En realidad no quería seguir viviendo, pero ahora un impulso más grande que toda esa desesperanza le guiaba. Arrastró su cuerpo por las cenizas, deslizó su carne desnuda por las piedras y el barro. La tormenta no cesó, se podría incluso decir que aumentó en ferocidad. Quizá alguien allá arriba no le quería fuera de su fría y gris caja. Pero eso no importaba, siempre y cuando él pudiera seguir eludiendo su destino, siempre que esa pequeña luz que se encendió en su cerebro al caer bajo la lluvia no se desvaneciera.
Ozing era un pueblo rodeado por un bosque al que llamaban, El Bosque. Lo llamaban así porque no había otro bosque, la gente de Ozing, era de Ozing, y no tenían porqué siquiera saber que existían nada a parte de Ozing. Los charcos eran cada vez más profundos, si no se conseguía poner de pie, acabaría ahogándose en cinco centímetros de profundidad. Entonces vio al fondo el árbol donde de pequeño solía jugar al escondite, allí era donde esperaba que los demás se escondieran. Imaginó por un momento que volvía a esa época, en la que todavía tenía la esperanza de ser feliz. Pero no dejaba de llover, y su mente volvió rápidamente a la realidad. Su corazón latía tan rápido como el de un animal perseguido por su depredador. Un devastador rayo cayó a diez metros de él, sobre el pararrayos de una casa derrumbada, y sus glándulas suprarrenales liberaron tanta adrenalina que adquirió la fuerza de un león en los brazos. Impulsó todo su cuerpo, sus piernas le resultaban tan pesadas como las de un hipopótamo, pero eso no le impedía seguir avanzando, abrió la boca bajo el sol y la lluvia, como un cocodrilo, y bebió tanta agua como quiso. Siguió arrastrándose con los brazos y sufriendo el roce de las piedras y la gravilla del suelo hasta que llegó a los árboles. Allí apoyó la espalda contra el tronco que en su infancia utilizaba para contar hasta cien. Escuchó durante horas los truenos caer, mirando a sus pies, sin poder moverlos. Observando, sin sentir nada, todas las heridas de sus piernas.
Al menos no moriría de sed, pero debía de encontrar el modo de no morir de hambre antes de que fuera demasiado tarde. Entonces se giró a mirar el árbol y vio algo escrito, algo que él escribió en su infancia, algo que todavía estaba en el olvido, pero que de repente le recordó que debía de seguir luchando.
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