jueves, 29 de agosto de 2013

Paredes.

Truenos a mi alrededor retumban en la noche, lluvia que golpea con fiereza al suelo y que oigo lejana tumbado en la cama. Un calor húmedo y una brisa helada se combinan y me hacen sentir en equilibro, entran por la ventana, junto con el ruido de los coches pasando y vierten en mi pensamiento sensaciones de calma y serenidad. Me protegen las paredes y el techo quejumbroso de esta propiedad ajena. El tintineo de las gotas chocando contra el cristal abierto de mi ventana, que da a un patio cubierto, el reflejo de la luz en esas lágrimas de nubes, la oscuridad, el no saber la procedencia exacta de cada gota, la magia de este fenómeno, todo me dan ganas de seguir viviendo. Ya no siento lo que sentía, ya no padezco por no poder cambiar el pasado, solamente quiero cambiar el presente, alejarme del peso de las opiniones y viajar pendiente solo de escuchar mis palabras y las del amor que encuentre fuera de esta prisión de mentiras. Volar como un pájaro que escapa de su nido, ya no aguanto más los gritos, las quejas ni las obligaciones. Quiero ser libre, abandonar a los que dicen que me quieren y me someten a su voluntad. Empezar una nueva vida en la que el amor no sea obligado, en la que las miradas de los demás no sean más que miradas y no juicios.  En la que mi religión no sea impuesta, y yo crea en lo que considere mejor. 
Pero todo esto es un comportamiento onírico incluso para mis ojos. No lo contemplo como posible, me engaño a mí mismo y me hago perder el tiempo en ensoñaciones, he de continuar la vida, resignarme y ceder, adaptarme a la sociedad, he visto gente decir que así es feliz. Quizá sea cierto y deba de intentar ser como los demás, ceder a la presión y convertirme en ganado. Mejor será dormir.
Despierto. La lluvia ya no suena, yo no he soñado. El húmedo calor pegajoso persiste en el ambiente y la brisa fría sigue equilibrando esa sensación. Salgo al pasillo todavía en ropa interior, buscando el grifo sin ver nada, confuso, sin mis gafas, lo encuentro y lleno un vaso, siento como mi boca se humedece al contacto con el agua y me tranquilizo, todavía dando tumbos de ensoñación voy al lavabo con prisa para terminar con mis necesidades y vestirme. Salgo al exterior con la ropa puesta, con el mismo disfraz de ser humano que todos los que aceptamos nuestra triste condición llevamos puesto. Huele a caracoles y a rocío. Las aceras brillan y la carreteras tienen charcos a doquier. Mientras ando me imagino saltando en ellos, pero en mi sociedad eso no lo hace una persona adulta, por lo tanto, no lo haré. Vuelvo a imaginarme quitándome la ropa en el centro de la calle y chapoteando, no puedo quitar esa imagen de mi mente. Es mi instinto de animal, que no lo puedo eludir, quiero sentir la vida y saltarme las normas de la razón. 
Entonces, sin pensar, me quito el abrigo y lo tiro al suelo, empiezo a sentir mi corazón latir. La adrenalina se apodera de mí. Salto al charco y me olvido de que esta es una calle transitada, un coche pasa y me esquiva pero deja una estela de agua sucia que me empapa entero, pero ya no me importa, sigo saltando y no dejo de saltar, hace calor, y siento que he de quitarme la ropa, paro de saltar, ahora me apetece correr, me descalzo y vuelvo por las calles más vacías hasta que llego al campo, lleno de tierra húmeda y barro. Me fundo con ella, me hundo y salgo luego a la superficie, y vuelvo a correr hacia una montaña rocosa en la que me cobijo bajo un árbol tétrico al que sólo el sol le hace sombra. Sus enredadas ramas me recuerdan a mis pensamientos pasados, a mi ya antigua indecisión, ahora todo está mucho más claro, soy libre, yo lo decidí, me siento sobre la tierra y veo como empieza a llover y oscurece, unas ramas me dan calor y me protegen de la noche y el frío, me duermo enseguida, tranquilo, realizado. 
Pero despierto al rato, el frío no me deja dormir, las ramas no son suficiente, la libertad tiene un precio. Anhelo mi cálida cama, mi ventana y mis paredes protectoras, los gritos con falso amor de mis seres queridos, y mi abrigo, ¡cuanto te echo de menos, amigo! 
Una sensación de indefensión me abraza y me lanza hacia el objetivo de las oscuras nubes, la luna me hace de linterna. Ando, desprotegido de todo contratiempo a través de tierras movedizas y árboles de perdición. Comienzan a caer los rayos sobre mí. El miedo le gana la batalla a la libertad y caigo al suelo abatido por esa horrible sensación, me oculto bajo mis brazos pero ya es demasiado tarde, uno de ellos me alcanza. Ahora, en mi estado, sé que mereció la pena morir desnudo para no vivir disfrazado. 





