miércoles, 21 de agosto de 2019

La alarma

Hace tiempo que no escribo nada, ni siquiera mi nombre. Llevo más o menos un año sin coger ni un lápiz ni un bolígrafo, cuando más cerca he estado de romper mi récord ha sido cuando he tenido que firmar en el aparatito electrónico que lleva el cartero de Amazon. Creo que el hecho de no escribir nada fuera del ecosistema digital me está afectando, aunque todavía no sé cómo. Puede incluso que acabe olvidando la escritura manual, aunque lo dudo. De todas formas, no sería un grave problema, porque hoy en día estamos rodeados de tecnología por todos lados. La historia que quería contar en estos párrafos que suceden a la introducción trata sobre un chaval de unos dieciocho años, que en el 2050 pierde el móvil y se tiene que enfrentar al mundo real. Al final no va de eso, pero bueno, al menos he 'escrito' algo.

... 

Suena la alarma, ayer me la puse para despertarme a las siete, para aprovechar el día, pero estoy molido, he dormido fatal. Lo primero que hago después de haber pospuesto el despertador unas tres o cuatro veces es coger el móvil, me siento al borde de la cama y compruebo los mensajes. Tengo 20 correos, todo publicidad, como siempre, los elimino. Vaya, una recomendación de Youtube, voy al aseo a hacer mis cosas y como tampoco tengo nada más que hacer en ese rato, me veo el vídeo. Es bastante denso, así que lo quito, he dormido mal, no me apetece pensar, pero sigo estando en el baño así que aprovecho para ver unos cuantos shorts que aparecen en "relacionados". Entro en un canal de un Youtube, veo que dura media hora y pienso que lo puedo empezar ahora y seguir en otro momento. Al parecer pierdo la razón de ser y lo veo entero, menos mal que estoy de vacaciones y no tengo nada que hacer. Salgo del baño. Desayuno mientras veo otro video vídeo, ya casi son las doce, dejo la taza de la leche y la cuchara en la mesa, ya recogeré todo eso más tarde.

Voy al ordenador y me enchufo. Mis amigos ya llevan horas conectados, de verdad que tienen un problema con la tecnología, hace meses que no nos vemos en persona, pero es que con esto de la pandemia y la realidad virtual da pereza salir de casa, aun así, algún día me gustaría tomarme algo con ellos. Dejo el móvil a un lado del ordenador, cambio de pantalla. Me pongo los auriculares con micrófono, mis amigos hablan poco, pero sé que están ahí porque sale un círculo verde que les identifica como conectados. Dicen de echar una partida y acepto. Es un juego competitivo en equipos y nos han ganado unas tres veces seguidas. Mi amigo Alberto se enfada muchísimo y se enfada con todos. Acto seguido se disculpa y seguimos jugando pero volvemos a perder. Alberto dice que se tiene que ir porque le han llamado, ahora aparece desconectado, sospechamos que se ha puesto a jugar con otro grupo. Es una lástima que haga esto, ya que le conocemos desde el colegio y se supone que jugamos para divertirnos, pero bueno, peores cosas se habrán visto. De todos modos hace unos meses ya que no le veo en persona, no sé si en realidad seguimos siendo amigos, tampoco es que me pregunte qué tal estoy ni nada de eso. Los que quedamos en este chat estamos todos de acuerdo en que tendrá sus razones para irse, supongo que debido a que ninguno de nosotros le exige ni le ofrece nada relevante a la mistad, vemos esta conducta como algo comprensible y pasamos del tema.

