miércoles, 23 de abril de 2014

En un suspiro.

Absorto entre sombrías lagunas de asfalto, bajo el mar celeste lleno de esponjas grises. 
Persiguió el rumor del agua de una cascada metálica y llegó al parque de sus suspiros. Donde los árboles lloran ramas y las piedras son juguetes. 
Empezó a suspirar y pensó en la verdad, en que nadie se la había dicho nunca, y en que él se la había escondido al mundo. Se dio cuenta de que esconder y no decir era lo mismo y que él era un pez mordiéndose la cola. Un hipócrita más. 
Y cuando terminó ese suspiro, los árboles dejaron de llorar, las esponjas se convirtieron en nubes, el mar celeste en un simple cielo y la cascada metálica en una fuente. Las lagunas de asfalto dejaron de absorberle y pasaron a ser simples carreteras por las que pasan coches y no las luces del atardecer. 
Entonces cerró los ojos y no vio nada. Porque no hay nada cuando cierras los ojos. Y si lo hay, solo son mentiras. 

sábado, 19 de abril de 2014

El justiciero

Salgo de casa como cualquier otro día, le lanzo una sonrisa a mi vecina, una señora mayor, mayor que yo incluso. Con cincuenta años ya no ando igual de rápido, y mucho menos con lo poco que como. 
Todos los días hay problemas en este barrio, y hoy no va a ser menos. La gente me considera un loco, todos me conocen, y me dan la espalda. Me llaman "el justiciero" y cada vez que lo dicen se ríen. 
Llego a la puerta den colegio, los niños salen corriendo hacia sus casas. Al otro lado de la acera hay dos hombres vestidos de traje al lado de coche negro y con bolsas de pica-pica en las manos, se las están ofreciendo a los niños. Algunos padres van a recoger a sus hijos a la puerta, cuando pasan por al lado de estos hombres apartan la mirada, con miedo. 
Lo observo todo desde un banco, siento lo mismo que siempre, impotencia, no dejaré de sentirla. 
Ya no aguanto más, me levanto y voy hacia ellos. No se lo esperan y le doy un puñetazo con todas mis fuerzas a uno de ellos en la espalda. Se da la vuelta sorprendido y me empuja al suelo. Los padres pasan muy cerca tapándole los ojos a sus hijos, no hacen nada para ayudarme. 
- ¿Otra vez aquí? - dice el jefe de la pareja. 
- ¿Quién tiene los pantalones en la relación? - respondo. Entonces el que había permanecido callado me pone el pie sobre el pecho y lo aprieta, escupe en mi cara. El otro le ordena que pare, por los niños que hay delante. 
- ¿Quién es el que da por culo de los dos? - insisto desde el suelo. Entonces, el que parecía el jefe vuelve a mi, apoya una rodilla en mis testículos y la otra en mi pecho, y delante de todos los padres y los niños me golpea en la cara hasta que empieza a mancharse con mi sangre.
Tengo la cabeza doblada hacia un lado, permanezco semiinconsciente y tumbado sobre la acera.
Veo a un hombre en traje funerario acercarse a los dos camellos, éstos le dan un par de bolsitas y él las esnifa sin moverse del sitio. Se le dilatan las pupilas y no para de sudar. No puedo moverme, me duele todo el cuerpo, veo como coge a un niño y se lo lleva de la mano. 
Cierro los ojos y pienso en lo que ese hombre podría hacerle al niño, me tiembla todo el cuerpo. Pero aún así hago un esfuerzo, me giro bocabajo y me levanto. Doy unos pasos en dirección al hombre del traje funerario y siento el pie de uno de los camellos en la espalda. Tropiezo pero mantengo el equilibrio. "No vuelvas por aquí." me susurra el silencioso en tono de advertencia. 
Me muevo con cautela tras el hombre y el niño. Les sigo sin ser visto varias calles hasta que entran en el portal de un bloque de edificios abandonado. Los pierdo. Entro en el portal. 
Oigo gritos. 
Oigo los gritos de un niño.
Corro por las escaleras, sigo el sonido de los gritos. 
