miércoles, 19 de febrero de 2014

Tinieblas tétricas

         Avancé a través del humo y las personas, siguiendo su mágica estela dentro del bar, entre la tenue luz amarilla de las románticas velas negras de las mesas y bajo la fluida conversación del saxo con el piano. Sin mucha luz, perseguí su aroma hasta la salida del bar, vi su vestido sedoso burdeos fluir tras ella y desaparecer mientras la puerta de salida de emergencia acompañaba su movimiento y nos separaba, por momentos. Sentí la presión, que se siente al estar trescientos metros bajo el mar, se llevó el oxígeno consigo y me aisló en un mundo de luces sombrías, de música vacía. Salí de esa prisión.
         Abrí los ojos y ya estaba fuera del local, entre dos altos edificios de ladrillos descubiertos tiznados por el humo negro de las fábricas cercanas. Apoyé los brazos en una pared de ese callejón e inspiré profundamente por la boca, todavía con el cuerpo inclinado, giré la vista y vi al fondo la silueta de su vestido rojo, pintada sobre el negro fondo y bajo la luz de las farolas anaranjadas. Corrí de nuevo, esta vez hacia ella, en línea recta, solo el aire nos separaba, bajo la luz de la luna, alcancé su figura y apoyé mis manos sobre sus hombros desnudos. La giré. Y pude apreciar su belleza, en una cara de sorpresa, sus ojos me miraban en profundidad, sus labios, rojos, me hablaron secretos sin palabras, sus pómulos se sonrojaron al verme, no le dejé tiempo a sonreír, la besé en la boca sosteniéndola por los hombros.
         Pero paré y su expresión dejó de ser la misma. Empezó a gritar socorro en todas direcciones. La solté. Se acuclilló primero tapándose los ojos con las muñecas y empezó a buscar en su bolso hasta que desistió, llorando, me lo lanzó. Su boca era ahora un torrente con decenas de palabras despectivas, desde enfermo hasta violador. En la calle no había nadie más, estábamos solo nosotros dos. No entiendo cómo pudo ponerse así en tan poco tiempo, le di la espalda y me marché andando poco a poco. A los diez pasos noté una mano sobre un hombro y al girarme vi el vestido rojo y un espray rociándome los ojos, una sensación de picor invadió toda mi cara al instante. Ahora era yo el que se arrodillaba pidiendo clemencia, bañado en lágrimas. Hasta que caí en posición fetal. Dejé de ver. Sólo sentía dolor y oía gritos de rabia, notaba patadas en el estómago. Los efectos del veneno empezaban a desaparecer cuando percibí la voz grave de un hombre de fondo, y noté una punzada en el corazón, abrí los ojos y lo vi todo borroso. Entonces el rojo invadió mi mirada, y el dolor desapareció, junto con todo lo demás. 

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