Yo

Pierdo el olfato, el gusto y el oído. Pero sigo sintiendo la mirada de la pantalla y al teclado moviendo mis dedos. No me dejo llevar porque yo no tengo el control, lo tienen las imágenes que surgen en mi cabeza y que buscan salir y colisionar contra la pantalla de algún modo. Éstas, influenciadas por el contexto de mi situación y por mi vida pasada, revelan mis sensaciones más profundas a la realidad, huyen de mi cabeza porque no quieren permanecer ahí, quieren sentir lo que yo siento al ser libre, escapan de su cárcel como un pájaro sin culpa y con condena. Se dirigen a ti, lector, para que las puedas apreciar, aprender de ellas, odiarlas, amarlas pero no para que les muestres tu indiferencia. Son el fruto que surgió de la planta a la que dio forma la semilla que plantaron mis padres. Ese árbol creció movido por el viento y la tierra, mojado por la lluvia, y ahora florecen sus hojas. Como una metáfora, mi vida surge de la imaginación, de un sueño llevado a cabo. Mis versos, mi ser, mi perfección subjetiva son la cima en la que me he asentado para mirar desde arriba a las hormigas. 

Fui más tonto que ahora.
¿Más feo? quizá.
Fui un monstruo a deshoras.
Ahora planeo ser más.

Soy un pensamiento.
Una idea fugaz.
Un meteoro ardiendo.
Un héroe sin disfraz.

Quizá no sea un Dios.
Seré lo que tú creas.
Seré lo que tú leas.
Lo que pensemos los dos.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Buscando una línea gris.

Mi corazón, como el de un idiota. Golpea fuerte mi pecho. No por la actividad física que ejerzo, sino por la actividad cerebral mal dirigida. Mis sentidos me hablan claro, pero mi cerebro les interpreta mal. Huelo las cenizas de mi pasado quemadas, veo fuego, siento calor en mi piel, tengo la boca seca y un pitido perfora mis tímpanos con más fuerza que la negrura de la noche en una cueva. Una sensación de no poder hacer nada me está intentando llevar a las tinieblas de la perdición. Pero mi Ego, despierta en mí un poder inmenso, que me catapulta hacia la luz y dejo atrás la oscuridad. Mi boca se humedece, el silencio me abraza, el suelo se reconstruye y es césped verde en el que puedo tumbarme a ver el cielo azul, compruebo entonces que ese intenso ardor ha desaparecido de mi piel, mi corazón late ahora con normalidad, pero ahora el ambiente está frío.

Mi ego.

La lluvia inspira a los escritores más que el café o el aburrimiento. Sentado en una silla de madera conglomerada, clavándome el respaldo en varias vértebras a la vez, no puedo parar de escribir, siento la necesidad de liberarme de mis pensamientos, de expresar enfáticamente todo lo que veo en el paisaje de mi cerebro. Las luces están apagadas, escribo a oscuras en el teclado del ordenador portátil. Una tenue iluminación proveniente de la húmeda calle traspasa los cristales de la ventana y me permite colocar bien los dedos para seguir fluyendo en este mar de letras en el que me hundo sin miedo a ahogarme. Oigo los gritos de ánimo que vienen del cielo en forma de truenos, son aplausos dirigidos a mi magnificencia. Los rayos que entran en mi habitáculo son flashes de cámaras que enfocan al centro de atención. Pero el centro de atención no soy yo, son mis palabras, que flotan en la mágica pantalla y se convierten en rayas negras horizontales con más expresividad que un gesto, con más sentimiento que una caricia y con más personalidad que vuestro Dios. Empiezo a temer el momento de parar, pero nunca paro, solo descanso, es momentáneo, ya no lo puedo dejar.

martes, 6 de agosto de 2013

Oscuridad

En lo más profundo, en la desembocadura del río de mis venas, se acumula los restos de la sangre que no usé, la sangre que mi corazón no pudo bombear hacia los órganos que me dan placer. Esa oscura sangre, sangre pesada, sangre marchita, insiste en que piense en lo que no hice, pero yo no soy tan débil. Haré que vuelva a flotar, a circular por mi cuerpo, no va a desaparecer porque sí, convertiré esa sangre en Nutella y haré que su dulce sabor inhunde otra boca de nuevo, en esta vida no se desperdicia nada, ni el tiempo, ni una mamada.