viernes, 20 de febrero de 2015

Las 50 sombras de Grey no, pero esto sí...

   Hace poco fui con una amiga a un bar de copas a hablar, nos contábamos anécdotas y problemas personales, hablaba sin parar. Nos rodeaban decenas de hilos conversacionales y por un momento dejé de prestar atención a lo que me llegaba desde su boca, para escuchar una peculiar discusión de fondo:
- Te digo que sí, que el machismo nunca acaba. 
- A ver, explica. 
- Mira, te voy a poner el ejemplo de una canción, de Pitbul. Para empezar Pitbull es un misógino, y eso lo sabemos todo, ¿Quién más idóneo que él para hacer esta canción? 
- Bueno, sí, eso ya lo sé, pero ¿de qué canción me hablas?
- Pues de la de "el taxi". 
- Ah, vale, pues dime ¿dónde ves tu el machismo ahí? Yo personalmente lo considero una bonita historia de amor. 
- ¿Bonita historia de amor? Qué asco, nos controlan el cerebro tan fácil que... y todo con la semiótica... nos hacen relacionar símbolos y palabras a estados y comportamientos y nos acaban manipulando como lo hacen con la "bonita historia de amor" de esta canción que te tan fácilmente te han hecho idealizar, ¡y así, con todo!
- Venga, no me jodas, cuéntame ya de qué cojones se trata. 
- A ver, es muy sencillo ¿quién pide el taxi?
- La verdad es que no lo recuerdo. 
- Bien, pero a pesar de que no lo recuerdes, ni tú ni nadie, eso nos influye en el subconsciente, porque ahí es donde se queda todo. El taxi lo para la mujer en el videoclip. ¿Por qué? porque evidentemente lo que quieren es que sintamos que son las mujeres las que se deben doblegar ante nosotros y hacer el trabajo sucio. Por tonto que te parezca, la mujer en esta sociedad empieza parando taxis y acaba limpiándote los platos, fregándote el suelo y lavándote la ropa. Es ridículo, ¡la mujer para el taxi! debe de ser el hombre quien pare el taxi, para refrenar todos estos años de inferiorización y desprecio hacia la mujer, todo este maltrato ejercido hacia esa gran y maltratada figura. 
- Puf, la verdad es que nunca lo había pensado. 


   La conversación sigue, el tipo que establecía su argumento sube progresivamente el tono hasta ponerse bastante rojo. Yo me doy cuenta de que mis cejas están arqueadas y de que mi amiga me mira en silencio esperando una explicación. 
- Perdona, es que estaba escuchando una conversación que me interesaba. 
- ¿Sí? Bueno, pues ahora escúchame a mí, quiero toda tu atención porque esto es grave. 
- Claro, claro, cuéntamelo todo. 
- Bien, el otro día, salgo de fiesta, y bueno, me encuento con Sabrina, Claudia y, en fin, que esto no viene al caso, fui hasta nuestro Pub, este que se llama... el nuestro de siempre ¿sabes?
- Sí, sí, sigue, ve al grano. 
- A ver, pues que eso, terminamos de bailar y me voy a ir a casa, y cuando llego al borde de la carretera, voy a pedir el taxi y no te imaginas lo que me pasó. 
- ¿Qué fue lo que pasó? 
- Va un tío, que no conozco de nada, y coge el flipao, y me pide un taxi, o sea, un taxi ¿sabes? no es que me compre una flor, sino que coge y me pide un taxi. ¿Quién cojones se cree que es? Yo me enfadé un huevo y fui corriendo a dejarle las cosas bien claritas a ese "macho alfa" de mierda. Que no es mi culpa que lo hayan educado en el régimen franquista, que a mi se me trata con un mínimo de respeto, que soy una mujer independiente y que no necesito a ningún "Macho-men" que me pida el taxi, que yo sola me lo sé pedir. 
- ...
- En fin ¿te puedes creer que todavía haya tanto machismo? 
- Pues... no sé que decirte. 
- No sé, dime algo.
- Creo que... creo que deberían de prohibir los taxis. 


