Imagina que eres un imán, y que estás pegado a otro. No os logro separar. Intento separar el polo positivo del negativo, y logro separarlos unos cinco centímetros, pero se siguen atrayendo y mis músculos dejan rápido de tener más fuerza con la que aguantar el peso de esa atracción magnética. No puedo separar los dos imanes.
Se atraen, son polos opuestos.
Son polos opuestos.
Pero si a uno de esos imanes le das la vuelta...
Salen disparados cada uno hacia un lado, se separan, se alejan en un pequeño instante, cada uno va por su lado. Pero hay que tener cuidado, porque si de lejos la dirección de sus polos opuestos vuelve a coincidir, volverán el uno al otro y chocarán tan fuerte que es posible que acaben hechos pedazos.
Lo mismo pasa con las personas, empiezas a beber, y no puedes dejarlo. Cuando lo intentas dejar poco a poco, es decir, separando los imanes con tus propias fuerzas, duras muy poco, aunque lo intentes con todas tus fuerzas. Sólo cuando dejas de ver el alcohol para siempre, cuando le das la espalda y enfrentas dos polos magnéticos idénticos, es cuando te vas lejos de él y ya no te acercas. Y aun así queda la posibilidad de la recaída, de que tu dirección se vuelva a dirigir hacia el lugar al cual no debiste nunca entrar.
Así son los vicios. Pero el peor de todos los vicios es una mujer. Cuando te enganchas a la mujer equivocada...
Para darle la espalda a eso no existen clínicas de desintoxicación...
Y si lo logras, te pasas la vida deseando que tu dirección sea la incorrecta para volver a chocar como dos trenes, te da igual que se rompan los vagones, sólo te importa el contacto del choque, la despedida.