Era muy bonita. Rápida y fría, precisa y eficaz. La levanté con mis dos manos de la mesa, creando un potencial de fuerza desde los hombros y llevándola hasta la altura de mi pecho, sentí su frió en mis manos, fue una sensación agradable. La miré primero a ella, y después a través de ella. Era ligera, cómo una hoja seca, pero a la vez peligrosa cómo las rosas. Habría matado por mi. Le habría llamado la atención a cualquiera que la hubiera visto por la calle, brillaba destellos de hermosura a la luz del sol, de una farola o de una simple cerilla. Por eso mismo, no podía dejar que nadie la viera, nadie me la quitaría. Le hablaba para hacer que fuera más única, más mía. Me daba la confianza que necesitaba en mi mismo, teniéndola cerca sentía que podía incluso estallar. Mi mano nunca se alejaba demasiado de su culo. He de admitir, que me volvió loco, esa mujer.
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