sábado, 14 de febrero de 2015

Boobaloo

R, se metió la mano en la garganta y sacó de ella un chicle destrozado, con migas pegadas. Yo lo vi todo, sentí ácidos digestivos subiendo por mi estómago e intentando penetrar en mi esófago, intentando salir de mi cuerpo en forma de vómito, pero los paré a mitad. R respiraba con dificultad, sonaba fuerte el ir y venir del oxígeno entrando y saliendo de su cuerpo. Sonaba fuerte y se metía en mi cerebro ese maldito sonido. El chicle migoso y aceitoso brillaba pegado en los dedos de R, no quería mirarlo y a la vez no podía dejar de verlo. Lo lanzó al suelo y lo seguí como se sigue el trayecto de una pelota en un partido de tenis. Tocó la línea. Espera. ¿Qué estoy diciendo? Esto no era un partido de tenis, ni habían líneas ni habían medias. Bueno, medias sí, las de R. 
R abría los ojos muy fuerte, como si se fuese a poner una lentilla más grande que su ojo. Y la boca también la abría más de lo normal, intentando coger la mayor cantidad de oxígeno. Yo la cogí de los hombros y luego del cuello, levantándole la cabeza, no se por qué hice esto, ella solo quería una cosa, seguir viviendo. 
Su respiración se acentuó más y más. Yo empecé a pensar que se acabaría muriendo, que tarde o temprano se le obstruiría de nuevo la glotis y dejaría de respirar, y se moriría. 
Y sin venir a cuento, dejó de respirar, cerró la boca y abrió más los ojos, sus párpados se le metían dentro del cráneo. Sus ojos se salieron de sus órbitas, sentí su mirada penetrando mi mirada. La tenía agarrada del cuello y ella con sus brazos cogía los míos con fuerza, entonces los soltó y empezó a temblar. Las convulsiones eran fuertes, espasmódicas, agresivas, temperamentales. Pero empezaron a ser débiles, frías, cadenciales. Y sus brazos se durmieron, las convulsiones cesaron, y yo, sin saber que hacer, abracé a R, en parte para no ver su ojos sin alma. 
Y con mi cabeza sobre su hombro izquierdo vi el chicle lleno de migas relucir sobre la punta de una hoja de césped. 

Leo.

Me hablo en voz baja y me escucho, me cuento historias. Historias escritas. Historias que fueron escritas en un pasado remoto. ¿Qué pensaban los escritores cuando las escribieron? Quizá pensaron que alguien acabaría intentando averiguar qué pensaban mientras escribían. 
Yo pienso en qué estará pensando la persona que me lea. Intento averiguar qué está pensando. Puede que esté pensando que he llegado a un punto reflexivo demasiado complejo para tan solo haber escrito cinco líneas. O puede que piense que estoy loco. Loco es como llamas a los que no entiendes. 
Leo. Leo que leo, y tú mientras lees que yo leo que leo. Nada entiendes, para entender deberías volver a leer y todo se complicaría todavía más, porque entonces volverías a leer lo que antes has leído sobre que yo leo que leo y tú leías. 
Podría seguir divagando, de hecho, en mi mente así ha ocurrido, pero a un nivel en el que las letras son insuficientes para expresarse. Así que aquí concluyo. 