Llego al tercer piso, los gritos salen de la puerta de la derecha. Golpeo fuertemente la puerta, los gritos paran, se oye un cuerpo caer al suelo. Sigo dando golpes a la puerta, entonces la puerta se derrumba hacia dentro. 
Veo a un hombre de espaldas y a lo lejos, con un maletín abierto encima de una mesa, está temblando. A su lado hay un niño tirado en el suelo bocabajo, con un charco de sangre al rededor de la cabeza. 
Está muerto.
Ya no puedo hacer nada. 
Me muerdo la lengua hasta casi arrancármela para mantenerme en silencio, veo como coge un cuchillo ensangrentado de la mesa y fríamente se lo guarda en un bolsillo. Decido esconderme para que no me vea. Desde donde estoy puedo ver como coge el móvil para hacer una llamada, sólo oigo susurros, pero todavía puedo entender algo en la lejanía.
- Ya he cumplido con mi parte capo, tengo el regalo para tu mujer en el maletín. - dice el asesino.
- Esa hija de puta se va a enterar, ese niño no era mio... nadie me engaña, tráelo enseguida. - responde la voz al otro lado. 
Cuelga y destroza el móvil contra el suelo, está nervioso, temblando con una pistola en la mano. Se mueve sin parar, de un lado a otro. 
Centra su atención en el interior del maletín. 
Tiene los ojos casi en blanco, se ha orinado encima, y no para de blasfemar entre dientes. 
Guarda la pistola en el maletín y lo cierra. 
Se da la vuelta y pasa por mi lado sin verme, temblando y con los ojos en blanco. 
Sin tiempo a sentir lástima por el cadáver del niño, sólo sintiendo rabia, sigo por detrás al del maletín, quiero que me lleve hasta su jefe. 
Le sigo a plena luz del día, desde la distancia, hay mucha gente. Todos se alejan de él. No para de temblar, a los cinco minutos tropieza y cae al suelo. Entre la multitud me acerco y le ayudo a levantarse, no quiero olvidar su cara. Pero él ha visto la mía y tengo que evitarle durante un tiempo prudencial. Le doy la espalda. 
Vuelvo a girarme, le he perdido. 
Está anocheciendo, giro una esquina y le veo de lejos entrando sin el maletín en un bar que hay al lado de un callejón, me quedo en el sitio, desde lejos, sin moverme, no tengo prisa.
Pasan las horas. 
Empiezo a rascarme los ojos, me duelen, y justo cuando dejo de hacerlo veo a los dos camellos salir del bar, corriendo, se meten hacia el callejón para esconderse, van con pistolas y linternas, me quedo en el sitio, esperando. 
Al rato sale el asesino del niño, sangrando y arrastrándose, cogido a las paredes, y le pierdo de vista cuando entra en el callejón. 
Justo entonces me acerco corriendo hacia el callejón, para terminar de matarlo, pero antes de llegar a la esquina suena un disparo. Y asustado me escondo dentro del bar, hay una habitación muy oscura, me quedo allí, guarecido, de pie. Huele mal, pero dejo de pensar en el olor cuando oigo dos disparos más. 
Intento respirar lento, pero siento miedo. 
Estoy temblando de miedo. 
La puerta de la habitación se ha abierto, mis ojos se acaban de acostumbrar ligeramente a la oscuridad y puedo distinguir la silueta de un hombre avanzando a la pata coja con un maletín. No me ve.
Entonces enciende una linterna y veo por primera vez lo que hay dentro de ese cuarto. 
No tengo palabras para describirlo, se me mezcla el miedo y el asco. Las arcadas y las palpitaciones. Puedo oír su respiración agitada, veo como enfoca al maletín y lo abre, entonces pierde el sentido y cae hacia un lado. 
Lo que hay dentro del maletín cae al suelo, y la linterna se queda enfocada hacia la...
Al verlo me derrumbo.
Caigo de rodillas.
Me tapo la cara.
Siento mi cara contra las palmas de mis manos y cierro los ojos, no puedo arrancarme la imagen del cerebro. Me clavo las uñas y grito de dolor ante tal imagen. 
Empieza a sonar la lluvia sobre los ladridos del vecindario, de lejos, el sonido de las sirenas de varios coches de policía que empiezan a acercarse. 







