Estamos los dos sentados en una habitación, el uno en frente del otro y de repente el tiempo se para de golpe. No es porque me haya fijado en tus ojos y de lo bonitos que son haya empezado a hablar poéticamente, sino que sin verlo venir, el reloj que hay en la pared, encima de tu cabeza, ha dejado de funcionar. La habitación en la que estamos no tiene ventanas, y yo no sé cómo he llegado aquí, puede que tú sí que lo sepas, pero no me respondes. Te hablo y no dices nada, tus ojos miran la pared que hay detrás de mí, inspeccionándola minuciosamente en busca de Dios sabe qué. Mientras, tú me atraviesas el alma con tu mirada y yo me pregunto si es de día o de noche. El silencio es terrorífico, y lo es más cuando advierto que en el cuarto hay una lavadora que tiembla, bota, salta, tirita frenéticamente y no produce ni un pequeño clik, tum, o tras. Todavía es más misteriosa la sutil falta de vibraciones, nada vibra, solo la lavadora y tus ojos se mueven en esta habitación, y no sé qué Demonios miras. Aquí ya no es ni de día ni de noche. El reloj se ha parado en las seis y media. Quién sabe el tiempo que llevas mirando la pared que hay a mi espalda, y yo mirando el reloj, la lavadora y tus ojos. La lavadora me dice que tus ojos son la clave para resolver el misterio de cómo he llegado aquí. Los miro y los intento descifrar, hay una mesa entre tú y yo, me inclino sobre ella para verlos más grandes. Tu expresión empieza a inquietarme, tienes una sonrisa doblada, me parece una cara muy graciosa. Me sorprendo al ver que aun con la mirada perdida sigas siendo hermosa. No paras de mirar la pared y yo no he parado en todo el tiempo de mirar tus ojos. Dime cómo hemos llegado aquí, o dile a tus ojos que me lo digan, haz algo por Dios, necesito salir ya de esta prisión ubicada en la nada, de esta atemporalidad. Una chispa brilla en el fondo de tu iris, como el reflejo del sol, es una chispa de realidad potente y poderosa. En la mesa hay una flecha giratoria, para intentar que me prestes atención la giro hacia a ti, voy a la desesperada. Suelto la flecha y ésta gira hacia mí. Entonces me miras a los ojos y una sacudida que más bien parece un terremoto comprimido agita toda la habitación, empiezo a sentir una vibración intensa, tus ojos tiemblan al mirarme, las agujas del reloj tiemblan, la flecha de la mesa tiembla. Todo apunta hacia mí. Sigues sin responderme, te grito que me respondas, tu mirada me incomoda. La habitación empieza a brillar y siento que el reloj, tú y la flecha me atravesáis. Intento acercarme a tus ojos por encima de la flecha que me apunta, no puedo, algo me lo está impidiendo. Siento una brisa en mi cuello y luego presión, mucha presión, algo me estira hacia atrás sin moverme del sitio. Me agarro de la mesa y siento que la silla se desliza hacia atrás. Ya no puedo resistir la tentación. Me voy a girar, lo siento. No sé si me llegaste a ver en lo que duró ese sueño, pero yo vi el reflejo de la realidad en tus ojos de ensueño.