Un caramelo se había deslizado por los canales que recogen el agua de la lluvia y había llegado acompañado de unas lágrimas de nube hasta impactar directamente con su cabeza. Nadie sabe como llegó el caramelo hasta el tejado de un rascacielos, dicen algunos que cayó directo desde las manos de un dios, quizá vino desde otro planeta. Lo que sí se sabe es que el chico ingresó el mismo día en el hospital. De esto hacía ya un año, y todavía no había dejado de llover. El chico seguía en coma, sus padres seguían a su lado y sus amigos todavía notaban su ausencia en clase. Y aun así, el tiempo pasó, dejó de llover y llegó un niño nuevo al colegio, sus padres se rindieron y el chico murió. Y la memoria de ese chico, desapareció.
Y así pasa con todos.
La vida es un caramelo, es deliciosa. Al principio parece infinita, al final parece fugaz. Puedes chupar o morder, y se consumirá más lenta o más rápida. Pero puedes tragar sin querer y que esa cosa tan dulce, te asfixie hasta la muerte.
Ahora quedaría muy bien decir que tú decides si chupar, masticar o tragar. Pero la mayor parte del tiempo, no eres consciente del movimiento de tu mandíbula.
En conclusión, que la belleza es triste por naturaleza, y que quienes la hacemos bonita somos nosotros, recordando. A cada cosa que olvidamos, matamos una historia. Y no somos capaces de acordarnos de todo, por eso la escritura es para mi, la esperanza de abrirnos hueco ante la tristeza innata del ser humano. Es, el recuerdo infinito.