Salgo de casa como cualquier otro día, le lanzo una sonrisa a mi vecina, una señora mayor, mayor que yo incluso. Con cincuenta años ya no ando igual de rápido, y mucho menos con lo poco que como.
Todos los días hay problemas en este barrio, y hoy no va a ser menos. La gente me considera un loco, todos me conocen, y me dan la espalda. Me llaman "el justiciero" y cada vez que lo dicen se ríen.
Llego a la puerta den colegio, los niños salen corriendo hacia sus casas. Al otro lado de la acera hay dos hombres vestidos de traje al lado de coche negro y con bolsas de pica-pica en las manos, se las están ofreciendo a los niños. Algunos padres van a recoger a sus hijos a la puerta, cuando pasan por al lado de estos hombres apartan la mirada, con miedo.
Lo observo todo desde un banco, siento lo mismo que siempre, impotencia, no dejaré de sentirla.
Ya no aguanto más, me levanto y voy hacia ellos. No se lo esperan y le doy un puñetazo con todas mis fuerzas a uno de ellos en la espalda. Se da la vuelta sorprendido y me empuja al suelo. Los padres pasan muy cerca tapándole los ojos a sus hijos, no hacen nada para ayudarme.
- ¿Otra vez aquí? - dice el jefe de la pareja.
- ¿Quién tiene los pantalones en la relación? - respondo. Entonces el que había permanecido callado me pone el pie sobre el pecho y lo aprieta, escupe en mi cara. El otro le ordena que pare, por los niños que hay delante.
- ¿Quién es el que da por culo de los dos? - insisto desde el suelo. Entonces, el que parecía el jefe vuelve a mi, apoya una rodilla en mis testículos y la otra en mi pecho, y delante de todos los padres y los niños me golpea en la cara hasta que empieza a mancharse con mi sangre.
Tengo la cabeza doblada hacia un lado, permanezco semiinconsciente y tumbado sobre la acera.
Veo a un hombre en traje funerario acercarse a los dos camellos, éstos le dan un par de bolsitas y él las esnifa sin moverse del sitio. Se le dilatan las pupilas y no para de sudar. No puedo moverme, me duele todo el cuerpo, veo como coge a un niño y se lo lleva de la mano.
Cierro los ojos y pienso en lo que ese hombre podría hacerle al niño, me tiembla todo el cuerpo. Pero aún así hago un esfuerzo, me giro bocabajo y me levanto. Doy unos pasos en dirección al hombre del traje funerario y siento el pie de uno de los camellos en la espalda. Tropiezo pero mantengo el equilibrio. "No vuelvas por aquí." me susurra el silencioso en tono de advertencia.
Me muevo con cautela tras el hombre y el niño. Les sigo sin ser visto varias calles hasta que entran en el portal de un bloque de edificios abandonado. Los pierdo. Entro en el portal.
Oigo gritos.
Oigo los gritos de un niño.
Corro por las escaleras, sigo el sonido de los gritos.
Llego al tercer piso, los gritos salen de la puerta de la derecha. Golpeo fuertemente la puerta, los gritos paran, se oye un cuerpo caer al suelo. Sigo dando golpes a la puerta, entonces la puerta se derrumba hacia dentro.
Veo a un hombre de espaldas y a lo lejos, con un maletín abierto encima de una mesa, está temblando. A su lado hay un niño tirado en el suelo bocabajo, con un charco de sangre al rededor de la cabeza.
Está muerto.
Ya no puedo hacer nada.
Me muerdo la lengua hasta casi arrancármela para mantenerme en silencio, veo como coge un cuchillo ensangrentado de la mesa y fríamente se lo guarda en un bolsillo. Decido esconderme para que no me vea. Desde donde estoy puedo ver como coge el móvil para hacer una llamada, sólo oigo susurros, pero todavía puedo entender algo en la lejanía.
- Ya he cumplido con mi parte capo, tengo el regalo para tu mujer en el maletín. - dice el asesino.
- Esa hija de puta se va a enterar, ese niño no era mio... nadie me engaña, tráelo enseguida. - responde la voz al otro lado.
Cuelga y destroza el móvil contra el suelo, está nervioso, temblando con una pistola en la mano. Se mueve sin parar, de un lado a otro.
Centra su atención en el interior del maletín.
Tiene los ojos casi en blanco, se ha orinado encima, y no para de blasfemar entre dientes.
Guarda la pistola en el maletín y lo cierra.
Se da la vuelta y pasa por mi lado sin verme, temblando y con los ojos en blanco.
Sin tiempo a sentir lástima por el cadáver del niño, sólo sintiendo rabia, sigo por detrás al del maletín, quiero que me lleve hasta su jefe.
Le sigo a plena luz del día, desde la distancia, hay mucha gente. Todos se alejan de él. No para de temblar, a los cinco minutos tropieza y cae al suelo. Entre la multitud me acerco y le ayudo a levantarse, no quiero olvidar su cara. Pero él ha visto la mía y tengo que evitarle durante un tiempo prudencial. Le doy la espalda.
Vuelvo a girarme, le he perdido.
Está anocheciendo, giro una esquina y le veo de lejos entrando sin el maletín en un bar que hay al lado de un callejón, me quedo en el sitio, desde lejos, sin moverme, no tengo prisa.
Pasan las horas.
Empiezo a rascarme los ojos, me duelen, y justo cuando dejo de hacerlo veo a los dos camellos salir del bar, corriendo, se meten hacia el callejón para esconderse, van con pistolas y linternas, me quedo en el sitio, esperando.
Al rato sale el asesino del niño, sangrando y arrastrándose, cogido a las paredes, y le pierdo de vista cuando entra en el callejón.
Justo entonces me acerco corriendo hacia el callejón, para terminar de matarlo, pero antes de llegar a la esquina suena un disparo. Y asustado me escondo dentro del bar, hay una habitación muy oscura, me quedo allí, guarecido, de pie. Huele mal, pero dejo de pensar en el olor cuando oigo dos disparos más.
Intento respirar lento, pero siento miedo.
Estoy temblando de miedo.
La puerta de la habitación se ha abierto, mis ojos se acaban de acostumbrar ligeramente a la oscuridad y puedo distinguir la silueta de un hombre avanzando a la pata coja con un maletín. No me ve.
Entonces enciende una linterna y veo por primera vez lo que hay dentro de ese cuarto.
No tengo palabras para describirlo, se me mezcla el miedo y el asco. Las arcadas y las palpitaciones. Puedo oír su respiración agitada, veo como enfoca al maletín y lo abre, entonces pierde el sentido y cae hacia un lado.
Lo que hay dentro del maletín cae al suelo, y la linterna se queda enfocada hacia la...
Al verlo me derrumbo.
Caigo de rodillas.
Me tapo la cara.
Siento mi cara contra las palmas de mis manos y cierro los ojos, no puedo arrancarme la imagen del cerebro. Me clavo las uñas y grito de dolor ante tal imagen.
Empieza a sonar la lluvia sobre los ladridos del vecindario, de lejos, el sonido de las sirenas de varios coches de policía que empiezan a acercarse.