luna me hace de linterna. Ando, desprotegido de todo contratiempo a través de tierras movedizas y árboles de perdición. Comienzan a caer los rayos sobre mí. El miedo le gana la batalla a la libertad y caigo al suelo abatido por esa horrible sensación, me oculto bajo mis brazos pero ya es demasiado tarde, uno de ellos me alcanza. Ahora, en mi estado, sé que mereció la pena morir desnudo para no vivir disfrazado.
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