Pierdo el olfato, el gusto y el oído. Pero sigo sintiendo la mirada de la pantalla y al teclado moviendo mis dedos. No me dejo llevar porque yo no tengo el control, lo tienen las imágenes que surgen en mi cabeza y que buscan salir y colisionar contra la pantalla de algún modo. Éstas, influenciadas por el contexto de mi situación y por mi vida pasada, revelan mis sensaciones más profundas a la realidad, huyen de mi cabeza porque no quieren permanecer ahí, quieren sentir lo que yo siento al ser libre, escapan de su cárcel como un pájaro sin culpa y con condena. Se dirigen a ti, lector, para que las puedas apreciar, aprender de ellas, odiarlas, amarlas pero no para que les muestres tu indiferencia. Son el fruto que surgió de la planta a la que dio forma la semilla que plantaron mis padres. Ese árbol creció movido por el viento y la tierra, mojado por la lluvia, y ahora florecen sus hojas. Como una metáfora, mi vida surge de la imaginación, de un sueño llevado a cabo. Mis versos, mi ser, mi perfección subjetiva son la cima en la que me he asentado para mirar desde arriba a las hormigas.
Fui más tonto que ahora.
¿Más feo? quizá.
Fui un monstruo a deshoras.
Ahora planeo ser más.
Soy un pensamiento.
Una idea fugaz.
Un meteoro ardiendo.
Un héroe sin disfraz.
Quizá no sea un Dios.
Seré lo que tú creas.
Seré lo que tú leas.
Lo que pensemos los dos.
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