sábado, 6 de julio de 2013

A ella siempre la querré.

Y entonces apareció ella, de entre un mar de peces estancados yo. Salí a la superficie, a punto de ahogarme estuve, pero logré respirar de su aliento y así curar mi dolor, mis recuerdos. Conseguí sufrir lo suficiente para disfrutar más de esta vida y disfrutar lo justo para no olvidar apreciarla. Con ella, logré equilibrar mi balanza, me llevó a la mesa y fue mi salvación. Ella demostró mi valía, mi supremacía y el verdadero sentido de mi existencia. Me hizo sentir útil, único, irresistible cómo el chocolate. Juntos creamos nuevas páginas, nuevas aventuras, desventuras y también momentos tediosos, pero esos los eliminamos de nuestros archivos. Me enalteció y me hizo entender que yo era mi propio Dios, y que podía confiarme yo mismo los deseos que quisiera. Me lo dio todo. Y nunca dejará de dármelo, hasta que la muerte nos separe.

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