martes, 28 de abril de 2015

TENGO FE

Si yo fuese psicólogo animaría a mis pacientes a morir, pero no lo soy. No soy todo ni nada, soy algo o alguien. Me gusta escribir a muerte, una amiga a distancia. A veces me decepcionan y dejo de creer en la humanidad, dejo por lo tanto de creer en poder ser feliz en comunidad, y me aíslo en las pequeñas alegrías de comprar un par de zapatillas nuevas o un disco recién salido o un libro que es un clásico. En definitiva, en esas veces, me aíslo en el capitalismo, en el consumismo como metáfora de la droga. 
A veces me convierto en adicto y es en esas veces en las que induciría a mis pacientes a morir, gracias a Dios que no soy un psicólogo. Pero creo que hay una solución, tengo fe en ello, no en Dios, pero sí en esto.
TENGO FE en que si yo soy bueno, en que si doy un buen ejemplo, en que si no decepciono a mis amigos, en que si soy coherente, en que si soy yo, en que si no me dejo llevar por el miedo, la envidia, el odio o la avaricia entre otros, acabaré siendo imitado por alguien que con mi imagen como referente mejorará el mundo. 
TENGO FE porque no puedo asegurar que esto vaya a ser así, pero QUIERO pensar que seguro que sí. 
Algún día este mundo será perfecto para que todos vivamos en igualdad, y los problemas serán todos sólo uno, el tener que morir. 

lunes, 27 de abril de 2015

Todos P

   Tenía gafas, eso ya lo definía como intelectual. Pensaba muchas veces en manipular al resto, en someterlos sutilmente a su antojo. Practicaba diciéndole a su madre que él era demasiado mayor como para no hacerse la cama, esto evidentemente forzaba a su madre (que no quería perder a su chiquitín) a hacerle la cama. También reflexionaba sobre su propia existencia, se cuestionaba si los demás representaban un teatro o si era él el que inconscientemente lo representaba para otro que ni siquiera conocía. Algunos días estaba tan convencido de su última teoría que pretendía salirse de la obra, hacer cosas poco usuales para sorprender a su oyente. Una vez entró a un metro y gritó enfadado: "Mido uno setenta y tres, ¿a nadie le extraña que esté de pie aquí dentro?" 
   El caso es que un día, Roberto (se llamaba Roberto) sale a la calle a buscar empleo y ni él sabe por qué. Supone que por ser como los demás, que quizá porque piensa que así follará, ya que a pesar de ser un intelectual es un ser humano con instintos reproductivos. Ha visto en la tele que la gente con trabajo tiene esposa e hijos y asocia erróneamente la idea de tener hijos con la idea de follar mucho. 
   Le ofrecen trabajar de barrendero y acepta. Con la escoba que le dan lucha contra la suciedad que inunda su barrio, es el que abre el mar, el creador del brillo solar que resplandece en el suelo. Y mientras un día limpia una ventana, ve en ella el reflejo de una chica pelirroja que sonríe en dirección a su espalda. 
   Se gira y va hacia ella, le dice: ¿Has leído a Quevedo? Ella dice que no y él no puede evitar caer en un abismo de amor, dulzura y palabras bonitas en el mismo instante. Más tarde el mismo día, están cenando en un bar caro en el que él se está gastando el dinero que ha recibido por limpiar su propio barrio. Él invita, a pesar de ser consciente de que está contribuyendo al machismo no pone objeciones en invitar, a ella no parece molestarle no tener que pagar. Acaban en la casa de ella, ella efusiva y desmelenada abre su camisa con los dientes, él desabrocha su sujetador con torpeza, él se quita las gafas y las deja en la mesita, ella no. 
   Han usado condón, ella no se queda embarazada, él no se ha terminado de enamorar, vuelve a casa. 
Barre y barre, no le pidió el número, no le pidió nada. Quizá no haya significado nada. Se pregunta si ha perdido el tiempo, pero se da cuenta de que es demasiado tarde para no haberlo perdido. Entonces, mientras vacía el recogedor en el cubo de basura ve a la misma pelirroja pasar, ella le mira, le sonríe, él se pone las gafas de sol y se gira. 
   Él no lo ve, pero la pelirroja se ha puesto triste, se va a casa a llorar, le dice a su madre que le prepare un cola-cao. Llora, la pelirroja se siente usada, dejó que él pagara, se siente como una puta por ello. 
   El intelectual termina la jornada laborar sin recordar ya a la pelirroja, suele escribir en un periódico. Esta semana ha escrito un artículo en contra de la prostitución por el que le han dado cincuenta euros, no está mal.

