Marcel se levantaba a las
seis de la mañana todos los días, la edad le había quitado el sueño. La edad,
la soledad y un niño que no le dejaba dormir. El niño era muy travieso y
se llamaba Dente, Dente era experto en hacer bromas pesadas a los mayores,
todos se asustaban cuando le veían llegar. Se decía que una vez le puso un
chicle en el vello púbico a una señora mayor que era muy peluda. Cuando los
mayores intentaban replicarle o enfadarse con él, él siempre se ponía a llorar
y achacaba sus comportamientos irracionales a su edad.
Todos le
seguimos recordando. Cuando decía "sólo soy un niño", y empezaban los
pucheritos, los ojos de los adultos entraban en un estado lacrimoso y la
ternura se apoderaba de ellos, solían acabar pidiéndole perdón a Dente, pobre
Dente.
Marcel se
compró un perro. No recuerdo como se llamaba su perro, pero éste era un animal
honesto y cada vez que veía a su vecino Dente pasear le empezaba a ladrar ya
que olía su maldad interna. Un día Dente fue a casa de Marcel para hacerle
compañía, eran muy buenos amigos, Marcel era un anciano, uno de esos que
siempre sonríen y son amigos de todos, de los del alma pura.
Marcel y la
madre de Dente se conocían desde hacía mucho tiempo, habían sido profesor y
alumna y se tenían mucho aprecio. Ese día en el que Dente fue a casa de Marcel
todo cambió, el viejo sufrió un ataque al corazón y Dente llegó a alterarse
mucho, al final el ambiente se calmó y Marcel volvió a la normalidad antes de
que nada trágico pasara. Pero algo dentro de Dente había cambiado, un pequeño
atisbo de cordura, un sentimiento de piedad por aquél viejo insulso se había
destapado en su subconsciente. Al día siguiente Dente volvió a casa del anciano
para ayudarle, esta vez voluntariamente, la anterior había ido obligado por su
madre. Pasaron un buen rato el viejo y él, incluso salieron al patio a lanzar
un juguete al perro para que lo agarrase entre sus tenebrosos colmillos y lo
trajese como poseído por el demonio de vuelta a su dueño.
Esa misma
noche Dente salió de casa movido por una fuerza interior que desconocía, la
visión de los ojos del perro se le había quedado grabada, se le antojaba
satánica y extremadamente atractiva. Una vez en el jardín de Marcel, se acercó
al perro y sus ojos tomaron un color más negruzco del habitual, acercó su boca
al oído del pastor alemán y le susurró algo al oído. Después le tiró un hueso
de plástico y el chucho fue corriendo a recogerlo para entregárselo todo lleno
de babas, jugaron un rato en silencio bajo las luces anaranjadas de las farolas
del vecindario, cubiertos por una niebla grisácea que no pintaba nada en ese
lugar. Se hicieron las tres de la mañana y Dente volvió a casa a
descansar.
Cuando salió
de clase al día siguiente tenía unas ganas terribles de ir a casa de Marcel a
jugar con su perro, hacía tiempo ya que no pensaba en intentar fastidiar a un
adulto, ahora su atención era toda de aquél pastor alemán. Esa tarde la pasaron
toda jugando, Marcel les observaba desde el porche del jardín, vio que le decía
cosas al oído y se extrañó, cuando llegó su madre comentó el comportamiento de
Dente, esta dijo "son cosas de niños".
Esa misma
noche dente cogió un cuchillo del cajón de los cubiertos de la cocina y sin que
su madre se enterara de nada salió por el porche trasero. La oscuridad lo
tapaba todo, los únicos focos luminosos de la noche eran las bombillas del alumbrado
público. No había luna. Dente esquivó toda partícula lumínica hasta llegar al
can. Una vez allí le susurró algo indescifrable y el perro dio media vuelta
exponiendo su vientre al contacto del frío metal del cuchillo.
Marcel vio
la sombría escena desde dentro de su casa y pensó en salir a investigar, pero
entonces el reflejo del cuchillo de Dente le cegó y tuvo demasiado miedo como
para poner un pie fuera de su puerta, temblando toda su dentadura y todo su
cuerpo frío y sudado, llamó a la policía y les dijo que un había un niño con un
cuchillo en su puerta. La policía dijo que iría de inmediato, unas risas
burlonas se oyeron de fondo al otro lado de la línea.
Entonces,
con la pasmosa tranquilidad de un asesino en serie, Dente le rajó el vientre al
perro, éste no profirió ni un solo quejido, parecía dominado, dormido incluso,
metió su mano a través de sus costillas y sacó vísceras y el corazón. Se
restregó el corazón por la cara quedando tiznado en un rojo tan oscuro como
aquella noche.
