jueves, 11 de julio de 2013

¿Una bandera?

Un color ondeando enfrente de mí. Olas aéreas que hacen que le des el valor que merece al viento. De fondo, la playa, la arena, sus conchas y sus secretos. A mi al rededor, los niños jugando a molestar, las mujeres jugando a insinuar y los hombres intentando parar el juego. De repente, algo se salió de contexto, un bañista intentaba tirar la silla del socorrista al suelo. El socorrista, alterado por la inminente caída de su sinuoso trono gestualizó el nerviosismo y la impotencia y cayó a plomo sobre la arena más dura y seca de la playa. Quedó allí, destronado y semiinconsciente, dejando la playa y sus clientes inseguros. Derrocando la bandera roja que impedía el baño y creando una anarquía generalizada.
El hombre que había embestido el gran taburete se marchó impune del área, nadie le dijo nada. El socorrista, aturdido por el golpe, no reaccionó hasta que fue demasiado tarde. Los nuevos domingueros ya habían llegado y se estaban bañando sin advertir el peligro de una bandera roja. El sol y la ausencia imaginada de peligro fueron quienes les obligaron a mojar sus cuerpos.
Sorpresivamente un hombre apareció andando desde el fondo del mar, vestido con un smoking y dijo:
- Por favor, disculpen caballeros.- todos se le quedaron mirando.
Continuó. - ¿Podrían recomendarme un tema sobre el que hablar en mis cuentos? -

miércoles, 10 de julio de 2013

En posesión de un arma.

Era muy bonita. Rápida y fría, precisa y eficaz. La levanté con mis dos manos de la mesa, creando un potencial de fuerza desde los hombros y llevándola hasta la altura de mi pecho, sentí su frió en mis manos, fue una sensación agradable. La miré primero a ella, y después a través de ella. Era ligera, cómo una hoja seca, pero a la vez peligrosa cómo las rosas. Habría matado por mi. Le habría llamado la atención a cualquiera que la hubiera visto por la calle, brillaba destellos de hermosura a la luz del sol, de una farola o de una simple cerilla. Por eso mismo, no podía dejar que nadie la viera, nadie me la quitaría. Le hablaba para hacer que fuera más única, más mía. Me daba la confianza que necesitaba en mi mismo, teniéndola cerca sentía que podía incluso estallar. Mi mano nunca se alejaba demasiado de su culo. He de admitir, que me volvió loco, esa mujer.

Incomprensión humana.

Miré en el espejo y me asusté tanto que quise gritar de pánico. Cerré los ojos. Los volví a abrir con la esperanza de que todo esto fuera un sueño, pero la misma imagen permanecía delante de mí, estática, inexpresiva. Recuerdo perfectamente el día anterior, cómo cualquier otro, fui al restaurante, para continuar con el trabajo, estuve toda la tarde ocupado y volví a las nueve para cenar. Leí un poco antes de conciliar el sueño, todo fue cómo siempre. No entiendo cómo he podido acabar así.

Volví mi atención de nuevo al espejo. Ahora mi mente ya empezaba a aceptar la situación. Empecé a mirarme más detenidamente, no lo podía creer, todo esto era surrealista, propio de un sueño infantil. Me acabo de dar cuenta de que no distingo los colores, todo está en blanco y negro, cómo en las películas buenas de Billy Wilder. Comprobé que cuando me movía hacia un lado, mi reflejo también lo hacía, cuando movía la cola, el reflejo también. Quise hablar, pero no sonó nada, sólo moví la mandíbula de arriba abajo. Entonces, asustado, grité y se escuchó un sonido que yo creí en un principio proveniente de la calle. Pero era yo, un ladrido sonó y mi corazón, bueno, mi corazón de perro, dio un vuelco. Mi pensamiento a pasado a ser lo más importante de mi ser, es lo único humano que conservo. Resignado y sin dejar de mirarme en el espejo, me apoyo sobre mis patas delanteras, debo de ser un perro pequeño, detrás de mi hay lo que parece ser una cama, y me saca unos centímetros. Empiezo a pensar cómo demonios habré llegado allí y entonces recuerdo lo que leí en un libro sobre el hinduismo. El ser humano es sólo una de las reencarnaciones del alma. Podría entonces haber muerto esa noche y haber vuelto a tomar consciencia una vez había crecido mi forma física cómo perro. No se me ocurre ninguna explicación a parte de esa.


