Era domingo
por la noche, todavía tenía que acabar los deberes. Era tarde y tendría que
haber estado en mi casa, aun así, no sé por qué, me quedé y vi al gato. Era
dorado, un gato del color de los collares caros. Por entonces yo sólo había
visto ese color en dos ocasiones, en un plastidecor y en el cuello del gitano
Pascual, que vendía detergente en el mercadillo de mi pueblo. Memoricé la
imagen del gato colándose al patio del colegio, tenía bigotes negros, era flaco
y alargado, ágil y dorado, en la punta de la cola lucía una mancha blanca
distintiva pero innecesaria, ya que no habían más gatos dorados. Justo antes de
colarse al patio giró el cuello y me dirigió una última mirada, la belleza de
sus ojos verdes me dejó en shock.
Mi madre me
riñó y mientras hablaba yo miraba la pared blanca, ésta era el lienzo en el que
mentalmente delineaba los trazos del gato con tonalidades que mi plastidecor no
podía atreverse a imitar. Me obsesioné bastante con el gato, solía soñar que me
despertaba y estaba mirándome desde la repisa de la ventana. Cuando andaba
hacia el colegio permanecía atento a cualquier movimiento extraño en los
descampados, en los tejados, tras las persianas, miraba a todos lados. A veces
mi amigo Raúl me acompañaba, él también estaba obsesionado, pero con los
libros, se ponía tan intenso que tenía que mandarle a callar porque hablaba muy
fuerte y me impedía escuchar si el gato dorado se movía por nuestro alrededor.
Al mes
desistí en buscar al gato dorado y empecé a escuchar a Raúl: "Escúchame
¿me escuchas ahora? mira, ayer leí una historia que me recordó a tu obsesión
con el gato dorado. No la recuerdo muy bien porque estaba a punto de dormirme
cuando leí el cuento, pero te aseguro que tenía mucho que ver. Había un gato
blanco y un señor mayor que tenía mucho dinero, el gato había pasado cerca de
la casa del señor para mendigar algo de comida, porque era consciente de que él
tenía dinero y poder para comprar alimentos. El caso es que el señor no le
quería dar comida al gato porque pensaba que los gatos lo único que hacen es
molestar, era de esa gente que pone veneno en las esquinas. No me gusta esa
gente, a ti tampoco ¿verdad? seguro que no. Pues resulta que un día llega un
brujo al pueblo en busca del alma más bondadosa y ¡tachán! es el gato, y le
concede el poder de comer lo que quiera porque el gato era eso lo único que
deseaba, poder comer algo. Entonces el gato, no en plan venganza ni nada porque
es muy bueno, va y se come todo el dinero del señor, y se queda de color
dorado. Yo entendí que la moraleja era que no había que ser tacaño ni
avaricioso porque luego puede aparecer un gato y comerse tu dinero, no sé, no
me convenció mucho la historia. Pero lo que importa es lo del gato. ¿me has
oído, no? era blanco y se hizo dorado, eso me recuerda la punta blanca de la cola. No sé, ¿crees que
el gato que viste era mágico?
Le dije
"¿Qué?" y pensé que se lo estaba inventando todo, que había ideado
toda esa historia para llamar mi atención porque había estado pasando de él.
"Lo
que oyes, yo tampoco me lo creía."
"Quiero
ver ese libro, ¿cómo se llamaba?"
"Ya te
digo que no recuerdo muy bien los detalles, pero mañana lo traigo al cole y te
lo enseño."
Esa tarde
me la pasé pensando en que si sería verdad o no, en si realmente había visto un
gato mágico. Hasta entonces había pensado que la magia eran trucos de cartas
que los adultos usaban para reírse de nuestras caras de incredulidad, y esa
tarde dudé sobre todo. Para entonces ya sabía que los reyes magos no existían,
y de ahí había llegado a la conclusión de que los brujos tampoco, pero para que
el gato fuese dorado tenía que existir la magia. Quizás me lo imaginé todo,
puede que el gato nunca hubiera existido.
Me fui a
dormir y soñé algo de lo más extraño: yo estaba andando por encima de una
cuerda de alta tensión y el gato dorado se había puesto en mi camino, no sentía
vértigo por caerme, me paré sin miedo y él se giró hacia mí, yo era un pájaro
de su mismo tamaño. Me dijo "mañana nos vemos a las nueve en el
colegio" y se fue volando. Al impulsarse, la cuerda tembló y yo me caí del
tendido eléctrico y me desperté del sobresalto. Anoté la frase en la libreta de
matemáticas para volver a dormir, pero ya no pude seguir descansando, se hizo
de día.
Llegué al
colegio arrastrado por mi madre, que preocupada por mi aspecto de cansancio me
limpiaba las legañas con saliva. Entré y vi a Raúl sentado en la última fila,
no le gustaban las matemáticas. Me deslicé hasta su lado y le pregunté
"¿traes el libro?", a lo que él respondió susurrando.
"No te
lo vas a creer, ayer llegué a casa y miré en mi mesilla de noche pero el libro
ya no estaba. Espera, no hables antes de que acabe, no me pongas esa cara, tú
escucha. Pensé que mi madre lo habría guardado en la estantería pero lo busqué
y no estaba, ¿y si lo había escondido?¿y si el libro había llegado ahí por pura
casualidad y al verlo ella había querido esconderlo corriendo? Casi que estoy
seguro de que no quiere que lo vuelva a leer, debe haberlo escondido."
"Me
estás mintiendo" le corté enfadado.
"¡No!¡No!
