lunes, 27 de abril de 2015

Todos P

   Tenía gafas, eso ya lo definía como intelectual. Pensaba muchas veces en manipular al resto, en someterlos sutilmente a su antojo. Practicaba diciéndole a su madre que él era demasiado mayor como para no hacerse la cama, esto evidentemente forzaba a su madre (que no quería perder a su chiquitín) a hacerle la cama. También reflexionaba sobre su propia existencia, se cuestionaba si los demás representaban un teatro o si era él el que inconscientemente lo representaba para otro que ni siquiera conocía. Algunos días estaba tan convencido de su última teoría que pretendía salirse de la obra, hacer cosas poco usuales para sorprender a su oyente. Una vez entró a un metro y gritó enfadado: "Mido uno setenta y tres, ¿a nadie le extraña que esté de pie aquí dentro?" 
   El caso es que un día, Roberto (se llamaba Roberto) sale a la calle a buscar empleo y ni él sabe por qué. Supone que por ser como los demás, que quizá porque piensa que así follará, ya que a pesar de ser un intelectual es un ser humano con instintos reproductivos. Ha visto en la tele que la gente con trabajo tiene esposa e hijos y asocia erróneamente la idea de tener hijos con la idea de follar mucho. 
   Le ofrecen trabajar de barrendero y acepta. Con la escoba que le dan lucha contra la suciedad que inunda su barrio, es el que abre el mar, el creador del brillo solar que resplandece en el suelo. Y mientras un día limpia una ventana, ve en ella el reflejo de una chica pelirroja que sonríe en dirección a su espalda. 
   Se gira y va hacia ella, le dice: ¿Has leído a Quevedo? Ella dice que no y él no puede evitar caer en un abismo de amor, dulzura y palabras bonitas en el mismo instante. Más tarde el mismo día, están cenando en un bar caro en el que él se está gastando el dinero que ha recibido por limpiar su propio barrio. Él invita, a pesar de ser consciente de que está contribuyendo al machismo no pone objeciones en invitar, a ella no parece molestarle no tener que pagar. Acaban en la casa de ella, ella efusiva y desmelenada abre su camisa con los dientes, él desabrocha su sujetador con torpeza, él se quita las gafas y las deja en la mesita, ella no. 
   Han usado condón, ella no se queda embarazada, él no se ha terminado de enamorar, vuelve a casa. 
Barre y barre, no le pidió el número, no le pidió nada. Quizá no haya significado nada. Se pregunta si ha perdido el tiempo, pero se da cuenta de que es demasiado tarde para no haberlo perdido. Entonces, mientras vacía el recogedor en el cubo de basura ve a la misma pelirroja pasar, ella le mira, le sonríe, él se pone las gafas de sol y se gira. 
   Él no lo ve, pero la pelirroja se ha puesto triste, se va a casa a llorar, le dice a su madre que le prepare un cola-cao. Llora, la pelirroja se siente usada, dejó que él pagara, se siente como una puta por ello. 
   El intelectual termina la jornada laborar sin recordar ya a la pelirroja, suele escribir en un periódico. Esta semana ha escrito un artículo en contra de la prostitución por el que le han dado cincuenta euros, no está mal.

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