Caminé junto a la orilla, pisando la arena suelta, a veces endurecida por la marea, mirando la puesta de sol, escuchando el mar de fondo bramar como un animal salvaje. A veces mis pies chocaban con una concha vacía en la que habitó un ser vivo que ahora está en el estómago de otro, en el cielo. Ese cielo sin nubes lleno de peces que aterroriza con sus profundidades y su inmensidad. Ese cielo que ahora piso, y que siento cuando las olas llegan a mis pies con su espuma blanca mojándome y haciéndome creer que todavía pertenezco a la naturaleza.
Quiero pensar que todavía soy humano, que no me he alejado tanto de mi origen, que soy instintivo, igual que todos, contrario a la razón y a la lógica que rige el mundo del avance. Soy yo quién admite que hay cosas que no se pueden conocer, soy yo quien no pierde el tiempo intentando entender la vida, soy quién vive, como un animal de sangre caliente, para no morir como una máquina fría y metálica.
Y miro al mar, y de entre las olas surge un... de entre las olas surjo, yo, veo mi propia imagen bajo la línea del horizonte, rodeado de agua salada y con una expresión de angustia en la cara, mi otro yo anda por las aguas hacia mí. Avanza y viene hacia mí, con una expresión rota en su cara, con los ojos abiertos y la mirada puesta en los míos. Anda sobre el mar, que ahora está sereno y expectante, y se acerca a mi con la paciencia de la muerte, que siempre llega. ¡Y llega!
Me clava su mirada, y por un instante centra sus ojos en los míos y sólo puedo ver sus pupilas, pero no soporto mi mirada y me giro, y veo el mar, ya no soy yo. Me vuelvo a girar y no hay nadie, nadie en la orilla, pero yo estoy de pie sobre el agua. Y entonces miro el horizonte, sin ningún miedo, sin ninguna duda, pisando el mar como un fantasma, en un sueño tan real como las imágenes de mis pensamientos.
Pero la serenidad del mar cesa, y rompe de nuevo con su bravura en una ola gigante que viene hacia mi y sobre la cual yo no soy capaz de andar, me traga. El mar es ahora una gran boca y me lleva hasta su estómago, el océano. Abro los ojo bajo las profundidades y veo arriba del todo una luz, voy hacia ella, nado, empujo mi cuerpo con mis brazos y con mis piernas todo lo fuerte que puedo, la luz se acerca. Pero de repente siento que dos manos me agarran de los tobillos. Miro hacia abajo y veo mi cara, estoy matándome a mi mismo, pataleo contra la parte de mi que no quiere seguir viviendo, pero me arrastra hacia abajo. Empiezo a tragarme la saliva para consumir el oxígeno que hay en ella, empiezo a sentir que voy a morir, y me doy cuenta de que no quiero. Pero entonces la presión de las manos sobre mis tobillos decae, la parte de mi que me quería muerto ha sucumbido, y veo como se hunde en la oscura profundidad, y vuelvo a bracear hacia arriba, la superficie debe de estar a unos pocos metros, pero de súbito mis manos se paran, mis músculos dejan de responder, abro la boca y doy una bocanada de agua, mis pulmones se llenan mientras veo los rayos de luz atravesar el espejo del cielo, y con mis dedos rasgo esa superficie, sin poder avanzar más, quieto, incapaz, agónico, y...
...me despierto.