sábado, 13 de septiembre de 2014

Roberto

Roberto era un chaval simple, sin iniciativa. Pasaba los días echado en el salón, pensando en tirarse a algo que no fuese a un sofá. Para él la vida era un sinfín de tristeza, más tristeza, masturbación, presión en el pecho y comida capitalista. La TV le daba lo que no se atrevía a conseguir, pero en raciones mucho mayores a las que podría haber conseguido jamás, aunque cabe destacar que esas raciones eran mentiras. 
Un día sus padres murieron, y tras el entierro, él empezó a sentir más y más soledad, más tristeza y más desesperación. La casa se le caía encima, la comida basura dejó de estar en la nevera, las botellas de Coca cola ya no se rellenaban por arte de magia, y las pajas le dejaban por los suelos y sin energía. 
Empezó a adelgazar y a perder la poca fuerza que tenía, se puso más blanco, más feo, más arrugado, hasta perder incluso a los falsos amigos del Facebook. 
Pero gracias a una fuerza divina, un día, una mujer rubia llego a su casa, entro por la puerta principal, y le levantó del sillón en el que llevaba meses hundido. Le rescató ese ángel que todos esperan y en el que nadie cree. Se lo folló como ninguna mujer lo había hecho antes, es decir, se lo folló y punto. Y la depresión salió por un orificio abandonando su cuerpo al instante y viéndose arrastrada por las aguas de las cañerías municipales. Ese ángel le salvó la vida, su pelo rubio era el oro, el brillo que necesitaba. Y entonces, cuando todo iba genial, ese ángel desapareció, se evaporó en el aire. Roberto entendió al instante que acababa de despertar, que no había sido más que el sueño de una noche, que lo que para él había transcurrido como una relación de dos años, había sido tan solo una noche inolvidable, y Roberto empezó a echar de menos su sueño. 
Quizá incluso llegó a desear salir a la calle. Para encontrarse con ese ángel, pero lo buscó en sus pensamientos, cerró los ojos y lo llamó, y se volvió a hundir en el sofá. 
Así acabó su vida, triste, solo y tal y como empezó. 

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