R, se metió la mano en la garganta y sacó de ella un chicle destrozado, con migas pegadas. Yo lo vi todo, sentí ácidos digestivos subiendo por mi estómago e intentando penetrar en mi esófago, intentando salir de mi cuerpo en forma de vómito, pero los paré a mitad. R respiraba con dificultad, sonaba fuerte el ir y venir del oxígeno entrando y saliendo de su cuerpo. Sonaba fuerte y se metía en mi cerebro ese maldito sonido. El chicle migoso y aceitoso brillaba pegado en los dedos de R, no quería mirarlo y a la vez no podía dejar de verlo. Lo lanzó al suelo y lo seguí como se sigue el trayecto de una pelota en un partido de tenis. Tocó la línea. Espera. ¿Qué estoy diciendo? Esto no era un partido de tenis, ni habían líneas ni habían medias. Bueno, medias sí, las de R.
R abría los ojos muy fuerte, como si se fuese a poner una lentilla más grande que su ojo. Y la boca también la abría más de lo normal, intentando coger la mayor cantidad de oxígeno. Yo la cogí de los hombros y luego del cuello, levantándole la cabeza, no se por qué hice esto, ella solo quería una cosa, seguir viviendo.
Su respiración se acentuó más y más. Yo empecé a pensar que se acabaría muriendo, que tarde o temprano se le obstruiría de nuevo la glotis y dejaría de respirar, y se moriría.
Y sin venir a cuento, dejó de respirar, cerró la boca y abrió más los ojos, sus párpados se le metían dentro del cráneo. Sus ojos se salieron de sus órbitas, sentí su mirada penetrando mi mirada. La tenía agarrada del cuello y ella con sus brazos cogía los míos con fuerza, entonces los soltó y empezó a temblar. Las convulsiones eran fuertes, espasmódicas, agresivas, temperamentales. Pero empezaron a ser débiles, frías, cadenciales. Y sus brazos se durmieron, las convulsiones cesaron, y yo, sin saber que hacer, abracé a R, en parte para no ver su ojos sin alma.
Y con mi cabeza sobre su hombro izquierdo vi el chicle lleno de migas relucir sobre la punta de una hoja de césped.
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