Con mucha fuerza y un chándal del Decathlón, logró meter el cartón de vino en el estrecho hueco de la funda del almohadón. Tenía suficiente dinero para comprar una botella de agua y una barra de pan. No había problemas para él fuera de la mera supervivencia. El problema era su mente, divagaba constantemente sobre el mismo tema. Hacía solo un par de días, andando por la calle, se encontró con otro vagabundo como él, que decía ser el más pobre de los vagabundos.
Su cartel decía "NECESITO DINEROS, FAMILIA IJOS"
El viejo truco de la mala ortografía, pensó, antes de inquerir sobre sus métodos en el cara a cara. Empezaron una discusión acalorada y con bastante agresividad que acabó con el otro vagabundo escupiéndole a los pies y diciéndole "dúchate, pedante, cerdo de mierda."
Se sintió tan ofendido que no tenía palabras, se lo comía la rabia, pasado el altercado no paraba de pensar en esa frase. Se decía "¿dúchate? ¿tú a mi me dices que me duche? puto vagabundo de mierda." Una tras otra vez, no entendía como alguien que olía a pedo y a orín podía haberle dicho eso delante de tanta gente de bien y eso le obligaba a tener que beber del cartón de vino.
Pensó en vengarse, encontró un espejo roto en la calle, así que lo cogió y fue a donde el otro vagabundo solía dormir.
Ya no sonaba la música de los bares, el banco abría en una hora, así que se dio prisa. Corrió a la Caixa, entró y giró el cuerpo raquítico sobre el cartón para verle la cara y vio que era él.
- ¿Por qué me dijiste que olía mal?
- ¿Qué? ¿Quién eres?
- Te voy a rajar el cuello, cerdo de mierda.
El vagabundo gritó, la cámara lo grababa todo, un grupo de jóvenes borrachos pasaba por fuera, amanecía. Los jóvenes vieron la disputa y empezaron a señalar y a reírse, el sol cada vez brillaba más. El viejo vagabundo, con el cristal en una mano y el cuello de la camisa del otro vagabundo en la otra, miraba serio a los borrachos, entonces degolló al que dormía en la Caixa, delante de la cámara, delante de los jóvenes borrachos que no dejaron de reír, delante del brillo creciente del sol que despertaba.
Con la mano llena de sangre echó hacia atrás la cabeza del cadáver y miró a los jóvenes que seguían riendo, entonces uno de ellos entró con una botella de vodka y se la rompió en la frente al viejo vagabundo asesino, él quedó tendido mirando sólo con un ojo al resplandeciente sol. La botella se vació en el Hall de la caja de ahorros, los dos viejos vagabundos quedaron empapados, uno desangrado como un cerdo y el otro inmóvil, viendo su muerte acercarse. Uno de los jóvenes lanzó una cerilla y el amanecer se convirtió en un infierno real, un infierno cercano a la muerte pero perteneciente a la vida.
Aquella noche todo sufrimiento acabó para esos dos vagabundos, pero el sufrimiento no desapareció, sólo se trasladó a la vida de los jóvenes borrachos ahora conocidos, temidos y despreciados públicamente como los tres asesinos adolescentes que nunca fueron a la cárcel que tuvieron que haber ido.