Movido por la muerte.

El cielo está muerto, está oscuro, y yo, con los ojos cerrados, siento una luz poderosa, y un trueno explotando a unos diez metros. Me levanto como un animal acechado, esperando la continuación, esperando la lluvia, pero no llueve. 
Veo algo, un bulto más oscuro que el resto, al lado de un contenedor, no parece una bolsa de basura, me acerco. 
Siento el miedo potenciado al comprobar que es un cadáver, noto una caja en sus pies, palpo algo dentro, tiene una textura extraña, la cierro, intuyo que es un maletín. 
Busco algo de valor en su cuerpo y cuando doy con la cabeza siento por mis dedos su sangre y trozos de huesos moviéndose, sin querer meto el dedo en el agujero de la bala, y lo saco completamente pringado. No siento pena por ese suicida. Me limpio en su manga y sigo bajando la mano hasta que choco con algo frío, es la pistola, me la guardo en la parte trasera del pantalón. 
Acabo de oír unos pasos y veo la luz lejana de una linterna enfocando al suelo, rápidamente entro en estado de alerta, me agacho y observo con atención. Son dos hombres altos, se mueven rápido de un lado a otro, murmullan algo incomprensible, parecen enfadados. 
Se están acercando. 
Pienso rápido. Si ven el cadáver con un disparo en la cabeza y sin una pistola en la mano, van a buscar a quién la haya cogido, y sabrán que está cerca, ellos también habrán oído el disparo. Así que debo de esconder el cadáver. 
Lo intento levantar para echarlo al contenedor pero pesa demasiado, es imposible, sólo puedo arrastrarlo. 
Están más cerca, las luces de sus linternas están enfocando a los pies del muerto, pero todavía no lo han visto. 
Lo cojo de debajo de los brazos y retrocedo hacia mis cartones todo lo rápido que puedo para esconderlo bajo ellos, me han oído. 
Vienen hacia mi, las luces de las linternas tiemblan en las paredes del callejón. 
- ¡Eh! ¡Eh!, ¡no te muevas! - grita uno de los dos, parece que es él quien lleva la voz cantante. 
Todavía estoy cogiendo el cadáver por las axilas cuando una luz choca directa contra mis ojos.
No veo nada. 
El hombre sigue gritando, cada vez siento sus gritos más cerca. No siento miedo, pero entonces oigo un disparo. Y justo después noto un terrible dolor en mi rodilla, ya no puedo seguir sosteniéndome, caigo hacia atrás y el cuerpo cae encima de mi. 
Me aguanto los gritos de dolor y noto como la sangre se me acumula en las extremidades, aprieto los dientes, intento frenar mi respiración, aunque sé que no puedo. 
Oigo los pasos de alguien acercándose, preguntan. "¿Dónde está el maletín?". 
El maletín está entre el cadáver y yo, pero no pienso decir nada. Esta vez será sangre por sangre, oculto bajo el suicida, cojo la pistola de mi espalda y me preparo. 
- ¿Dónde está? - grita agresivamente, mientras le hace un signo a su compañero para que mueva el cadáver de encima. 
Rueda hacia un lado y quedo al descubierto con el revólver apuntando a Dios. 
Dos disparos, limpios. 
Caen los cuerpos al suelo, suena el metal de sus manos contra el cemento, una linterna se rompe y la otra queda apuntando hacia el fondo del callejón, la cojo, y también cojo el maletín. 
Si han dado sus vidas por él, tiene que tener algo muy valioso. 
Me levanto y cojeo hasta la farola que da a la calle, no hay nadie, deben de ser las cinco de la mañana, se oyen perros ladrar al fondo, puede que los disparos les hayan puesto nerviosos. 
Cada vez siento el dolor más agudo en mi pierna, giro a la derecha y veo la puerta de un local abierta, me cuelo, está vacío. 
Me introduzco hasta el fondo, arrastro mi pie, que cada vez sangra más, abro una puerta y entro en una habitación oscura. Me tropiezo con algo metálico y siento un olor ácido, a vómito. Me aparto un poco y me siento a descansar. Cada vez siento menos mi cuerpo. 
Enciendo la linterna. 
Estoy enfocando hacia mi pierna, una sangre violeta, oscura, sale de ella a borbotones, empiezo a ver puntitos brillantes y todo se oscurece un poco más. 
Reclino el cuerpo y miro a un lado.
No.
No puede ser.
Es un monstruo, inmóvil. 
La imagen de un rostro blanco, morado, rojo y negro se materializa a diez centímetros de mis ojos. 
Los cierro como en un mal sueño y los aprieto con todas mis fuerzas, siento la vida escaparse de mi a cada esfuerzo. Incluso con los ojos cerrados sigo teniendo en la mente la imagen de esa cara. Cada vez tengo menos fuerzas.
Tengo mucho sueño.
A la vez siento un asco terrible por todo, el olor, esa imagen, me encuentro fatal. Necesito una medicina, necesito algo.
Abro el maletín para ver que hay dentro y.
No puede ser, es imposible.
Siento un mareo muy grande, lo cierro. Giro la cabeza hacia un lado y veo de nuevo al monstruo, entonces siento como mi corazón acelera. Abro los ojos ante la oscuridad y de repente, para. 
Ya no lo noto latir. Tengo miedo, frío, caigo de lado, encima del monstruo, y con el maletín en las piernas, ya no veo nada con los ojos abiertos. También dejo de oír, dejo de sentir el suelo bajo mi cuerpo, el vómito deja de oler y dejo por fin de notar el sabor a sangre en mi boca. 