domingo, 26 de abril de 2015

DON SIMÓN

   Con mucha fuerza y un chándal del Decathlón, logró meter el cartón de vino en el estrecho hueco de la funda del almohadón. Tenía suficiente dinero para comprar una botella de agua y una barra de pan. No había problemas para él fuera de la mera supervivencia. El problema era su mente, divagaba constantemente sobre el mismo tema. Hacía solo un par de días, andando por la calle, se encontró con otro vagabundo como él, que decía ser el más pobre de los vagabundos. 
Su cartel decía "NECESITO DINEROS, FAMILIA IJOS"
   El viejo truco de la mala ortografía, pensó, antes de inquerir sobre sus métodos en el cara a cara. Empezaron una discusión acalorada y con bastante agresividad que acabó con el otro vagabundo escupiéndole a los pies y diciéndole "dúchate, pedante, cerdo de mierda." 
   Se sintió tan ofendido que no tenía palabras, se lo comía la rabia, pasado el altercado no paraba de pensar en esa frase. Se decía "¿dúchate? ¿tú a mi me dices que me duche? puto vagabundo de mierda." Una tras otra vez, no entendía como alguien que olía a pedo y a orín podía haberle dicho eso delante de tanta gente de bien y eso le obligaba a tener que beber del cartón de vino. 
   Pensó en vengarse, encontró un espejo roto en la calle, así que lo cogió y fue a donde el otro vagabundo solía dormir. 
   Ya no sonaba la música de los bares, el banco abría en una hora, así que se dio prisa. Corrió a la Caixa, entró y giró el cuerpo raquítico sobre el cartón para verle la cara y vio que era él. 
- ¿Por qué me dijiste que olía mal? 
- ¿Qué? ¿Quién eres? 
- Te voy a rajar el cuello, cerdo de mierda. 
   El vagabundo gritó, la cámara lo grababa todo, un grupo de jóvenes borrachos pasaba por fuera, amanecía. Los jóvenes vieron la disputa y empezaron a señalar y a reírse, el sol cada vez brillaba más. El viejo vagabundo, con el cristal en una mano y el cuello de la camisa del otro vagabundo en la otra, miraba serio a los borrachos, entonces degolló al que dormía en la Caixa, delante de la cámara, delante de los jóvenes borrachos que no dejaron de reír, delante del brillo creciente del sol que despertaba. 
   Con la mano llena de sangre echó hacia atrás la cabeza del cadáver y miró a los jóvenes que seguían riendo, entonces uno de ellos entró con una botella de vodka y se la rompió en la frente al viejo vagabundo asesino, él quedó tendido mirando sólo con un ojo al resplandeciente sol. La botella se vació en el Hall de la caja de ahorros, los dos viejos vagabundos quedaron empapados, uno desangrado como un cerdo y el otro inmóvil, viendo su muerte acercarse. Uno de los jóvenes lanzó una cerilla y el amanecer se convirtió en un infierno real, un infierno cercano a la muerte pero perteneciente a la vida. 
   Aquella noche todo sufrimiento acabó para esos dos vagabundos, pero el sufrimiento no desapareció, sólo se trasladó a la vida de los jóvenes borrachos ahora conocidos, temidos y despreciados públicamente como los tres asesinos adolescentes que nunca fueron a la cárcel que tuvieron que haber ido. 


sábado, 18 de abril de 2015

Sólo veo faltas de ortografía en las redes sociales. En definitiva, sólo veo faltas. Me he acostumbrado a buscar el error y cada vez me cuesta más ver el acierto, quizás sea que porque me enseñaron así. "Así no se escribe", "Así no se dice", "Así no se hace"...
Pero la culpa no es de mis educadores, quizá lo fue, pero ya no lo es, ahora es mía por permitirme seguir siendo así.
¿Para qué sirve culpar a los demás?
Para hacer que la gente que te rodea se sienta mal.
¿De qué sirve culparse a uno mismo?
Yo creo que sirve para no expandir el odio, pero no deja de haber odio en la culpa, y odiarse a sí mismo no es la solución, eso está claro.
Hay que olvidar el error, focalizar la atención sobre el acierto, buscarlo y si no aparece, imaginarlo e inventarlo. Crearlo.

domingo, 12 de abril de 2015

Qué ganas.

Y qué ganas de tenerla entre mis brazos.
De apretarla contra mi, de
hundirme en ella.

Qué ganas de tenerla justo aquí.
De tocar esa estrella. ¡Ya!
en su brillo me perdí.