lunes, 9 de febrero de 2015

R

R estaba escribiendo una historia. Una de amor. Siempre escribía historias de amor, quizá porque nos obsesionamos con lo que no conseguimos. La luz del flexo hacía sus ojos más verdes y la del ordenador iluminaba sus pechos. Los pechos de R se apoyaban sobre un escritorio de madera de roble, uno muy caro. R escribía una historia sobre Alicia y Abel, un chico y una chica predestinados a encontrarse en el camino de sus vidas, dos ríos que desembocaban en el mismo mar. Pero eso no lo decía R, R añadía muchos más personajes para que pareciese que no iban a acabar haciendo el amor Alicia y Abel. 
Pero R ya sabía que Alicia y Abel iban a acabar haciendo el amor y su historia empezó a aburrirle demasiado pronto quizá. Miraba a la pantalla y al reloj y a la pantalla y al flexo y a sus dedos sobre el teclado y no veía nada. Nada nuevo. ¿Y si Alicia y Abel no acaban juntos? se decía para ver si así retomaba la escritura con algo más de motivación. Pero no servía. 
Alicia era el nombre de una chica que salía en una serie que R veía de pequeña, se llamaba "Las Aventuras de los Rebeldes" e iba sobre una familia rebelde que vivía al lado de un pueblo que no recuerda como se llamaba, en realidad no recuerda el argumento de la serie porque la veía siendo muy pequeña. Pero del nombre de Alicia sí se acuerda, de eso sí. 
Abel es un nombre bíblico, pero Abel no se llama así por la Biblia, nada tiene que ver, Abel se llama así por pura casualidad, fue el primer nombre que se le ocurrió. Habréis notado que los dos nombres empiezan por A y habréis pensado que es adrede. Pues no, también fue por casualidad. 
R vuelve a leer lo que ha escrito y empieza a ver fallos gramaticales y ortográficos que el corrector se había saltado. No le está gustando mucho lo que ha escrito, dice que esto es una basura, no sé como lo he podido escribir yo, debo de estar aburridísima para escribir esta basura. 
Vuelve a decir que está aburridísima, esta vez en alto. Está sola en casa, puede decirlo en alto sin temor a represalias, puede gritarlo si quiere. De hecho lo grita, una, dos, tres veces, en crescendo. 
Se calla y disfruta del silencio que antes no apreciaba por no tener ruido con el que contrastarlo. Hunde su verde mirada en la pantalla. Se funde con el ordenador, Su mente desconecta. Cierra los ojos. Negro, solo ve un negro y oye el ventilador de su portátil. No ve nada más, Negro. 
Siente entonces algo frío en su nuca, abre los ojos, mira el ordenador, se gira y no hay nada. Vuelve la vista a la pantalla y vuelve a sentir el mismo frío en la nuca, echa la mano atrás y nota un material metálico. ¿Qué es esto? lo agarra con una mano y sin girar la vista recorre la superficie del objeto. Se ha dado cuenta de que es una pistola, es una pistola, piensa. Se gira y vuelve a no haber nada, solo oscuridad, y una tenue luz que indica que no hay nada. Decide echar una cabezada, pero recibe una llamada en Skype, Es un contacto desconocido, mejor no cogerlo. 
La llamada se prolonga, cuelgan. R vuelve a perderse en la profundidad de la pantalla. Vuelve a notar el frío metálico en el cuello, va a girarse pero justo vuelven a llamarla por Skype, lo coge. 
En la imagen de la cámara del que hace la llamada se ve el cuello de R con una pistola con el cañón apoyado sobre su lacio y dorado cabello. En la cámara que enfoca desde el portátil a R solo se ve a R mirando al monitor. 
R siente en este momento un miedo que no es miedo, que tampoco es pavor, que es algo más cercano a la incredulidad, siente que está soñando, pero sabe que no es un sueño. Se gira y no hay nadie, mira el monitor y ahí sigue, el cañón de un revólver plateado apretado contra su nuca, siente el frío de nuevo. 
Entonces oye una voz que dice que Abel no puede acabar con Alicia, y que tiene que seguir escribiendo. R se queja, dice ¿y si no escribo qué? 
Suena el seguro de la pistola abriéndose. 
R empieza a escribir, escribe que Abel quiere a un nuevo personaje que se llama Susana, el nombre de susana es realmente el primer nombre que se le ha ocurrido, nada tiene que ver con Abel, ni con nada, no le gusta, lo borra y pone en su lugar Amanda. La voz dice, vuelve a escribir Susana y aprieta el cañón de nuevo contra su nuca. 
R piensa que no le gusta lo que escribe, que es un rollo y que si no le mata la voz le matará el aburrimiento, pero no lo dice, porque todavía más en el fondo de su mente, en su subconsciente, tiene un pánico terrible por lo que le está pasando. 
¿Cómo se explica que el hombre de la voz sea invisible para ella pero no intangible ni tampoco inaudible? Sólo hay una forma, es un sueño piensa, me he quedado dormida mientras escribía y todo esto es un sueño, no hay un hombre apuntándome a la nuca con la intención de que escriba una historia de mierda. 
R se levanta y se gira, esta vez con el portátil en las manos, para poder ver al hombre. La Voz no se espera esta acción así que responde de una manera todavía menos esperada, dispara en la cara a R. El disparo falla y R intenta abalanzarse sobre el vacío para quitarle la pistola a esa cosa que la está amenazando. Pero esa cosa vuelve a disparar, esta vez en la pierna, y a R se le cae el portátil a la cama y el cuerpo al suelo. Se le ha formado un agujero en la rodilla, no la puede mover, le duele demasiado. Demasiada sangre como para poder pensar. Le duele tanto que en su cabeza no caben más cosas que dolor, dolor, dolor. R empieza a sentir que ya no está viva, antes de desmayarse sólo le da tiempo a pensar que preferiría que hubiese sido en la cara, haber muerto de golpe, lo habría preferido, por otra parte también piensa que prefería mil veces escribir una historia banal y sin sustancia a este dolor tan intenso, quizá infravaloré el poder de la muerte, se dice a sí misma. 
R muere, la Voz susurra nerviosa, recoge el cadáver y sale del edificio, lo deja al lado de un contenedor. La Voz despierta. 
No era una Voz, era un sueño, la Voz había soñado que mataba a una rubia escritora aburrida de sus cuentos. La Voz se llama L, y L no tenía nada claro en la vida, quería ser escritor, pero en su sueño había matado a R, una escritora, ¿quería eso decir que debía de matar su instinto literario? Quizá no quería decir nada, al fin y al cabo L olvidaría ese sueño pasados unos minutos y R nunca volvería de su sueño soñado. 

