lunes, 17 de noviembre de 2014

Gotas

Una vez conseguí el teléfono de una chica que me gustaba mucho, y descubrí que yo a ella también le gustaba. En fin, la cosa acabó mal, no le moló mucho que le hubiese robado el móvil. Pero en su lista de contactos encontré muchos teléfonos de chicas guapas que obviamente apunté antes de que la policía me lo confiscara, entre ellos el de la chica que yo estaba seguro de que acabaría compartiendo al menos veintitrés años de su vida conmigo. Tras una dura noche en el calabozo de comisaría, por fin conseguí bajar la erección. Cuando al día siguiente llegué a casa telefoneé a mi amor. No respondió, pero salía tan guapa en su foto de perfil que googleé su nombre y la encontré en Facebook. Allí encontré su dirección y fui directamente a su casa, sin coger las llaves. 
Por culpa de las prisas también salí sin el papel en el que había apuntado la dirección de su casa y tuve que escalar por los hierros de la ventana de mi fachada. Acabé en el tejado intentando andar sobre una superficie inclinada unos 50 grados, es decir, los mismos grados que el alcohol que solía tomar los fines de semana. Resbalé, al igual que yendo borracho los fines de semana, y caí hacia delante, rompiendo a mi paso una decena de tejas y yendo a parar a la superficie superior del techo de mi casa. 
Esta zona estaba llena de ratas, que me miraban asustadas. Salí con tranquilidad por la ventana de este extraño ático y descendí por unas escaleras portátiles que dio la casualidad que estaban puestas ahí. Al llegar abajo intenté recordar el motivo de haber vuelto a entrar, pero con tanto trajín lo había olvidado por completo. Entré por el patio a la cocina y allí, encima de la mesa, estaba la nota de la comida que había que comprar. Pensé que era eso a por lo que había entrado, y tras coger la nota, salí pitando, de nuevo sin las llaves. 
Pero decidí comprar primero y luego ya conseguir las llaves. Fui al supermercado y allí no había ni un alma, no entendía qué estaba pasando, estaban todas las tiendas cerradas. Ah, claro, recordé que era domingo y volví a casa con los bolsillos vacíos y dolor de pecho por culpa del trompazo que me había dado en el tejado. 
Tenía todavía que hacer algo, pero no me venía a la cabeza qué era. De camino a casa choqué con un niño que corría en el parque, gracias a Dios caí encima de él y no me lesioné una pierna. El niño lloró y me gritó, pero bueno, había sido su culpa. Sus padres no estaban en ningún lado así que me fui sin mirar atrás. 
Empezó a llover y mis manos ya no se adherían a los hierros de la ventana que antes me habían servido para escalar y entrar en casa. Deduje que por culpa del hueco en el tejado ahora habría una nueva gotera en la casa. Me senté y esperé. Esperé. La lluvia empeoró, yo estaba completamente mojado.
Y entonces, vi un coche pasar, con una chica que tenía una cara que me resultaba familiar. Era alguien que o bien conocía o quería conocer. Corrí hacia el paso de cebra para que tuviese que frenar, el coche dio un frenazo como bien predije y la fina capa de agua hizo que resbalase hasta golpearme ligeramente. 
Mi amor abrió la puerta gritándome "Inconsciente" y se acercó para preguntarme luego, tras haberse calmado, que qué tal estaba. Yo, casi desmayado, le pedí que me hiciese el boca a boca, lo cual le produjo una risa histérica que no llegué a comprender. Yo sentía que me moría y ella reía de una manera compulsiva. Entonces llamó a la ambulancia, y yo me levanté de golpe. 
- No llames, no llames, ya estoy mejor. 
- Necesitas atención médica, vuelve a sentarte. 
- Es que el suelo está mojado. - Le dije. 
- Bueno, no te quejes, yo también estoy mojada. - me respondió. Tras esa frase le envié una mirada picarona que seguramente nunca llegaría a entender y que respondió frunciendo el ceño. 
Y se hizo la magia, el cielo se ennegreció, las nubes se aunaron todas en una y un rayo cayó sobre su coche haciéndolo hojalata, nos lanzamos hacia la acera y quedamos juntos, mirándonos desde muy cerca las caras, vi como sus ojos verdes reflejaban mi cara, sucia y con expresión de asombro. 
Un segundo rayó cayó tras nuestras miradas, y al girarnos para ver el destino de éste, vimos que había caído justo en la puerta de mi casa y la había abierto. 
Corrimos juntos a resguardarnos dentro, mojados y asustados. Permanecimos un buen rato en silencio, escuchando la lluvia de fondo y oyendo ocasionalmente los rayos caer. Volví a mirar sus ojos entre trueno y trueno y un flash del cielo los iluminó justo cuando ella me devolvió la mirada, me acerqué tanto que rocé sus labios y ella respondió con una leve sonrisa a esta caricia. La besé, pero antes de cerrar los ojos nos empezaron a caer gotas del techo. Nos separamos momentáneamente y nos sonreímos mirando hacia arriba, era la gotera. Entonces el techo cedió y los ladrillos, los pilares, las tejas y las ratas cayeron sobre nosotros, terminando en un instante con nuestra historia de amor.


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