Me decido por salir a la calle pero las puertas están cerradas, confuso, me siento en la alfombra y espero a que llegue alguien. El tiempo pasa rápido y la puerta se abre, un hombre calvo y gordo con una camiseta de tirantes blanca y un bañador entra escandalosamente en la casa sin prestarme el mínimo de atención y maldiciendo todo a su alrededor. Yo me pongo en posición de defensa, pero sin tiempo a reaccionar, recibo una patada de este individuo que me lanza tres metros atrás. Me encuentro en una encrucijada, este hombre podría matarme, he de escapar, el tiene un cuerpo humano, pero yo tengo una mente humana. La uso y hago lo que mejor sabemos hacer los humanos, escapo por la puerta que el gordo había olvidado cerrar, corro y entonces es cuando siento la libertad de correr a cuatro patas, tan rápido cómo un animal. Pero no he usado todo mi potencial, me he convertido en un animal completamente, al cruzar la calle no miré hacia los dos lados, ahora yazco en el suelo, con la marca de una rueda encima de mi barriga y las tripas asomándome por la boca, es mi fin, o quizá sólo sea el fin de esta vida.  

martes, 9 de julio de 2013

Desenamorado.

Se cierran los cielos, se abren las piernas.
Se apagan las luces, se enciende el placer.
Las nubes son grises, pero están lejos y tristes.
Yo en cambio, estoy feliz, contigo, dentro de ti.
No estoy enamorado, quizá sediento y agotado.
Pero tengo reservas para más, ya no quiero parar.
Volvemos al principio, cómo saltar entre precipicios.
Todo sigue y nada acaba.
Ya no hay final, ya no hay desquicios,
vuelve a apoyar la cabeza en la almohada.

lunes, 8 de julio de 2013

Las presas de mis ojos.

El reloj no deja de sonar. No me deja soñar.
Se me clavan sus agujas, no me dejan respirar.
Atrapado, no paro de girar, en un pensamiento en espiral.
Lágrimas de impotencia que confundo con tristeza.
Atascadas en mis ojos, cierro sus puertas con cerrojo.
No escaparán, no mostraré mi lamento.
Se quedarán, seré un mar por dentro.

Reflejos.

Sentado en la acera, mientras escupía las cáscaras de una pipa miré en el reflejo del escaparate y la vi a mi espalda. Me hice el despistado y volví a mirar serio al suelo de la calle, para hacerme el sorprendido cuando ella me sobresaltara. Pasaron unos segundos y no resistí la tentación de girarme. No había nadie, me había vuelto a equivocar otra vez, lo que había visto en el escaparate era un maniquí. Me volvió a engañar mi mente, mis ganas de verla de nuevo. Frustrado me levanté de la acera y me fui, hacía media hora que habíamos quedado en ese lugar, no aparecería. Me olvidaré de ella, pensé.

...

El trabajo es lo peor, nunca sabes a qué hora puede acabar, terminé y salí corriendo, llegaba tarde a mi cita. Cuando llegué le vi de lejos, estaba tan guapo cómo siempre, sentado en una acera, escupiendo pipas contra el suelo. Me puse detrás para sorprenderle pero el me miró por el reflejo del escaparate de enfrente y se quedó muy serio, apartó la vista. Me quedé confusa, esperé unos segundos a que dijera algo, pero permaneció impasible mirando al suelo, sin pensarlo demasiado me giré y me fui, supongo que esa fue su forma de decirme adiós.

Descripción.

Sus orejas eran pequeñas, pero proporcionadas, con ellas podía oír los secretos que le contaba al oído, muy de cerca. Eran suaves, cómo toda su piel, su pelo era rojo y llamativo, cómo la sangre, largo, liso, recto e interminable, cómo el horizonte desde el centro de un océano, me sentía perdido en él. Sus cejas dos rastros de espuma de los que dejan los veleros al surcar el mar. Dos soles fueron sus pómulos, levantándose cada vez que sonreía y encendiéndose cuando algo la sorprendía. Su barbilla la proa del barco más bonito, desde la cual, si miras abajo, verás el mejor paisaje. Pasando por su cuello, con una simple curva bella y fácil de intuir, podrías nunca hallar la salida. Por eso has de subir de nuevo a sus pestañas, que con libertad hacen de marco para sus pupilas, dos pozos negros en los que la pasión te atrapa y has de escapar para acabar en su boca. Su boca son dos labios carnosos, rosas y húmedos, que ocultan una lengua, que te deja sin habla. 

domingo, 7 de julio de 2013

Quiero ser.

Quiero que vuelva a latir mi corazón, que el sol brille como antaño,
sentir de nuevo el amor, esa sensación que tuve hace años.
Atravesar la espesa cortina de humo que me aleja del futuro.
Romper con mis costumbres, con mis formas de actuar.
Busco ser un ser único, un ser humano y no un sermón.
Alguien humilde, alguien extraño, alguien con don.

