domingo, 10 de abril de 2016

La última


Otra más y ya paro
Que no quiero ser yo el raro
Me da igual que sea en vano
No me importa el desamparo que siento al parar
Así que venga, otra más...
porque me he dicho que hoy paro
Porque me he dicho que ya no quiero ser yo el raro
Y que no me importa el desamparo que siento al parar
Así que va, la última, otra más,
porque ya he dicho que hoy paro 
y si no, pues quizá la muerte, me tenga que parar.

La pared

Estamos los dos sentados en una habitación, el uno en frente del otro y de repente el tiempo se para de golpe. No es porque me haya fijado en tus ojos y de lo bonitos que son haya empezado a hablar poéticamente, sino que sin verlo venir, el reloj que hay en la pared, encima de tu cabeza, ha dejado de funcionar. La habitación en la que estamos no tiene ventanas, y yo no sé cómo he llegado aquí, puede que tú sí que lo sepas, pero no me respondes. Te hablo y no dices nada, tus ojos miran la pared que hay detrás de mí, inspeccionándola minuciosamente en busca de Dios sabe qué. Mientras, tú me atraviesas el alma con tu mirada y yo me pregunto si es de día o de noche. El silencio es terrorífico, y lo es más cuando advierto que en el cuarto hay una lavadora que tiembla, bota, salta, tirita frenéticamente y no produce ni un pequeño clik, tum, o tras. Todavía es más misteriosa la sutil falta de vibraciones, nada vibra, solo la lavadora y tus ojos se mueven en esta habitación, y no sé qué Demonios miras. Aquí ya no es ni de día ni de noche. El reloj se ha parado en las seis y media. Quién sabe el tiempo que llevas mirando la pared que hay a mi espalda, y yo mirando el reloj, la lavadora y tus ojos. La lavadora me dice que tus ojos son la clave para resolver el misterio de cómo he llegado aquí. Los miro y los intento descifrar, hay una mesa entre tú y yo, me inclino sobre ella para verlos más grandes. Tu expresión empieza a inquietarme, tienes una sonrisa doblada, me parece una cara muy graciosa. Me sorprendo al ver que aun con la mirada perdida sigas siendo hermosa. No paras de mirar la pared y yo no he parado en todo el tiempo de mirar tus ojos. Dime cómo hemos llegado aquí, o dile a tus ojos que me lo digan, haz algo por Dios, necesito salir ya de esta prisión ubicada en la nada, de esta atemporalidad. Una chispa brilla en el fondo de tu iris, como el reflejo del sol, es una chispa de realidad potente y poderosa. En la mesa hay una flecha giratoria, para intentar que me prestes atención la giro hacia a ti, voy a la desesperada. Suelto la flecha y ésta gira hacia mí. Entonces me miras a los ojos y una sacudida que más bien parece un terremoto comprimido agita toda la habitación, empiezo a sentir una vibración intensa, tus ojos tiemblan al mirarme, las agujas del reloj tiemblan, la flecha de la mesa tiembla. Todo apunta hacia mí. Sigues sin responderme, te grito que me respondas, tu mirada me incomoda. La habitación empieza a brillar y siento que el reloj, tú y la flecha me atravesáis. Intento acercarme a tus ojos por encima de la flecha que me apunta, no puedo, algo me lo está impidiendo. Siento una brisa en mi cuello y luego presión, mucha presión, algo me estira hacia atrás sin moverme del sitio. Me agarro de la mesa y siento que la silla se desliza hacia atrás. Ya no puedo resistir la tentación. Me voy a girar, lo siento. No sé si me llegaste a ver en lo que duró ese sueño, pero yo vi el reflejo de la realidad en tus ojos de ensueño. 

jueves, 7 de abril de 2016

El rap en Expaña

Sentado en el borde de la cama pensé en esa canción de Kase O que me explicó que las mujeres no tienen dueño cuando yo todavía no era consciente de que las personas podían convertirse en posesiones. Luego recordaba la canción de "Mierda" y casi lloro al darme cuenta de lo feliz que era cuando no entendía el verdadero motivo del rap competitivo, ahora entiendo que en una sociedad capitalista nos vemos obligados a despreciar al otro para subir de escalafón, gritar a los cuatro vientos lo malo que es el adversario porque a pesar de que te dedicas a lo mismo que él, si tú no dejas claro que eres mejor y él es peor, tus clientes (u oyentes en el caso del rap) irán a él. Aun así, lo que muchos raperos han hecho ha sido trabajar en grupo, han unido sus canciones para dar la espalda al "yo soy mejor que tú" y abrazar el "todos unidos podemos hacer de este mundo un lugar mejor en el que vivir". 
Toda esta competitividad estaba llegando a España desde los Estados Unidos, el país más capitalista de este mundo, y fue por eso por lo que con el tiempo esos Beefs dejaron de ser tan comunes y raperos varios empezaron a ignorar los vaciles de otros raperos menos famosos que buscaban ser mencionados por los conocidos en sus canciones. Después de pensar esto me di cuenta de que España no es Estados Unidos, se deshizo el nudo de mi garganta y ya no lloré, entré en Youtube y escuché esta canción. 


miércoles, 6 de abril de 2016

La última llama

Miraba sus ojos como si no hubiesen más ojos en la habitación en la que estaban, y en efecto habían muchos más ojos, dos por persona, eso quiere decir que había el doble de ojos que de personas, y aun así solo miraba sus dos ojos. En cambio, ella tenía la mirada fija en la pantalla de su teléfono móvil, allí no habían ojos, sólo píxeles con formas que significan cosas según su disposición espacial. 

Sus ojos eran negros y brillantes, negros como las cenizas años después del incendio y brillantes como esa última ascua que todavía no se ha apagado a pesar del tiempo. Pensó que todavía quedaba amor en ella, sin conocerla pensó que no era tarde todavía para sacarla de ese frío espacial. Estaban sentados uno enfrente del otro, con un panel de plástico y aluminio formando una barrera que solo les permitía ver la cara del otro desde la nariz hacia arriba. Estaban sumidos en un silencio abismal, rodeados de libros y de gente, todos mirando sus dispositivos electrónicos. 

Pensó en levantarse, acercarse, e invitarla a salir fuera, a hablar un poco, a que el sol iluminase esos ojos negros. Se imaginó que al salir de aquél antro falto de luz natural sus ojos desbordarían lava como dos volcanes, y que la piel que rodeaba esos volcanes adquiriría el color de la arena del Sahara. 

Siguió mirando ocasionalmente sus ojos, sentado justo delante de ella, hasta que la poca luz que entraba desde fuera desapareció y la bibliotecaria encendió unas bombillas artificiales para que pudiesen seguir viendo las letras en sus papeles. Justo después volvió a mirar sus ojos, seguían siendo hermosamente negros, aunque esta vez ya no brillaban, la última ascua se había consumido, ahora sus ojos ya no eran cenizas, ahora solamente eran agujeros negros.