miércoles, 16 de abril de 2014

El maletín.

No. No puede ser verdad. No puede ser así. 
Lo meto dentro del maletín, me lo pongo bajo el brazo, y salgo. El suelo se mueve bajo mis pies, me dejo llevar. Mi frente suda, estoy nervioso. Me siento observado, choco mis hombros con todo aquél que pasa a mi lado. Paso por al lado de un escaparate y me observo en el espejo, el traje del funeral parece arrugado, mi cara blanca y el maletín sospechoso. Sigo avanzando en la jungla de miradas y tropiezo. Caigo sobre el maletín y se abre, la gente lo ve y abre la boca al instante, los niños se acercan, los mayores huyen. Lo cierro casi al instante, y la gente dirige sus miradas a mi. Miro para todos los lados, doy vueltas en un punto, me siento rodeado.
Esto no puede estar pasando.
Corro entre el bullicio y la gente se aparta con miedo. Me siento cada vez con menos fuerzas y cada vez más rodeado. Paro agotado, mis músculos ya no responden, mis suspiros son profundos, mi corazón hace un redoble y caigo al suelo. Encogido sobre mi maletín, resguardando mi tesoro. Pienso. Intento pensar. Desisto y, abrazo con todavía más fuerza mi maletín. Entonces oigo la voz de un transeúnte preguntando qué tal estoy y vuelvo a la realidad. Me levanto fingiendo tranquilidad, sacudo mi pantalón y vuelvo a andar despacio, sin haber respondido al transeúnte, que me dirige una mirada de incomprensión antes de volver a sus cosas. 
No sé donde estoy. 
Sigo andando, ahora hay menos personas paseando por las calles. Avanzo mirando al suelo, pienso en que ojalá nada de esto hubiera pasado nunca, ojalá no hubiese muerto, ojalá fuese yo el muerto. 
Pero su asesino tiene que verlo antes de morir, tiene que ver lo que hizo y ser consciente. 
No puede escaparse, no puede huir de la verdad, no debe. No debería. No si yo no se lo permito.
 