Foiar

Duro cómo la vida de un vagabundo, y tan largo cómo la mía, se apretaba entre mis piernas el tubo por el que descendía todos los días desde la planta de arriba de mi casa de ensueño. Con ojeras volvía al ordenador, a seguir aprovechando el tiempo. Chafaba la moqueta con mis pies descalzos esperando la misma sensación de siempre que me hacía sentir tan guay cómo los actores porno. Los días pasaban fugaces ante mi, me dedicaba a comer patatas fritas, pizzas, hamburguesas, jugar a la videoconsola, y bañarme en mi jacuzzi. Era esclavo de la pereza, pero cuando eres rico, la pereza es el mejor amo. Disfrutaba de ella a diario, no hacía nada productivo nunca, detestaba hacerme de comer, para eso están las cocineras, que viven en la casa que tengo en el jardín. Odiaba hacer deporte, eso es algo que hacen los que no tienen dinero, con el dinero se liga mucho más que con el deporte. Las mujeres venían a hacer cola en mi puerta, querían un hombre de verdad. De los que si quieren pueden vestirse siempre con traje, aunque no lo hagan. En esa época, tenía casi siempre el pene en carne viva.
Ahora no tengo dinero, y ya no tengo nada, pero viví grandes cosas, y con esas cosas me voy ahora a la tumba.

La muerte acecha.

En cada cuchillo de tu vajilla, en cada tenedor, incluso en cada plato de cerámica. En los enchufes, en las distracciones, en las bromas, en la carretera, en las entradas, en las salidas, en los patios, en los callejones, en los supermercados, en una tienda, en un chino, en un bar, en un parking, mientras duermes, mientras follas, mientras lees, mientras escuchas música. Te puede matar, un calvo, un viejo, un guapo, un feo, un niño, un gato, un perro, la piel de un plátano en el suelo. Tu no vas hacia la muerte, ella va hacia ti, y no para, no descansa, no se adormece, te alcanzará.
Pero puedes hacer algo, puedes andar, puedes correr, pensar, beber, llorar, reir, gritar. Puedes besar, robar, amar, olvidar, recordar, disfrutar. Puedes follar.

Las sombras del pasado.

En el centro de la plaza se erigía un pilar blanco y enorme. Al rededor de este había un suelo liso que acababa en el horizonte. Mirase dónde mirase sólo veía el pilar, un pilar liso y cilíndrico, y al rededor, el infinito y encima el cielo. El pilar no terminaba, viajaba en línea recta hacia arriba, pero nunca se acababa, y no tenía sombra. Había luz, pero no había un sol. Yo no tenía sombra tampoco. Empecé a sentirme sólo y perdido. Pero apareció una persona más, una mujer con un cuchillo. Venía a matarme, yo me la habría follado, sinceramente, y creo que ambos habríamos disfrutado mucho más. Pero llegó hasta a mi con el cuchillo en el aire y sin mediar palabra me lo clavó en el centro del pecho. Era guapísima, unos ojos azules y profundos cómo el mar, un pelo liso y largo y negro. Unos labios rojos contrastando con una piel casi transparente. Rojos cómo la sangre que ahora brotaba de mi pecho y que dictaba mi final, su rostro inexpresivo me despidió de ese mundo y me envió a este, en el que no dejo de buscarla, para volver a empezar y volver a terminar.

sábado, 6 de julio de 2013

Gafas de sol oscurecidas.

Era una mirada tan dura que atravesaba los cristales negros de mis gafas de sol. Unos labios serios, unas cejas cómo líneas escritas por mi, bellas. las silueta de su mandíbula era increíblemente perfecta, dibujada por el mejor artista no habría resultado tan provocativa. Sus caderas eran un motivo para el amor monógamo y aunque eso nunca haya sido una opción para mi, incluso hicieron que dudara. Sus atrayentes senos evocaban a la locura, inducían al sexo. En un suspiro mi mente la imaginó desnuda y no pude resistir la tentación de presentarle al mejor escritor de esta era. Saqué antes un pañuelo de seda del bolsillo de mi camisa para limpiar de mi frente el sudor que me provocaba tanta belleza irradiada. Conforme me acerqué subíó mi temperatura corporal y empecé a temblar por dentro, pero la americana no dejó que se notara, y las gafas de sol ocultaron mis nerviosas pupilas. Me quité las gafas a unos centímetros de su cara, sin apartar mi mirada de sus ojos, para no romper la magia del momento, y le dije, soy Dani. Ella me dijo, yo soy María, y él es mi novio.

A ella siempre la querré.

Y entonces apareció ella, de entre un mar de peces estancados yo. Salí a la superficie, a punto de ahogarme estuve, pero logré respirar de su aliento y así curar mi dolor, mis recuerdos. Conseguí sufrir lo suficiente para disfrutar más de esta vida y disfrutar lo justo para no olvidar apreciarla. Con ella, logré equilibrar mi balanza, me llevó a la mesa y fue mi salvación. Ella demostró mi valía, mi supremacía y el verdadero sentido de mi existencia. Me hizo sentir útil, único, irresistible cómo el chocolate. Juntos creamos nuevas páginas, nuevas aventuras, desventuras y también momentos tediosos, pero esos los eliminamos de nuestros archivos. Me enalteció y me hizo entender que yo era mi propio Dios, y que podía confiarme yo mismo los deseos que quisiera. Me lo dio todo. Y nunca dejará de dármelo, hasta que la muerte nos separe.