Se levantó
lentamente y giró la vista hacia Marcel, quién tras la ventana temblaba y
rezaba por no ser visto. Quién me habrá mandado a comprarme un perro, fue uno
de sus últimos pensamientos irracionales. El niño tocó a la puerta, con los
ojos inyectados en fuego. Volvió a tocar ya que nadie le abría y la tercera vez
metió el cuchillo entre el hueco de la puerta y el marco, con un hábil y
discreto movimiento la puerta se quedó totalmente abierta. Para entonces el
anciano ya tenía cubierta la retaguardia, había preparado el fusil que utilizó
su padre en la guerra y le apuntaba directamente a la cabeza. Antes de disparar
oyó a Dante decir "solo soy un niño".
- - -
Escondió el cadáver en el
sótano, también el del perro, limpió la sangre del chucho y la del niño lo
mejor que pudo, los enterró dentro del mismo hoyo. La madre de Dente apareció
llorando al día siguiente en su portal, no encontraba a su hijo, temblaba,
estaba tan ansiosa que al coger las manos del anciano Marcel las apretó tanto
que casi se las quiebra. Éste le dio todo su apoyo y la trató como a un ángel,
día tras día la cuidaba, había sido madre soltera y ahora al menos tenía
alguien con quien pasar su tiempo, la vida con un hijo tan problemático había
sido dura.
Marcel le
daba crueles esperanzas de volver a encontrar a su hijo, cada día surgía una
nueva oportunidad, acabó viéndolo en cada esquina, daban largas marchas
colgando carteles con su foto y preguntando a personas, se adentraban en los
bosques de la ciudad buscando incluso bajo las piedras, pero como ya sabes,
lector, Dante no estaba en esos lugares.
La madre se
enamoró de aquél anciano, la diferencia de edad era de unos veinte años, pero
el intelecto de aquél hombre la llenaba de felicidad, su esperanza, su empatía
y sus buenas maneras hicieron que sintiera algo más que cariño. Acabó mudándose
a su casa, dormían juntos y eran felices, casi se habían olvidado ya del
maldito niño.
Una noche,
una de muchas en las que veían películas, escucharon un ruido en el sótano, un
relámpago dio luz a la habitación durante un momento, el sonido de la lluvia
creció estrepitosamente y el anciano volvió a sentir el temblor de aquella vez.
La madre cerró los ojos y vio la mirada de un perro que no conocía. Marcel
cogió su escopeta y acompañado por su amante bajó al sótano escalón por
escalón.
La luz del
sótano estaba encendida y lo primero que vieron fue al niño, que estaba de pie,
mirando a su madre y a su nuevo padre y asesino. Estaba blanco, muy blanco,
tanto que brillaba bajo la tenue luz de la bombilla. El perro estaba junto a
él, los ojos de los dos estaban inyectados en sangre y sus cuerpos rebosaban de
venas inflamadas. El niño dijo: "tú me mataste" y la madre interpretó
que se lo decía a ella y negó con la cabeza. Entonces el niño dijo: "no,
tú no. Tú". Y la madre preguntó ¿El perro?. El niño, desesperado, se
agachó y le dijo algo al oído del perro.
La bobilla
explotó y todo se quedó en tinieblas, se oyeron unos rugidos terribles, la
madre asustada y confusa encendió la luz del sótano y descubrió que el anciano
Marcel yacía muerto en el último peldaño de las escaleras, pensó que todo era un
sueño. Los ladridos y gruñidos que habían despedazado el cuerpo de Marcel
alertaron a los vecinos, quienes llamaron a la policía.
Tocaban
fuerte en la puerta: "¡abran! ¡abran!". La madre de Dente le miró
confusa, le dijo "¿qué hago hijo?". Diles que pasen, dijo el niño.
Los policías entraron y vieron todo lo sucedido, el perro estaba quieto en una
esquina, temblando de miedo, sus venas se habían desinflamado al igual que las
de Dente y volvía a parecer un ser inocente. Dente se revolcaba por la tierra
del sótano con un trozo de oreja de Marcel, había recuperado su gracia de
chiquillo normal y corriente.
"Tendremos que sacrificar al perro, señora." Pero entonces un
policía forense se agachó y descubrió que el cadáver tenía las marcas de las
uñas del niño, el perro era inocente.
El sargento
entonces se acercó a Dente, que seguía jugando con un trozo de la oreja del
anciano. - ¿Qué ha pasado aquí? - El niño dejó a un lado el trozo de carne y
empezó a llorar desconsoladamente, los ojos del sargento se aguaron y la
ternura se apoderó de él. Entonces su madre intervino y dijo: - Sargento, no es
más que un niño. -
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