Ya estoy cerca del bar dónde él hace sus negocios. Mis nervios no me traicionan, todavía no, llevo el maletín de cuero bajo el brazo, pero no pienso entrar en ese sitio con el maletín, lo dejo en un callejón, detrás de un contenedor y me lanzo, sin pensar demasiado, a la puerta del bar. 
- ¡Pero mira quién ha venido! ¿Has conseguido la mercancía? ¡Cachearlo! -
- Lo tengo pero no está aquí.- Las miradas de los dos hombres que le cachean se cruzan entre ellas y el que manda de los dos le dice al jefe que no tengo nada. 
- ¿Dónde está? ¿Quieres que te torturemos? -
- No diré nada, ya no me importa mi vida, solo quiero hacer una cosa antes de morir. -
Veo como su mirada se pierde bajo mi mandíbula, como acaricia su perilla pensativo y.
- No, no vas a engañarme. No quiero saber cuál es esa cosa. - 
- Y no la vas a saber. - Contesto. Se hace un silencio, un hombre tan poderoso, desafiado por un fantasma. Vuelve a tocarse la perilla y me da la espalda mientras grita "¡Llevadlo a la caja!"
Me arrastran, me agarro a las paredes, intento morder sus manos, arañar sus caras, pero uno de ellos me golpea la cabeza y pierdo el sentido. 


Despierto con un dolor terrible en todo el cuerpo, intento moverme y no puedo, noto mis brazos pegados a mi costado y mis rodillas presionadas contra mi cara, solo hay un agujero por el que puedo mirar, y solo veo sombras. Percibo un ligero balanceo, estoy colgando del techo. 
Se enciende la luz. 
Pasan unos segundos, no cierro los ojos, quiero ver la cara de ese hijo de puta, pero sólo oigo su voz viniendo desde atrás. 
- ¿Nos vas a decir dónde está? - Se produce un silencio. 
Me sacudo de rabia dentro de la maldita caja pero no logro que se balancee siquiera. 
La luz se vuelve a apagar, y oigo una puerta cerrándose. 

Cierro los ojos y empiezo a pensar. 
Pero vuelve a abrirse la puerta y entra el capo, esta vez sin decir palabra. Se pone delante del agujero desde el que puedo mirar y se ríe. No digo palabra, me escupe a los ojos, los cierro, y se vuelve a reír. Permanezco en silencio. Empieza a golpear la jaula, juega con ella como un niño con un columpio, me da vueltas, cada vez más rápidas y no deja de reírse. 
No puedo evitar marearme y acabo vomitando, lleno la caja de esa sustancia y me pringo entero. Él capo ahora ríe mucho más sonoramente, pero toca la caja con asco.
Llama a uno de sus hombres para que me gire mientras él ve como sufro. 
Oigo como se apoya en una esquina, y yo no paro de dar vueltas y más vueltas. Oigo las voces de sus hombres añadidas a su risa, forman un sonido muy parecido al de una manada de hienas. 