Actualmente no tengo novia, pero estoy enamorado de mi vecina, la sigo en Instagram, y le doy "Me Gusta" a todas sus publicaciones de Facebook. Yo creo que se debe de imaginar que me gusta, pero como tiene novio y parece enamorada no me dice nada. Les cuento la historia a mis amigos y me dicen que me deje de líos y que me descargue Tinder, no me ayudan. Estoy bastante rayado, no paro de fantasear con mi vecina @Martiika. Me despido de mis amigos y cojo el móvil para mirar las notificaciones del "Face" mientras ando hacia el salón para enchufar Netflix. Estoy enganchadísimo a una nueva serie aclamadísima por la crítica y es que con ese reparto como para no verla. Además, así ya tengo algo de lo que hablar con mis colegas, ellos ya la han visto. Ya me imagino la conversación que vamos a tener cuando me la acabe: 
- Ya me he visto la serie, qué guapa. 
- Ya ves tio, está guapísima. ¿Echamos una partida más?
En fin, llevo dos capítulos y me siento con hambre, pero aguanto uno más porque la comida es solo calentarla y ya está. Entre el tercer y el cuarto capítulo me como el tupper que me dio mi madre hace unos cuatro días y lo dejo en la mesa del salón, ya lo recogeré más tarde. Sigo viendo la serie y paso a la siguiente temporada. Es la una. Me duele la espalda. Pauso y me voy a mear sentado al aseo con el móvil, para no aburrirme. Vuelvo a la tele y voy cambiando de postura, a cada cual más incómoda, se me han hecho ya las dos.

Decido ir a ver si están mis amigos en línea y echarme otra partida. Están pero se van ya a dormir así que cojo la tablet y me voy a mi habitación a seguir un rato con la serie. La espalda me está matando, pero es que está muy entretenida la serie y no quiero que acabe porque tampoco tengo nada más que hacer. Me acabo la segunda temporada y siento un gran vacío, dejo la tablet en la mesita e intento dormir. No puedo dormirme, claro, si es que no he hecho nada en todo el día, es normal. Empiezo a sentirme culpable. Pero yo no tengo la culpa, solo me he adaptado a esta sociedad, todos hacen lo mismo que yo. Me digo estas palabras de ánimo pero en realidad ni yo me las creo, el sentimiento de culpabilidad sigue a flote por dentro. Al final me convenzo de que la culpa es mia y de que puedo arreglar mi vida con fuerza de voluntad, todo es empezar. Me juro que me voy a poner una alarma a las 7 para aprovechar el día. Mañana en despertarme lo voy a planear todo, ahora no estoy para hacer planes porque estoy destrozado y son ya las tres. 

domingo, 14 de abril de 2019

¿Aceptas nuestras cookies?

Estoy andando por la calle y en esto que me encuentro con un hombre con barba y gorra y empieza a decirme que si acepto sus cookies, muy insistentemente. Le digo que qué me está contando y me mira con una cara que expresa una oración en concreto: "¿De verdad no sabes qué son las cookies?". No se da cuenta de que a mi lo que me china es que sea una persona la que me avise y no una máquina. Le respondo con una cara que da a entender que quiero que me deje en paz, que yo voy a mi rollo. Vuelve a insistir en que es importante que acepte sus cookies.
Me pregunto si esta persona será un robot, porque en ese caso lo entendería. Ahora bien, creo que todavía seguimos estando a años luz de tener un robot que se asemeje tanto a una persona. Sigo andando pero el tipo me persigue. Lleva una gabardina gris del estilo "detective privado" y un maletín de abogado con contraseña. Acelero el paso. Entonces él corre un poco, se me pone delante y me para estirando la mano y sin decir palabra, es bastante alto aunque sea delgado, me da bastante mal rollo. Me mira fijamente y empieza a llorar, son lágrimas evidentemente falsas, tiene en la cara una expresión de desconsuelo forzado. Parece que espera a que le diga que vale, pasan unos segundo y al ver que no le digo nada se arrodilla en frente de mi y me vuelve a pedir que acepte sus cookies.
Cojo el móvil del bolsillo ya como si estuviera en un sueño, me llevo la otra mano a la cara como intentando quitarme las gafas de realidad virtual. "Por favor, acepte mis cookies". Pierdo momentáneamente el control y le grito que no, que me deje en paz. El hombre de las cookies se pone muy serio, deja de llorar, y se acerca a una señora muy mayor que hay en un portal. Escucho como avergonzado y con miedo le dice a la señora: "lo siento abuela, por mucho que lo intento nadie quiere probar tus galletas". La abuela le grita algo incomprensible y le da una colleja.

