Antes de salir de casa, revisé el cajón, allí estaba, resplandeciente, afilado y frío. Ya tranquilo, lo cerré y salí al trabajo. Otro día más de rutina, lo mismo de siempre, la misma gente con las mismas sonrisas fingidas y las mismas palabras falsas. Solo pienso en mi mujer, espero impaciente a su llamada. Termino el día nervioso, salgo del trabajo y todavía no he recibido la llamada que suele hacerme para preguntarme como me encuentro. Pasan quince minutos en el coche de vuelta a casa y no he recibido ninguna llamada. Un cuarto de hora más tarde estoy en casa, con las llaves en la mano, sin saber donde está mi mujer. Solo puedo pensar en ella. Paro antes de introducir la llave, apoyo la oreja en la puerta. Oigo unos susurros profundos, provenientes del fondo de la casa, quizá hayan entrado a robar. Presto atención más detenidamente y escucho risas y la voz de mi mujer. Me tranquilizo. Pero la tranquilidad solo dura un par de segundos, enseguida empiezo a pensar en la posibilidad de un engaño por parte de ella, quiero asegurarme de pillarlos por sorpresa. Abro la puerta silenciosamente y entro a la casa sin hacer el mínimo ruido. Veo sombras al fondo del pasillo, por el tono de voz supongo que es un hombre el que habla con ella. Quizá un amante. Abro el cajón.
Pero no está, alguien lo ha cogido, me lo han robado. Reina el desconcierto en mi mente. Y ando hacia la puerta de la cocina donde creí haber visto unas sombras, abro de golpe y no hay nadie. Giro el cuello y recorro toda la casa con mis pupilas. No hay nadie, nada distinto. ¿Qué he oído entonces? Empiezo a buscar en toda la casa, al principio nervioso, pero una vez visto que no hay nadie empiezo a sentir miedo. No entiendo qué está pasando. De repente tengo frío, instintivamente me agacho en una esquina del pasillo, todavía con el chaquetón puesto y me quedo mirando al mueble de la entrada donde tenía que estar y no está, y a la puerta. Miro de nuevo el móvil, no hay llamadas. Tiemblo. Saco fuerzas de la nada y me levanto temblando hacia la puerta de la entrada, antes de salir vuelvo a mirar en el cajón y sigue sin haber nada. Abro la puerta y fuera todo es oscuridad, farolas naranjas ennegrecen la noche y la luna no existe en el firmamento, tampoco las estrellas. Un resplandor llega a mis ojos desde la acera, a unos metros está, tirado en el suelo. Me acerco lentamente y lo cojo, al instante dejo de temblar. El móvil vibra entonces. "¿Dónde estás cariño?" digo, todavía alterado por la confusa escena que acabo de vivir. Nadie responde.
Oigo el teléfono colgar.
Ella no está, pero si él, me hace sentir bien, como que ella está de más en mi vida. Entro en casa y me siento en un sofá, lo siento a mi lado y le miro fijamente. Empiezo entonces a escuchar que me habla, nada comprensible. Me acerco más a él, intento entenderlo. Lo cojo y me lo acerco al oído, apoyo su filo en mi cuello y su punta me empieza a decir cosas que no me gustan. Empiezo a tenerle miedo, me dice que mi esposa está con otro, que nunca quiso tener hijos conmigo porque me odia, que me ha abandonado, que él puede ayudarme. No le creo, me está mintiendo, quiere hacerme hacer cosas horribles. Pero entiendo su posición, es un cuchillo de caza, su naturaleza le hace querer matar presas. Empatizo con él, quiero darle un poco de lo que se merece. Con cuidado paso livianamente el cuchillo por mi vientre, sin mirar, siento la fría hoja y la sangre derramándose por mi costado. Vuelvo a acercar el cuchillo a mi cuello y le presto atención. Parece que gime de placer, le gusta lo que le he hecho, pero no puedo seguir haciéndomelo. Entonces escucha la puerta abrirse. Oculto mi cuchillo detrás de la espalda y avanzo por el pasillo. Entonces aparece ella, sola, tan guapa. No oigo a mi cuchillo pero sé lo que quiere que haga. Se acerca y abre los brazos esperando una muestra de cariño, sin decir nada y con una sonrisa en la cara. Permanezco inmóvil, absorto por mi nuevo compañero de vida. Súbitamente abro los brazos y le clavo el puñal en la espalda, puedo sentir la sangre llegar hasta la empuñadura, sus músculos contrayéndose, un grito ahogado en su cara de asombro y estiro hacia abajo con la mano, desgarrando ropa, piel y carne a mi paso, junto con él, ni nuevo compañero. Cae muerta al suelo, pero él quiere más, vuelvo a clavar el cuchillo en la carne, una y otra vez, cada vez quiere más, y más, y más. Presa de la catarsis del momento, clavo el cuchillo en uno de mis muslos y no siento dolor, lo clavo entonces en el otro, y sigo sin sentir nada. Absorto por el cálido sentimiento que me provee esta nueva afición, lo clavo en mi corazón. Mi mano pierde fuerza y cae. Mis rodillas golpean el suelo las primeras, luego el resto de mi cuerpo, oigo los últimos latidos de mi corazón. Mis ojos, sobre la alfombra, solo ven una cosa, el brillo del puñal antes del último suspiro de amor.