¡Escúchame! te juro que es verdad, déjame que termine. Miré en la leja de
arriba y había un libro que era todo dorado, así que cogí una silla y la
acerqué para llegar a cogerlo, pensaba que sería ese el libro que buscaba, pero
no lo era, cuando subí me di cuenta de que era blanco y brillante, y que me
había parecido dorado sólo por el brillo de la luz. Aun así lo cogí y lo leí,
era una historia muy extraña, trataba sobre una familia de pájaros, tenía dibujos
muy bonitos, en blanco y negro, pero estaban pintados con dorado por encima,
era como si alguien se hubiese dedicado a pintarlos con un color brillante y
muy bonito, pero bueno, no eran gatos. En fin, al parecer el papá pájaro había
perdido el trabajo en la fábrica de nidos y la mamá y los hijos pájaro habían
caído enfermos, el pajarito más pequeño había muerto y la mamá pájaro estaba
consumida por la tristeza, hacía lo imposible para evitar que los pajaritos se
enterasen de la muerte del pequeño de la familia. No me lo llegué a acabar, me
dormí con el libro y soñé que saltaba muy alto y hacía equilibrismo sobre unos
cables de alta tensión, y que hablaba con un pájaro, y le decía que hoy nos
veríamos en el colegio, luego me iba volando y en el cielo había un agujero
negro en lugar de un sol, luego todo se oscurecía porque yo me daba cuenta de
que no había sol y la lógica era que no hubiese luz. Me desperté y el libro ya
no estaba conmigo, mi madre lo habrá cogido y lo habrá escondido, odio que haga
eso, siempre lo hace con todo."
"¿Qué?"
No sabía que responder, había dado en el clavo ¿cómo era capaz de saber lo que
había soñado? ¿Acaso se habían conectado nuestros sueños? y en el caso de
haberse conectado ¿qué tipo de brujo había intervenido? ¿Qué sentido tenía todo
esto?
"Te he
visto en mi sueño" le dije. Me dijo que ya, que él sabía que yo era el
pájaro porque me escuchó hablar. Le expliqué que no era así como funcionan los
sueños, que cada uno tiene el suyo, y me dijo que qué va, que el mundo de los
sueños es uno y es muy grande, y que no estamos solos allá, que eso le había
dicho su madre y que él se lo creía. Le dije que si creía también en los reyes
magos y se limitó a mirar hacia otro lado.
"tres
por tres Raúl" gritó el profesor.
"Emmmm,
emmmmm, emmmm, tres veces tres, emmmmm, no lo sé profesor ¿es una pregunta
trampa?"
"Venga,
piénsalo bien."
.
. .
Era
viernes, la semana había pasado sin ninguna noticia más sobre el gato, Raúl
había estado poco hablador, le dije a mi madre que me iba a la biblioteca a ver
si encontraba a mi amigo, que casi siempre estaba allí. Primero recorrí los
pasillos, pero no estaba, cogí un cómic de Astérix y Obelix y me senté un rato
esperando que llegara pronto. Se hicieron las ocho enseguida y recordé mi
onírica cita con Raúl, ¿era él el gato? Dejé la revista y me fui andando al
colegio, cuando llegué todavía quedaba media hora, así que me senté y esperé,
escuché maullidos lejanos. Lo extraño era que salían de debajo de las tapas del
desague. Levanté ese pesado disco de hierro, dentro todo era negro, los
maullidos se intensificaron "Ey, ¿qué haces?" Raúl me susurró por
detrás en el oído. Del susto dejé caer la tapa de nuevo en su sitio.
Las
ventanas de la calle estaban todas cerradas, nadie nos veía, así que Raúl y yo
decidimos entrar al colegio, quizás el gato nos esperaba dentro. Un denso y
alto matorral nos impedía movernos con fluidez, así que decidimos separarnos
para poder abarcar más espacio en menos tiempo y que el gato no nos evadiera.
Vi muchos
gatos, ninguno dorado, todos me miraban con mala cara, con la espalda en
tensión. Me junté con Raúl en el patio y decidimos abandonar la expedición,
todo se debía a una extraña coincidencia, el gato dorado nunca había existido,
había sido el producto de dos mentes infantiles y excesivamente creativas. Nos
separamos para atravesar los matorrales y salir. Cuando llegué fuera me quedé
esperando a Raúl para acompañarle a casa, pero no salía nadie, grité su nombre
varias veces, hasta que entendí que había salido más rápido que yo y no me
había esperado. Entonces escuché algo moverse tras las verjas, entre los
arbustos, y vi una cola dorada con la punta blanca aparecer y desaparecer,
volví a quedarme en shock. Me costó moverme del sitio, pero al final me fui a
casa y dormí del tirón, tanta aventura me había agotado.
Llegó el
lunes y Raúl no apareció en clase, me moría por contarle lo que había pasado,
le pregunté al profesor y él se rió con complicidad. "Qué gracioso, pero
si quieres aprobar matemáticas te tendrás que esforzar más." No le
entendía. Volví a casa y le conté a mi madre que Raúl hoy no había venido a
clase, y me dijo "bueno, ya era hora". Seguí sin entender nada, me
tuve que olvidar de Raúl, los mayores se olvidaron de él muy rápido. Años más
tarde mi madre me contó que sus padres tuvieron que emigrar, mi madre y la suya
eran muy buenas amigas, nunca entendí cómo lo superó tan rápido. Desde que Raúl
desapareció de mi lado, cada vez que veo a un gato entrecierro los ojos para
imaginarlo dorado.