miércoles, 16 de abril de 2014

El maletín.

No. No puede ser verdad. No puede ser así. 
Lo meto dentro del maletín, me lo pongo bajo el brazo, y salgo. El suelo se mueve bajo mis pies, me dejo llevar. Mi frente suda, estoy nervioso. Me siento observado, choco mis hombros con todo aquél que pasa a mi lado. Paso por al lado de un escaparate y me observo en el espejo, el traje del funeral parece arrugado, mi cara blanca y el maletín sospechoso. Sigo avanzando en la jungla de miradas y tropiezo. Caigo sobre el maletín y se abre, la gente lo ve y abre la boca al instante, los niños se acercan, los mayores huyen. Lo cierro casi al instante, y la gente dirige sus miradas a mi. Miro para todos los lados, doy vueltas en un punto, me siento rodeado.
Esto no puede estar pasando.
Corro entre el bullicio y la gente se aparta con miedo. Me siento cada vez con menos fuerzas y cada vez más rodeado. Paro agotado, mis músculos ya no responden, mis suspiros son profundos, mi corazón hace un redoble y caigo al suelo. Encogido sobre mi maletín, resguardando mi tesoro. Pienso. Intento pensar. Desisto y, abrazo con todavía más fuerza mi maletín. Entonces oigo la voz de un transeúnte preguntando qué tal estoy y vuelvo a la realidad. Me levanto fingiendo tranquilidad, sacudo mi pantalón y vuelvo a andar despacio, sin haber respondido al transeúnte, que me dirige una mirada de incomprensión antes de volver a sus cosas. 
No sé donde estoy. 
Sigo andando, ahora hay menos personas paseando por las calles. Avanzo mirando al suelo, pienso en que ojalá nada de esto hubiera pasado nunca, ojalá no hubiese muerto, ojalá fuese yo el muerto. 
Pero su asesino tiene que verlo antes de morir, tiene que ver lo que hizo y ser consciente. 
No puede escaparse, no puede huir de la verdad, no debe. No debería. No si yo no se lo permito.
 
Ya estoy cerca del bar dónde él hace sus negocios. Mis nervios no me traicionan, todavía no, llevo el maletín de cuero bajo el brazo, pero no pienso entrar en ese sitio con el maletín, lo dejo en un callejón, detrás de un contenedor y me lanzo, sin pensar demasiado, a la puerta del bar. 
- ¡Pero mira quién ha venido! ¿Has conseguido la mercancía? ¡Cachearlo! -
- Lo tengo pero no está aquí.- Las miradas de los dos hombres que le cachean se cruzan entre ellas y el que manda de los dos le dice al jefe que no tengo nada. 
- ¿Dónde está? ¿Quieres que te torturemos? -
- No diré nada, ya no me importa mi vida, solo quiero hacer una cosa antes de morir. -
Veo como su mirada se pierde bajo mi mandíbula, como acaricia su perilla pensativo y.
- No, no vas a engañarme. No quiero saber cuál es esa cosa. - 
- Y no la vas a saber. - Contesto. Se hace un silencio, un hombre tan poderoso, desafiado por un fantasma. Vuelve a tocarse la perilla y me da la espalda mientras grita "¡Llevadlo a la caja!"
Me arrastran, me agarro a las paredes, intento morder sus manos, arañar sus caras, pero uno de ellos me golpea la cabeza y pierdo el sentido. 


Despierto con un dolor terrible en todo el cuerpo, intento moverme y no puedo, noto mis brazos pegados a mi costado y mis rodillas presionadas contra mi cara, solo hay un agujero por el que puedo mirar, y solo veo sombras. Percibo un ligero balanceo, estoy colgando del techo. 
Se enciende la luz. 
Pasan unos segundos, no cierro los ojos, quiero ver la cara de ese hijo de puta, pero sólo oigo su voz viniendo desde atrás. 
- ¿Nos vas a decir dónde está? - Se produce un silencio. 
Me sacudo de rabia dentro de la maldita caja pero no logro que se balancee siquiera. 
La luz se vuelve a apagar, y oigo una puerta cerrándose. 

Cierro los ojos y empiezo a pensar. 
Pero vuelve a abrirse la puerta y entra el capo, esta vez sin decir palabra. Se pone delante del agujero desde el que puedo mirar y se ríe. No digo palabra, me escupe a los ojos, los cierro, y se vuelve a reír. Permanezco en silencio. Empieza a golpear la jaula, juega con ella como un niño con un columpio, me da vueltas, cada vez más rápidas y no deja de reírse. 
No puedo evitar marearme y acabo vomitando, lleno la caja de esa sustancia y me pringo entero. Él capo ahora ríe mucho más sonoramente, pero toca la caja con asco.
Llama a uno de sus hombres para que me gire mientras él ve como sufro. 
Oigo como se apoya en una esquina, y yo no paro de dar vueltas y más vueltas. Oigo las voces de sus hombres añadidas a su risa, forman un sonido muy parecido al de una manada de hienas. 

Entonces algo increíble ocurre, la caja de hierro, debido a su peso, ha tomado una velocidad increíble, la cadena del techo ya no puede seguir aguantándola y se rompe. 
Salgo volando y doy a parar con la cara sonriente del capo, caigo sobre él como una bomba atómica y destrozando su cráneo. 
Ruedo como un dado y me quedo mirándole, mareado pero consciente de todo. 
Veo como su cara se ha hundido hacia dentro, ya no tiene nariz y sus ojos son dos hilos de baba blanca colgando sobre sus pómulos, veo su lengua mover sus dientes hacia un lado y todo su cuerpo empieza a dar sacudidas. Un sonido gutural inunda el cuarto, sigue dando botes sobre la moqueta tiznada de rojo durante un buen rato, las sacudidas cada vez se repiten en periodos de tiempo más largos, la voz gutural desaparece y con ella viene la última sacudida. Su cuerpo queda tendido en el suelo y su sangre empieza a entrar en mi jaula mezclándose con mi vómito.
No puedo evitar dibujar una sonrisa en mi cara. Y entonces la luz se vuelve a apagar y oigo como se cierra la puerta. 
Con el golpe, la caja se ha abierto, pero los dos guardaespaldas zoquetes no se han dado cuenta, salgo tullido y callándome mil gritos de dolor y me apoyo contra la puerta, oigo como llaman a la policía sin dar sus nombres y como huyen de la escena, son sólo ratas asustadas. 
Espero un tiempo prudencial y salgo a la calle. 
Es de noche, las farolas alumbran lo suficiente y cojeo hacia el callejón para coger mi maletín. 
No he conseguido que viera lo que tenía que ver, su creación.
A oscuras en el callejón, abro el maletín, y palpo lo que hay dentro, un misterio en la oscuridad.
Mi corazón da un vuelco y vuelvo a cerrarlo. 
No puedo olvidarlo. No puedo vivir con ello. Abro de nuevo el maletín. Cojo aquello con mi mano izquierda y el revólver con la derecha. No veo nada en la oscuridad y presiono el cañón de la pistola contra mi sien. 
Aprieto el gatillo y. 
El arma de fuego me ilumina para que lo vea por última vez. 








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