domingo, 7 de julio de 2013

Foiar

Duro cómo la vida de un vagabundo, y tan largo cómo la mía, se apretaba entre mis piernas el tubo por el que descendía todos los días desde la planta de arriba de mi casa de ensueño. Con ojeras volvía al ordenador, a seguir aprovechando el tiempo. Chafaba la moqueta con mis pies descalzos esperando la misma sensación de siempre que me hacía sentir tan guay cómo los actores porno. Los días pasaban fugaces ante mi, me dedicaba a comer patatas fritas, pizzas, hamburguesas, jugar a la videoconsola, y bañarme en mi jacuzzi. Era esclavo de la pereza, pero cuando eres rico, la pereza es el mejor amo. Disfrutaba de ella a diario, no hacía nada productivo nunca, detestaba hacerme de comer, para eso están las cocineras, que viven en la casa que tengo en el jardín. Odiaba hacer deporte, eso es algo que hacen los que no tienen dinero, con el dinero se liga mucho más que con el deporte. Las mujeres venían a hacer cola en mi puerta, querían un hombre de verdad. De los que si quieren pueden vestirse siempre con traje, aunque no lo hagan. En esa época, tenía casi siempre el pene en carne viva.
Ahora no tengo dinero, y ya no tengo nada, pero viví grandes cosas, y con esas cosas me voy ahora a la tumba.

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