domingo, 7 de julio de 2013

Las sombras del pasado.

En el centro de la plaza se erigía un pilar blanco y enorme. Al rededor de este había un suelo liso que acababa en el horizonte. Mirase dónde mirase sólo veía el pilar, un pilar liso y cilíndrico, y al rededor, el infinito y encima el cielo. El pilar no terminaba, viajaba en línea recta hacia arriba, pero nunca se acababa, y no tenía sombra. Había luz, pero no había un sol. Yo no tenía sombra tampoco. Empecé a sentirme sólo y perdido. Pero apareció una persona más, una mujer con un cuchillo. Venía a matarme, yo me la habría follado, sinceramente, y creo que ambos habríamos disfrutado mucho más. Pero llegó hasta a mi con el cuchillo en el aire y sin mediar palabra me lo clavó en el centro del pecho. Era guapísima, unos ojos azules y profundos cómo el mar, un pelo liso y largo y negro. Unos labios rojos contrastando con una piel casi transparente. Rojos cómo la sangre que ahora brotaba de mi pecho y que dictaba mi final, su rostro inexpresivo me despidió de ese mundo y me envió a este, en el que no dejo de buscarla, para volver a empezar y volver a terminar.

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