Entonces algo increíble ocurre, la caja de hierro, debido a su peso, ha tomado una velocidad increíble, la cadena del techo ya no puede seguir aguantándola y se rompe. 
Salgo volando y doy a parar con la cara sonriente del capo, caigo sobre él como una bomba atómica y destrozando su cráneo. 
Ruedo como un dado y me quedo mirándole, mareado pero consciente de todo. 
Veo como su cara se ha hundido hacia dentro, ya no tiene nariz y sus ojos son dos hilos de baba blanca colgando sobre sus pómulos, veo su lengua mover sus dientes hacia un lado y todo su cuerpo empieza a dar sacudidas. Un sonido gutural inunda el cuarto, sigue dando botes sobre la moqueta tiznada de rojo durante un buen rato, las sacudidas cada vez se repiten en periodos de tiempo más largos, la voz gutural desaparece y con ella viene la última sacudida. Su cuerpo queda tendido en el suelo y su sangre empieza a entrar en mi jaula mezclándose con mi vómito.
No puedo evitar dibujar una sonrisa en mi cara. Y entonces la luz se vuelve a apagar y oigo como se cierra la puerta. 
Con el golpe, la caja se ha abierto, pero los dos guardaespaldas zoquetes no se han dado cuenta, salgo tullido y callándome mil gritos de dolor y me apoyo contra la puerta, oigo como llaman a la policía sin dar sus nombres y como huyen de la escena, son sólo ratas asustadas. 
Espero un tiempo prudencial y salgo a la calle. 
Es de noche, las farolas alumbran lo suficiente y cojeo hacia el callejón para coger mi maletín. 
No he conseguido que viera lo que tenía que ver, su creación.
A oscuras en el callejón, abro el maletín, y palpo lo que hay dentro, un misterio en la oscuridad.
Mi corazón da un vuelco y vuelvo a cerrarlo. 
No puedo olvidarlo. No puedo vivir con ello. Abro de nuevo el maletín. Cojo aquello con mi mano izquierda y el revólver con la derecha. No veo nada en la oscuridad y presiono el cañón de la pistola contra mi sien. 
Aprieto el gatillo y. 
El arma de fuego me ilumina para que lo vea por última vez. 








lunes, 14 de abril de 2014

En ningún sitio.

Humo en las calles de un barrio situado en ningún sitio. Niebla, oscuridad y una dulce y tenue música que se aproxima desde el cielo. Piedras húmedas en el suelo, reflejando el brillo de las almas que las pisan. Y esa mujer lejana, entre las nubes de la niebla, con sus labios sonriendo y con sus ojos ocultos bajo una cascada de rizos castaños e infinitos. Esa mirada que busco y no encuentro, y que me tiene preso, que me catapulta hacia ella. Mis zapatos pisan esas piedras y no suenan, porque estoy vacío sin sus ojos. Y voy tras ella, pero su dulce mirada se escapa de mi, entre la niebla y la oscuridad. Me deslizo y entro en el café en el que ella ha entrado, por una puerta robliza y dorada. Dentro la música y la niebla desaparecen, y aparece el humo blanco y gris del tabaco de los clientes, veo tazas posadas sobre manteles magenta, oigo el tintineo de los camareros pasando por las mesas. El parqué cruje cada vez más fuerte con mis pasos y logro ver al fondo de la habitación unos ojos rodeados de un denso humo gris. Unos ojos del color de la madera más salvaje, a los que me aferro como un marinero solitario a una madera en el centro del océano. Y en un parpadeo me aproximo, sus ojos aparecen cerca, extraños y por descubrir, siento la respiración acelerada de su boca bajo su nariz y sus mejillas, y mis latidos se disparan, noto su mano aferrada al dorso de la mía y sus labios acercándose a mi oído. Un susurro incomprensible pero bello, sus palabras flotan pero no las logro comprender. Vuelve la cabeza hacia atrás, sus rizos acarician mi cuello y me estremezco por dentro. Presiono su cintura contra la mía y siento la oscuridad desvanecerse, el humo gris desaparece y la luz de su belleza se convierte en todo lo que soy capaz de sentir. Me acerco más a ella y me hundo en un sueño eterno con solo rozar mis labios con los suyos, cierro los ojos y suelto esa madera marrón que me tenía atado al sufrimiento. Noto la humedad del océano acariciando mi lengua. Me pierdo en las profundidades de ese azul tan rojo, me dejo caer hasta el fondo de esa alma para llenarla, sobre un suelo que brilla como el sol, en un bar, en ningún sitio, pero lejos de la niebla y de la oscuridad. 

miércoles, 9 de abril de 2014

Onírico lamento

Si todo acaba, 
quiero ver como amanece,
y oír los pájaros cantar.
Tocar las hojas,
sentir el viento.
Saborear la libertad. 

Si acaba todo,
quiero ver sus ojos,
y oír su voz volar.
Tocar su cara,
sentir sus labios.
Saborear su boca y
despertar.