Es entonces cuando R despierta de un sueño de unas ocho horas. Ha sido terrible, soñó que soñaba que se mataba a sí misma. R decide no volver a tomar setas alucinógenas. R siente un pinchazo en el corazón, ve una pareja, ve a Abel y a Alicia besarse delande de ella, sabe que no son reales, abre más los ojos para que desaparezcan, pero no sirve, parpadea, tampoco sirve. Siente otro pinchazo y oye a su madre gritando abre la puerta. una franja horizontal de luz se filtra hasta su cerebro, la última. 

miércoles, 4 de febrero de 2015

Cristina.

Dos jóvenes tras mantener una conversación caramelizada, se despiden...
Ella: ¿Qué haces esta tarde, cariño?
Él: Hoy estoy ocupado.
Ella: ¿No vas a poder quedar conmigo?
Él: No creo, ya tengo la agenda llena y no puedo cancelarlo. 
Ella: ¿Y qué es lo que vas a hacer? Si no es de mala educación preguntar por ello.
Él: He quedado con una persona. 
Ella: ¿Una persona?
Él: Sí, la conozco desde hace mucho. 
Ella: Ah... ¿Cómo que LA conoces?
Él: Sí, digo que LA conozco, a ESA persona. 
Ella: ¿Y quién es esa persona?
Él: Tú no la conoces. 
Ella: Bueno, nunca es tarde para conocer a gente nueva.
Él: No te caería bien. 
Ella: Ahora tengo curiosidad, dime quién es.
Él: No debería, he quedado con ella para tomar un café esta tarde. 
Ella: ¿Con ELLA? ¿En femenino?
Él: Sí, en femenino. Oye, tengo que dejarte, me está llamando al fijo. 
Ella: ¿Qué? ¿De verdad?
Él: Sí, de verdad. Estás muy rara, bueno... Voy al café que he quedado allí a las cinco y todavía tengo que arreglarme. Mañana nos vemos ¿vale?
¿Que tienes que arreglarte para ella? Vale, vale, muy bien, así vamos genial. Adiós.
[Cuelga el teléfono]

Más tarde en la cafetería...
Él: Tenía muchas ganas de verte... 

[Ella aparece en la cafetería y se acerca a él]
Ella: Hola ¿Qué haces aquí?
Él: ¿Hola? ¿Nos conocemos?
Ella: Venga, acaba ya con ésto. ¿De verdad vas a hacer como que no sabes quién soy? ¿tan poco te importo?
Él: ¿Qué?
Ella: [dirigiéndose a la mujer con la que está él] Dímelo tú, ¿quién cojones eres?
La Mujer: [dirigiéndose a él] ¿Quién es esta loca?
Ella: [de nuevo dirigiéndose a él] ¿Vas a dejar que me llame loca esta puta zorra?
Él: [dirigiéndose a la mujer] Mamá, ésta es Cristina, mi novia.