viernes, 12 de abril de 2019

El caso es que

El caso es que estoy corriendo semi-desnudo por el medio de un parque donde se suelen pasear los perros solos, un parque vallado en el que los perros son libres, vallas igual a libertad en el caso de los perros. El caso en cuestión es que estoy corriendo, y por lo tanto siento el viento contra la cara, muy fuerte, y de fondo veo una pirámide, sigo corriendo y el recorrido se prolonga como por horas, no sé muy bien cuántas, el tiempo parece infinito en esta dimensión. El caso es que cuando llego a la pirámide la miro y la toco y es del tamaño de una persona y tiene la forma de una persona pero es una pirámide, es la pirámide de Maslow y a la vez es Maslow. Pero el caso es que yo no sé quién demonios es Maslow, solo conozco su pirámide, pero a la vez la pirámide es él.

Al final me hago amigo de la pirámide a pesar de que ésta no habla. Sigo semi-desnudo, solo de cintura para arriba, pero ahora estoy dentro de un iglú que me recuerda a la cueva donde Superman hablaba con su padre. Entonces me acuerdo de que no he paseado a mi perro y quiero escapar de ese iglú que no tiene salida y en el cual me encuentro con el señor pirámide. Busco y no encuentro una puerta dentro del cubito de hielo. Siento frío. Maslow abre por fin la boca pero no llega a decir nada, me da angustia, vuelve a hacer el mismo gesto de abrir la boca como para decir algo pero sin decirlo y se me remueven las tripas, quiero llorar porque no estoy paseando a mi perro. Estoy muy irritable. Maslow vuelve a hacer el odioso gesto y le grito que se calle a pesar de que no ha llegado a decir nada, cierra la boca y pone cara de indignación. Ahora me siento culpable por haberle hablado mal a la pirámide. Necesito pasear a mi perro. Grito dentro de cueva y la potencia del sol se acentúa, lo veo a través del techo. Los rayos atraviesan las paredes y todo se derrite.

Arriba de mi está mi perro, ahora soy un pienso de mi perro y voy a ser devorado. Es casi poético, devorado por mis responsabilidades. El caso es que entro en el estómago de mi perro y empiezo a ver el sentido de la vida, el cual se encuentra dentro del estómago de los perros. Me acuerdo de haberlo entendido hasta el punto de saber explicarlo cuando estaba dentro del estómago, pero fue salir y se me olvidó por completo como explicarlo. Salgo de toda esa vorágine de revelaciones espirituales y entro en una bolsa de plástico en la cuál me reencuentro con Maslow. Pasamos años encerrados en ese plástico, me olvido de todo, de la muerte incluso. Cuando recuerdo la memoria es el futuro y vuelvo a tener el cuerpo de un tamaño normal, corro por las calles vestido con ropa blanca que tiene detalles en color plata, las calles están limpísimas y no pasan coches por las carreteras, tampoco hay gente en las calles, todo lo que veo son pisos altísimos. Entro en un portal de un bloque de edificios y veo un cuarto inmenso con gente en sillas especiales, todos enganchados a máquinas que parecen ser de realidad virtual y metidos en bloques de hielo. Decido que quiero volver atrás en el tiempo, y entonces recuerdo que no puedo viajar en el tiempo hacia atrás, solo hacia delante. Qué va, me doy cuenta de que tampoco hacia delante, entonces caigo en la cuenta de que si he viajado en el tiempo es porque todo lo que estoy viviendo es un sueño y despierto.

Levanto el cuello y la almohada está toda sudada, estiro el brazo a lo largo de la cama deseando comprobar que el señor Maslow no está conmigo. En su lugar descubro el cuerpo de mi novia, estoy intranquilo y son las cinco de la madrugada, voy a beber un vaso de agua y me encuentro con mi perro por el pasillo, le toco la cabecita para que sepa que le quiero. Me bebo un vaso de agua y me espabilo sin querer, así que aprovecho y me doy una ducha. Después de la ducha me voy al salón y me siento en el sofá hasta las siete, hora en la cual el día empieza.